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Marlaska y el chiste del muerto en la frontera
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Javier Caraballo

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Marlaska y el chiste del muerto en la frontera

No es posible una política de puertas abiertas, pero sí es posible una política sincera y rigurosa, que no acabe en este debate patético e inmoral en el que solo parece importar dónde cayeron los muertos

Foto: El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. (EFE/Fernando Villar)
El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. (EFE/Fernando Villar)
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¿Saben el chiste del guardia civil que se encontró el cadáver de un inmigrante en la carretera? Pues llegó la patrulla al lugar donde estaba el muerto y, cuando el cabo comenzó a redactar el atestado, le preguntó al sargento: "¿Cómo se escribe arcén, con hache o sin hache?". A lo que el sargento respondió con una patada al cuerpo inerte, hasta hacerlo rodar unos centímetros. "Pon que el muerto estaba en la carretera". ¿Alguien se ha reído? Claro que no, pero esa es la triste frivolidad a la que nos ha conducido la demagogia mentirosa de este ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, con las fronteras españolas de Ceuta y Melilla.

Ningún chiste, pero solo hay que oír al ministro, con ese empeño suyo por dejar claro que los muertos de aquella tragedia de Melilla estaban “en tierra de nadie”, “en territorio marroquí” o “en una zona operacional conjunta”, como si los muertos perdieran hasta el derecho a que se les considere muertos cuando caen del otro lado. Unos centímetros más allá y se evapora el problema. Ya sabemos que no lo dice por eso, sino por la ocultación de la verdad ahora desvelada, pero al hacerlo incurre en esa doble indignidad. Además, no es la primera vez que pasa, sino la tercera. Tres falsedades grotescas en la política de inmigración. Por eso no se trata de un error coyuntural, sino de una forma de gobernar.

Este desastre de política fracasada comenzó nada más llegar al Gobierno el presidente Pedro Sánchez y se encontró con la tragedia humanitaria de un buque de inmigrantes a la deriva en el Mediterráneo, el Aquarius, porque ningún Gobierno europeo quiso acogerlo a partir de que Italia lo rechazara. El presidente Sánchez, con su ministro del Interior recién nombrado, junio de 2018, entendió que esa era una magnífica plataforma para llamar la atención en Europa con un mensaje de solidaridad. Desde luego, nadie podrá oponerse a que un Gobierno decente se compadezca del drama de la inmigración y se vuelque en la solidaridad. El problema no es ese, el problema es que sea mentira. Y eso es lo que ha ocurrido. Llegaron los inmigrantes, los acogieron con pancartas y fotografías, grandes discursos y promesas: el Gobierno la llamó Operación Esperanza. Pero ahí se quedó todo. Todavía hoy, más de cuatro años después, la inmensa mayoría de los inmigrantes del Aquarius que desembarcaron en España siguen sin permisos de residencia; de las 629 personas que viajaban en ese barco, solo unos cuantos han conseguido superar la montaña burocrática a la que han sido sometidos. El barco, en sí mismo, dejó de operar en diciembre de ese mismo año de 2018 por el “boicot de los gobiernos europeos”, según la ONG francesa Médicos Sin Fronteras.

La otra gran campaña de propaganda política con la inmigración es la que afectaba directamente a nuestras fronteras; es decir, la que le explota ahora al Gobierno. Desde 2005, con el presidente socialista Rodríguez Zapatero en la Moncloa, el Gobierno español decidió reforzar las vallas que nos separan de Marruecos con un sistema de concertinas, una especia de navajas que, literalmente, destroza a quien intenta superarlas. Hasta que el Partido Popular no llegó al Gobierno, en 2011, para el Partido Socialista y para buena parte de su entramado mediático, las concertinas no constituyeron lo que realmente significa, un método extremo, salvaje, para disuadir a los inmigrantes. Por eso, cuando llegó al ministerio, Grande-Marlaska anunció que el Gobierno socialista retiraría las concertinas: “Estamos hablando de solidaridad, de respeto a las personas, controlando los flujos migratorios, y de respetar los derechos humanos en su integridad”.

¿Puede parecernos mal que se quiten de las vallas navajas que mutilan a quien intenta cruzarlas? No, claro, pero, igual que antes, es mucho peor que todo eso sea mentira. Aquí mismo se denunció al cabo de un año que, en realidad, lo que hizo Marlaska fue quitar las concertinas de las vallas españolas cuando, previamente, se había asegurado de que las mismas alambradas, incluso más altas y acompañadas de fosos, se habían construido en Marruecos. “Es un juego de palabras vacías, nada más. No hay más respeto por los derechos de esas personas a emigrar ni al derecho a su propia integridad física”, corroboró en El Confidencial monseñor Agrelo, que había sido obispo de Tánger.

Foto: El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. (EFE/Javier Lizón)

La tercera falsedad del ministro Marlaska y, por extensión, del presidente Sánchez se produce con la gestión de lo ocurrido en Melilla el pasado 24 de junio, cuando más de 20 personas murieron en un intento violento de asalto a las vallas. Podemos entender las circunstancias en las que se produce la tragedia, la desesperación violenta de 2.000 personas por rebasar los cordones policiales, armados de palos, objetos punzantes, hierros y piedras. Tan crítica es cada una de las situaciones similares que se plantean en la frontera que, de hecho, para eso Europa financia a Marruecos, al igual que a Turquía, para que sean los policías y militares marroquíes los que nos solventen el problema. Pero, a menudo, no es suficiente. Cuando se desbordan las fronteras y nos afecta directamente, lo único que no puede hacer un gobernante es ocultar lo ocurrido y trasladar toda la responsabilidad a aquel que actúa sin dar explicaciones, al régimen autoritario que tenemos de vecino.

Con la tragedia de Melilla, al ministro Marlaska y, por extensión, al presidente Sánchez se les han caído las caretas del Aquarius. Este patetismo es el final ineludible al que conduce una política migratoria que simula defender los derechos humanos allí donde la prioridad es evitar una avalancha de seres humanos. La mentira le ha estallado al ministro y a su presidente con las imágenes más crueles, las que intentaron ocultar. Pero, entonces, ¿es posible otra forma de actuar, acaso tenemos que defender una política de ‘fronteras abiertas’? No, claro que no. La hambruna, la crueldad y la explotación a las que nacen condenados tantos millones de personas en África, sobre todo en el África subsahariana, jamás se podría resolver con la entrada libre en Europa, como defienden algunos diletantes de falso buenismo. No podemos aspirar, ni defender, una política de puertas abiertas, pero sí debemos exigir una política sin mentiras. Sin demagogia ni falsas promesas. Con humanidad, solidaridad y determinación en la defensa de las fronteras. Con transparencia, sin engaños. No es posible una política de puertas abiertas, pero sí es posible una política sincera y rigurosa, que no acabe en este debate patético e inmoral en el que solo parece importar dónde cayeron los muertos. Y no es un chiste.

¿Saben el chiste del guardia civil que se encontró el cadáver de un inmigrante en la carretera? Pues llegó la patrulla al lugar donde estaba el muerto y, cuando el cabo comenzó a redactar el atestado, le preguntó al sargento: "¿Cómo se escribe arcén, con hache o sin hache?". A lo que el sargento respondió con una patada al cuerpo inerte, hasta hacerlo rodar unos centímetros. "Pon que el muerto estaba en la carretera". ¿Alguien se ha reído? Claro que no, pero esa es la triste frivolidad a la que nos ha conducido la demagogia mentirosa de este ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, con las fronteras españolas de Ceuta y Melilla.

Fernando Grande-Marlaska
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