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Sanidad, del 'baby crack' al 'show' de Ayuso
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Javier Caraballo

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Sanidad, del 'baby crack' al 'show' de Ayuso

¿Para qué existe en España un Ministerio de Sanidad si no es para liderar la respuesta del Estado a una situación como la actual, que puede acabar colapsando el sistema nacional de salud?

Foto: Manifestación en Madrid por la sanidad pública. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Manifestación en Madrid por la sanidad pública. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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Premisa general: el problema de la sanidad pública no es exclusivo de la Comunidad de Madrid. Imagino que en eso habrá poca discrepancia, incluso deben pensarlo así los sindicatos que han convocado las protestas y hasta la propia presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, pero el barro en el que se mueve la política en que les gusta batallar impide admitir eso, que hay problemas comunes que no solo afectan a la comunidad capitalina. De modo que, a partir de ahí, establezcamos una premisa más: si queremos analizar el estado del sistema público de salud en España, tenemos que hacer un esfuerzo por distinguir entre los problemas objetivos que existen y el interés político por utilizarlo para arrojárselo al adversario. Lo único relevante para el interés general es lo primero, pero tampoco podemos ignorar que la gresca apasiona al personal, a esta sociedad de banderías y trincheras que tenemos, así que abordemos ambas sin manosearlas, sin amasarlas juntas.

Comencemos con la premisa general de la que arrancamos. La sanidad pública en España ha vivido décadas de complacencia, desde el final del franquismo, porque se imponía a cualquier otra consideración el esfuerzo de la sanidad universal, que se plasma en el artículo 43 de la Constitución, como un derecho fundamental de todos los españoles. A pesar de las desigualdades y las deficiencias del traspaso de competencias a las autonomías, el desarrollo de la sanidad pública en toda España ha sido notable. A partir de la crisis financiera de 2007, sobre todo, comenzaron grandes recortes de financiación en muchas comunidades autónomas y es ahí donde surgen las primeras protestas masivas. En el caso de Andalucía, por ejemplo, para no volver siempre al caso de Madrid, el malestar social se identificó con el estallido de protestas que ni siquiera estaban organizadas por los sindicatos o por los partidos políticos. Hubo un movimiento, que lideró un médico del propio sistema público de salud, Jesús Candel, recientemente fallecido, conocido como Spiriman, que sorprendió a todo el mundo y supuso el inicio del fin de la hegemonía socialista en Andalucía.

La pandemia de coronavirus, a decir de muchos médicos, ha provocado que, sobre las carencias que ya se venían padeciendo, se sume ahora el hartazgo del personal sanitario, como si en el ánimo de todos ellos existiera un antes y un después de aquel drama sanitario. Mucho de lo que, en las décadas anteriores, se soslayaba o se le restaba importancia, desde las retribuciones laborales hasta los turnos laborales, se convierte ahora en reivindicaciones inexcusables de primer orden. ¿Cómo hemos soportado durante tantos años unas condiciones laborales tan precarias y sueldos muy por debajo de los de países vecinos?, comenzaron a preguntarse todos. Y comenzó el exilio, la peregrinación de muchos profesionales que se han formado en España y se han marchado a trabajar fuera. Por el mismo trabajo, mejores condiciones laborales y el doble de sueldo.

Este fenómeno de deterioro interno se ha sumado, por si fuera poco, a otro que augura consecuencias fatales: el baby boom del siglo pasado provocará un baby crack —podríamos denominarlo así, si se permite— en la plantilla sanitaria actual. Las consecuencias pueden calcularse a partir de una deriva de factores objetivos: las carencias actuales de la sanidad pública se agravarán con la jubilación masiva del personal sanitario de la generación del baby boom, que pasará a engrosar las listas de espera como pacientes, mientras que sus plazas libres en el sistema público no se pueden sustituir por falta de médicos. Hace años que se viene advirtiendo de este fenómeno, pero nadie parece querer abordarlo.

Foto: Huelga de médicos en Madrid. (EFE/Rodrigo Jimenez) Opinión

En las estadísticas que conocemos, siempre hay una graduación de comunidades, mejor o peor, dependiendo siempre de la materia que se mida (inversión por habitante en atención primaria, recursos en atención hospitalaria, número de médicos por habitante, listas de espera…), pero nadie discute que los problemas sanitarios son comunes a todas ellas. Podemos verlo más claro si la comparación la establecemos con la media europea, en vez de entre comunidades autónomas: España está por debajo de la media en número de médicos por población. Porcentualmente, puede parecer que la diferencia no es muy relevante (3,4 profesionales por cada 1.000 habitantes en España, mientras que en Europa son 3,6), pero si se traslada a número de médicos, la desproporción visible aumenta: según el sindicato CSIF, eso quiere decir que, en España, para situarnos en la media europea, habría que contratar a 290.000 médicos. En consecuencia, la pregunta fundamental que debemos hacernos es si el problema nos parece de suficiente envergadura como para que exista una política nacional de emergencia sanitaria, que siempre será más efectiva, dado que los problemas son comunes, que si que cada comunidad autónoma actúa por su cuenta. ¿Para qué existe en España un Ministerio de Sanidad si no es para liderar la respuesta del Estado a una situación como la actual, que puede acabar colapsando el sistema nacional de salud? En fin…

Finalmente, lo particular: las protestas de Madrid. La presidenta de la comunidad, Isabel Díaz Ayuso, tiene entre sus defectos principales su concepción de la política como un cómic de superhéroes de Marvel. Ayuso contra los ogros del totalitarismo rojo. Quizás esa estrategia pudo servirle durante la pandemia de covid-19, cuando irrumpió en el centro derecha español como la líder consolidada en que se ha convertido, pero en este momento puede resultar contraproducente porque, como ella misma debe saber, ningún sindicato tiene la capacidad de convocatoria que se movilizó el pasado domingo si no existiera un mar de fondo real, palpable, sentido por miles de ciudadanos que viven en Madrid.

Responder a la protesta contra las deficiencias de la atención primaria en Madrid con el mensaje —literal— de que "quieren imponer en España una república federal laica de facto, desmontando el Estado de derecho y el orden constitucional por atrás. Les estorban la historia, la Corona, la Guardia Civil, las Fuerzas Armadas, Madrid, los jueces y la prensa libre"; responder eso, como hizo ayer la presidenta Ayuso, es política marveliana, como psicodélica o desnortada. Un show, en fin, montar un show, que nada tiene que ver con lo que gritan muchos ciudadanos que, igual, hasta la votaban en las elecciones.

Premisa general: el problema de la sanidad pública no es exclusivo de la Comunidad de Madrid. Imagino que en eso habrá poca discrepancia, incluso deben pensarlo así los sindicatos que han convocado las protestas y hasta la propia presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, pero el barro en el que se mueve la política en que les gusta batallar impide admitir eso, que hay problemas comunes que no solo afectan a la comunidad capitalina. De modo que, a partir de ahí, establezcamos una premisa más: si queremos analizar el estado del sistema público de salud en España, tenemos que hacer un esfuerzo por distinguir entre los problemas objetivos que existen y el interés político por utilizarlo para arrojárselo al adversario. Lo único relevante para el interés general es lo primero, pero tampoco podemos ignorar que la gresca apasiona al personal, a esta sociedad de banderías y trincheras que tenemos, así que abordemos ambas sin manosearlas, sin amasarlas juntas.

Isabel Díaz Ayuso
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