Matacán
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El sello del PCE y los farsantes
Sin Santiago Carrillo, no hubiera existido el pacto de convivencia democrática que hizo posible la aprobación de la Constitución. ¿Un sello que nos recuerde ese Partido Comunista? Claro que sí
El Partido Comunista de España (PCE) bien merece un sello de reconocimiento en esta democracia por lo mucho que ha representado para que hoy podamos vivir en libertad. Quienes lo ofenden, quienes escupen sobre ese sello de Correos, ignoran a conciencia que la memoria contemporánea que aquí tenemos del Partido Comunista en España no es la de los espantosos crímenes de los Jemeres rojos ni de la brutal represión asesina de Stalin o de Mao, sino la de gente humilde que se jugó la vida en la clandestinidad durante la dictadura por mantener viva la conciencia de la libertad y los derechos de los trabajadores.
Luego, cuando se murió el dictador, supieron ceder para conciliar y alcanzar el pacto político y social que hizo posible esta democracia que disfrutamos. En muchos reportajes, libros y entrevistas, Santiago Carrillo, el carismático y controvertido líder del PCE, siempre recordaba algunos aspectos fundamentales de la Transición democrática, empezando por la constatación de que "Franco murió en la cama" y que la oposición al régimen, no solo "no tuvo la fuerza suficiente para derribar la dictadura", sino que una parte de la misma a lo que aspiraba era a "sustituir a la dictadura". De ahí que valorase tanto el papel jugado por el rey Juan Carlos para, con los poderes absolutos que había heredado del dictador, conducir a todas las instituciones del régimen franquista a su propia inmolación.
En ese contexto, Carrillo entendió muy pronto que entre las cesiones que tenían que hacer los comunistas estaba la aceptación de la monarquía parlamentaria, "porque no tenía nada de común con la monarquía conocida hasta entonces; era una monarquía con un contenido republicano, basada en la revolución francesa". Sin el Partido Comunista de España, la Transición democrática no hubiera sido posible.
Sin Santiago Carrillo, no hubiera existido el pacto de convivencia democrática que hizo posible la aprobación de la Constitución. ¿Un sello que nos recuerde ese Partido Comunista? Claro que sí, por qué no, si la concordia de la que tanto nos enorgullecemos, la que propició el prodigio histórico de pasar pacífica y legalmente de la dictadura a la democracia, exigía precisamente no volver a remover las heridas y el odio asesino del pasado.
La concordia de la que tanto nos enorgullecemos, la que propició el paso pacífico de la dictadura a la democracia, exigía no remover las heridas
El alejamiento y el olvido de esos principios básicos de convivencia es, precisamente, lo que se plasma en nuestros días con polémicas como las que ha levantado la edición de un simple sello de Correos recordando el centenario del Partido Comunista de España. Los planteamientos de quienes se oponen a ese gesto serían ridículos o patéticos, si no fomentasen una estrategia de tensión y rencor de la que siempre hay que huir. Que se opongan asociaciones y partidos de extrema derecha, podría esperarse, pero que lo hagan también el Partido Popular y Ciudadanos es del todo sorprendente y desolador.
"El comunismo, el nazismo, y el fascismo son ideologías totalitarias condenadas por el Parlamento Europeo y que causaron millones de muertes", ha bramado el antiguo portavoz del PP, Rafael Hernando, en sintonía con lo que también ha dicho Ciudadanos: "es conmemorar el odio, el crimen y la miseria. Mancha la imagen de España y es una vergüenza". En fin…
Lo llamativo de esta desmesura del centroderecha español es que son ellos, sobre todo ellos, quienes tendrían que aprovechar todas estas ocasiones para dejar en evidencia a quienes, desde la presidencia del lamentable Rodríguez Zapatero, agitan la memoria histórica como un elemento de confrontación política en España. Dicen querer recuperar la memoria histórica, pero más bien parece que su objetivo es instaurar el enfrentamiento despiadado y cruel de aquellos años. Esa es la terrible paradoja que se produce en la política española con frecuencia, por la necesidad que encuentran unos de justificar sus barbaridades con las barbaridades de los otros.
Se retroalimentan en su radicalidad. Aquellos que en la izquierda y en la extrema izquierda quieren instalar en España un debate político guerracivilista encuentran el verdadero sentido de su sectarismo en la reacción simétrica de la derecha y la extrema derecha. El sentido común, y hasta la listeza estratégica, tendría que haber llevado al PP y a Ciudadanos a lo contrario, a recibir con normalidad la conmemoración del centenario del Partido Comunista de España y restregársela a quienes hoy lideran ese partido y reniegan de la Transición española y de los logros conseguidos.
Quienes ofenden de verdad el sello del PCE, esa memoria, son quienes dentro del PCE abominan de su propio pasado en la Transición, y lo desprecian, lo minusvaloran y lo insultan. La memoria del Partido Comunista que hay que celebrar en esta democracia es la de aquellos que hoy ha olvidado el propio Partido Comunista. Cada vez que los actuales dirigentes comunistas hablan de "la táctica y estrategia de Santiago Carrillo" durante la Transición como la de una "izquierda domesticada", que cedió a las presiones del franquismo y las fuerzas oligárquicas; cada vez que defienden una política "rupturista para iniciar en España un nuevo proceso constituyente", como tantas veces les hemos oído, están manchando la mejor historia del Partido Comunista, la más ejemplar y digna de elogio. Eso es lo que debemos ver en este sello de Correos; todo lo demás es un juego de farsantes de uno y otro lado.
El Partido Comunista de España (PCE) bien merece un sello de reconocimiento en esta democracia por lo mucho que ha representado para que hoy podamos vivir en libertad. Quienes lo ofenden, quienes escupen sobre ese sello de Correos, ignoran a conciencia que la memoria contemporánea que aquí tenemos del Partido Comunista en España no es la de los espantosos crímenes de los Jemeres rojos ni de la brutal represión asesina de Stalin o de Mao, sino la de gente humilde que se jugó la vida en la clandestinidad durante la dictadura por mantener viva la conciencia de la libertad y los derechos de los trabajadores.
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