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Ciudadanos pide un entierro digno
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Javier Caraballo

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Ciudadanos pide un entierro digno

Ciudadanos ha sido las últimas siglas políticas que han querido representar un espacio político, el centro, que en España, como hemos repetido otras veces, es un campo de minas

Foto: La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE/Fernando Alvarado)
La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE/Fernando Alvarado)
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Ciudadanos merece un entierro digno, un gesto de honestidad que lo emparente con su fundación. El partido que surgió de un grito contra las imposiciones de políticas viciadas, del zarandeo de las conciencias para que el debate político volviese a mirar a las gentes, de la rebeldía contra aquellos que, en Cataluña, comenzaron a caminar contra la exclusión y el sectarismo. Aquel movimiento que, en su primer manifiesto, en junio de 2005, planteó, rodeado de algunos de los mejores intelectuales de Cataluña, “la necesidad de crear un nuevo partido político centrado en solucionar los problemas reales de los ciudadanos”. Sobre esos pilares se edificó el embrión de lo que después, una década después, acabó eclosionando en toda España con un extraordinario vigor y un líder aclamado a derecha e izquierda, Albert Rivera.

Igual que ocurrió luego con Inés Arrimadas, la primera líder política que pudo vencer al nacionalismo/independentismo en Cataluña. Pero ahí se agotó todo; en ese abrir y cerrar de ojos, temblaron escuálidas las urnas que antes llenaban, se vaciaron los escaños y brotaron los enfrentamientos internos. En esas están, sin la capacidad mínima que se exige para contemplar lo que les rodea y sin el rubor preciso para no desentrañar más un partido que solo pide oír a la ciudadanía, como lo hicieron hace 17 años. Un entierro digno, aunque ya sabemos que la política, el poder de los despachos, vuelve insensato al más juicioso. Es una verdad cierta que los flashes de los fotógrafos los acaban cegando. Buscan esa adrenalina hasta que ya no existe nada, hasta que todo está arrumbado, destrozado por las deslealtades y las traiciones, y no logran salvar ni la dignidad ni el ejemplo con que llegaron.

La propia futilidad de la pugna, ya celular, entre la presidenta del partido, Inés Arrimadas, y su brazo derecho, Edmundo Bal, tendría que hacerlos recapacitar sobre el nivel de insignificancia de la batalla que plantean. Pero vayamos más allá, repasemos los postulados políticos que se defienden para reparar igualmente en la ceguera de la que hablamos. Son tres conceptos. El primero, la refundación (“Debemos refundar Ciudadanos con nuevas caras para encarar las próximas elecciones con garantía de éxito”, Edmundo Bal). El segundo, el presente político (“Debemos aunar todos los grandes capitales que tiene el partido para una dirección fuerte y con presencia territorial”, Carlos Carrizosa). Y tres, la unidad interna ("Nada puede llevar al partido a la ruptura", Inés Arrimadas). Ninguna de esas tres ilusiones puede sostenerse en la actualidad, como veremos ahora.

La refundación de Ciudadanos como partido político es un imposible, un oxímoron, porque lo que no existe es un partido político como tal. Un partido político es otra cosa. Ciudadanos ha sido las últimas siglas políticas que han querido representar un espacio político, el centro, que en España, como hemos repetido otras veces, es un campo de minas. Antes que Ciudadanos, saltaron por los aires la Unión de Centro Democrático, el Centro Democrático y Social, el Partido Reformista y Unión Progreso y Democracia. ¿Por qué no cuaja ninguno de ellos? El debate es largo, y complejo, pero para limitarnos a un solo motivo podríamos convenir que la sociedad española tiene una inclinación natural hacia el bipartidismo, por mucho que en los estudios sociológicos se muestre mayoritariamente de centro.

Sin Rivera, no hay Cs. Sigue existiendo el espacio político de centro, pero no aquel partido

Solo cuando el bipartidismo entra en crisis, y el personal se hastía del sectarismo que conlleva y la falta de acuerdos, aparece una oportunidad para un partido netamente de centro, si es que, en ese momento, aparece también un líder capaz de aglutinarlo. Es lo que ocurrió con Albert Rivera, que debe ser uno de los políticos españoles de las dos últimas décadas que más expectación llegaron a acumular. Cuando su estrella se apagó, por errores propios ya analizados en otras ocasiones, el partido comenzó a desvanecerse. Sin Rivera, no hay Ciudadanos. Sigue existiendo el espacio político de centro, pero no aquel partido.

Foto: El coordinador general del PP, Elías Bendodo (EFE/Mariscal)

Los grandes capitales políticos tampoco existen en Ciudadanos. Existen dirigentes que merecen toda la consideración y respeto personal, pero ninguno de ellos puede atribuirse la facultad de ser un gran capital político si no quiere caer en el ridículo. El último capital político que le puede quedar a Ciudadanos en este momento es el de los militantes y electores que todavía sueñen con recuperar la grandeza perdida, pero en ese partido ya no hay líderes que puedan representarlos para lograr ese objetivo. ¿Es Edmundo Bal un líder político, acaso? Hace un año, este abogado del Estado se presentó a las elecciones autonómicas en Madrid y no consiguió sacar ni su escaño. ¿Y la presidenta, Inés Arrimadas, es una líder política? Lo fue, pero hace años, cuando se presentó en Cataluña y barrió, como se decía antes. En la mayoría de los sondeos que se publican en la actualidad, Arrimadas es la líder política peor valorada por los españoles. Con ese cesto de problemas, hablar de unidad interna es la mayor de las fantasías.

La mejor opción, antes de prolongar la agonía, es programar una disolución del partido, antes que arrastrarlo por el barro

La unidad interna en Ciudadanos, si la aspiración es volver a su esplendor, no es posible desde que se marchó Albert Rivera, en la primera debacle electoral, y lo acompañó en la salida un sector del partido, muchos de ellos fundadores, que fueron los primeros en proclamar que “Ciudadanos ya no existe”. Además de la derrota implacable de la Asamblea de Madrid, luego vinieron los varapalos de las elecciones de Castilla y León, en que consiguieron salvar un escaño de 12 que tenían, y el de Andalucía, en que desapareció, con el insólito hecho de pasar de sentarse en el Gobierno y presidir el Parlamento a no estar representado.

El mínimo exigible del 5% de los sufragios para obtener representación en las instituciones se ha vuelto un objetivo inalcanzable para Ciudadanos. Con lo cual, si levantan un poco la mirada, la mejor opción, antes de prolongar la agonía, es programar una disolución del partido, antes que arrastrarlo por el barro, después de cumplir con todos los compromisos institucionales que tienen adquiridos en ayuntamientos, autonomías y Cortes Generales. Un entierro digno de sus orígenes. Y a partir de entonces, a esperar de nuevo el resurgimiento del centro político en España, que será con otras siglas y otros líderes, despegados de este pasado naranja.

Ciudadanos merece un entierro digno, un gesto de honestidad que lo emparente con su fundación. El partido que surgió de un grito contra las imposiciones de políticas viciadas, del zarandeo de las conciencias para que el debate político volviese a mirar a las gentes, de la rebeldía contra aquellos que, en Cataluña, comenzaron a caminar contra la exclusión y el sectarismo. Aquel movimiento que, en su primer manifiesto, en junio de 2005, planteó, rodeado de algunos de los mejores intelectuales de Cataluña, “la necesidad de crear un nuevo partido político centrado en solucionar los problemas reales de los ciudadanos”. Sobre esos pilares se edificó el embrión de lo que después, una década después, acabó eclosionando en toda España con un extraordinario vigor y un líder aclamado a derecha e izquierda, Albert Rivera.

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