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Marruecos, la extrema derecha tolerable
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Javier Caraballo

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Marruecos, la extrema derecha tolerable

Quien mejor ha explicado lo sucedido ha sido el eurodiputado socialista Juan Fernando López Aguilar, en el 'Diario de Avisos': "Si hay que tragar sapos, se tragan"

Foto: Mohamed VI de Marruecos. (EFE/Mariscal)
Mohamed VI de Marruecos. (EFE/Mariscal)
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Partamos de uno de los dilemas más controvertidos que nos suceden: la extrema derecha supone una amenaza real contra las democracias y es, al mismo tiempo, un constructo político utilizado y agitado por la izquierda para reafirmarse. Sucede en muchos países, pero en España es uno de los elementos centrales del debate político. La novedad es que, gracias al desahogo y la soberbia con que el líder del PSOE, Pedro Sánchez, se maneja por la política, los socialistas españoles nos acaban de ofrecer el mejor ejemplo de ese contrasentido, de cómo se manosean los conceptos, que tendrían que ser intocables para un demócrata, y, a conveniencia, se disculpa a quien conviene y se desprecia a quien interesa.

Todo viene, como sabemos, de la sorprendente decisión que adoptaron hace unos días los eurodiputados del PSOE en el Parlamento Europeo cuando votaron en contra de una resolución de condena a los abusos de Marruecos y el desprecio de los derechos humanos, con episodios trágicos como los incidentes de la valla de Melilla en que murieron decenas de inmigrantes. Pues bien, por lo que se ha conocido después, el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, recibió una llamada de su colega marroquí, Nasser Bourita, en la que le dejó claro lo que Mohamed VI esperaba del presidente Pedro Sánchez, con el que tiene previsto verse en unos días, a principios de febrero. El Gobierno español lo entendió y así lo hicieron: los eurodiputados socialistas españoles fueron los únicos que votaron en contra de la condena a Marruecos junto con los eurodiputados de la extrema derecha francesa.

Foto: Vista general del hemiciclo del Parlamento Europeo. (EFE/EPA/Olivier Hoslet)

Quien mejor ha explicado lo sucedido ha sido el eurodiputado socialista Juan Fernando López Aguilar, en el Diario de Avisos: “Si hay que tragar sapos, se tragan”. Pero la explicación es más completa: “Marruecos está ahí al lado y no podemos prescindir [de esa circunstancia]. Es nuestro vecino inexorable y la única forma de relacionarnos con esa realidad es desde el respeto mutuo, y eso hay que construirlo. Tragando saliva o sapos, si hace falta. Pero [el respeto] hay que construirlo”. No debemos pasar por alto, aunque solo sea como detalle suplementario, que este López Aguilar, que fue ministro de Justicia con Zapatero, es ahora el presidente de la Comisión del Parlamento Europeo de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos de Interior. Detengámonos en dos palabras: “vecino” y “respeto”.

El detalle de que junto a los socialistas hayan votado los eurodiputados de Marine Le Pen nos deja claro que la actuación de Marruecos es aceptable para la extrema derecha europea, con lo que no cabe discusión alguna a la hora de concluir que, a pesar de ello, los socialistas españoles consideran que, incluso en ese caso, debe imponerse la “vecindad inexorable” y la necesidad de construir un ambiente de “mutuo respeto”. Es como admitir que la monarquía de Marruecos es un régimen totalitario, con los mismos fines que la extrema derecha europea, pero tolerable.

Es como admitir que la monarquía de Marruecos es un régimen totalitario, con los mismos fines que la extrema derecha europea, pero tolerable

En la Europa de nuestros días, y aun en todas las democracias occidentales, se viene advirtiendo desde hace años de las amenazas que existen y del peligro que conllevan, sobre todo por la proliferación de los populismos con tentaciones autoritarias, contrarias a los derechos y libertades conquistados. No solo de la extrema derecha, sino también de la extrema izquierda, quede claro. Pero el riesgo es tan cierto que, por esa exclusiva razón, lo que debe denunciarse con más fuerza es a aquellos líderes políticos que banalizan los riesgos reales de la extrema derecha, por ejemplo, cuando convierten y acusan a todos los que les contrarían en fascistas.

La cuestión de fondo es qué hacer, cómo actuar, cuando en una democracia los ciudadanos votan a un partido de extrema derecha. Si le aplicamos, por ejemplo, a la extrema derecha española los mismos argumentos que utiliza el PSOE para tolerar al Reino de Marruecos, como el de “vecindad inexorable”, lo primero que tendría que valorarse es que se trata de una realidad que convive con nosotros: hasta 3.656.979 españoles votaron a Vox en las últimas elecciones generales. ¿Y cómo se debería aplicar, en ese caso, el concepto de “mutuo respeto” que se debe construir? Desde luego, y esto también le afecta a su socio natural en el centro derecha, el Partido Popular, con una delimitación clara de aquellas políticas que son contrarias a la propia convivencia y estabilidad de la democracia española y a la garantía constitucional de los derechos y libertades. Los cordones sanitarios de una democracia tienen que establecerse sobre políticas concretas, no sobre partidos ni votantes.

Foto: El Parlamento Europeo en Estrasburgo. (Reuters/Yves Herman)
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Frente al dilema del principio, tengamos claro que, en un sistema democrático, muchas de las pretensiones de la extrema derecha suponen una amenaza real contra las democracias, sí, y que por esa misma razón es muy peligroso que la izquierda lo utilice en su propio beneficio, para reafirmarse y llenar sus discursos. Realidad y constructo político al mismo tiempo. De ahí la paradoja que contemplamos a diario en España, cuando observamos que la extrema derecha es una necesidad de la izquierda para hilvanar todos los contextos, para inflamar todos los discursos y para reivindicarse, en fin, como únicos salvadores de todos los males que representan. Cuanto más se radicaliza el discurso de la izquierda, mayor será la impostura, hasta llegar a las periódicas alertas antifascistas, en las que solo falta que introduzcan en sus soflamas un fondo sonoro de bombardeo de aviones de la Luftwaffe nazi.

Es el fondo mismo de la crisis de las ideologías, que se arrastra desde hace décadas y que la izquierda ha ido superando por su complejo de superioridad moral sobre la derecha. Tan cínico, que llega a tolerar y a considerar los totalitarismos de tiranos que se llaman comunistas, aunque cometan, y aún multipliquen, las atrocidades de los dictadores fascistas. Incluso si utilizan las mismas expresiones. El mejor ejemplo lo tenemos en una de las frases más conocidas de Fidel Castro, símbolo eterno de muchos en la izquierda. En junio de 1961, dirigió un discurso a escritores, periodistas, poetas e intelectuales cubanos en el que les aclaró los límites de su régimen: “Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada”. Lo más sorprendente de esa frase de Fidel Castro es que no era suya, sino una copia de la que utilizaba Benito Mussolini para explicar los límites de su Estado fascista: “Todo en el Estado, nada contra el Estado”. En nuestras democracias, en España, lo que sea persistir en esa doble y cínica moral solo nos conduce a situaciones como esta de Marruecos, tratada por los socialistas españoles como una extrema derecha tolerable, mientras que internamente se agita, y se fomenta, a la extrema derecha por mero interés electoral.

Partamos de uno de los dilemas más controvertidos que nos suceden: la extrema derecha supone una amenaza real contra las democracias y es, al mismo tiempo, un constructo político utilizado y agitado por la izquierda para reafirmarse. Sucede en muchos países, pero en España es uno de los elementos centrales del debate político. La novedad es que, gracias al desahogo y la soberbia con que el líder del PSOE, Pedro Sánchez, se maneja por la política, los socialistas españoles nos acaban de ofrecer el mejor ejemplo de ese contrasentido, de cómo se manosean los conceptos, que tendrían que ser intocables para un demócrata, y, a conveniencia, se disculpa a quien conviene y se desprecia a quien interesa.

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