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Pedro Sánchez y la bandeja de sapos
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Javier Caraballo

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Pedro Sánchez y la bandeja de sapos

Si Pedro Sánchez está preocupado por cómo pasará a la historia​, en la torpeza del manejo de las relaciones con Marruecos tiene un buen material para pensar en ello

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Jalal Morchidi)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Jalal Morchidi)
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Al bajarse de la escalerilla del avión, el viejo general, con su barba blanca y puntiaguda, arrugó sus ojos achinados y se acercó al oído del presidente del Gobierno de España: “El arte supremo de la guerra es doblegar al enemigo sin luchar. Pedro, aprende la lección, mírate, estás arrodillado ante Mohamed”. Luego, el espíritu del general Sun Tzu se perdió en el torbellino de aire repentino que provocó una de las turbinas del Airbus 310 del Reino de España y el presidente Pedro Sánchez se vio ridículo en aquella soledad de la explanada del aeropuerto de Rabat.

Con la calculada frialdad de quien maneja los tiempos y se sabe dueño de la relación, el rey Mohamed VI esperó para comunicar su plantón a que Pedro Sánchez estuviera a punto de montarse en el avión oficial que iba a llevarle a Marruecos, acompañado de una de las mayores delegaciones de ministros que ha desplazado este Gobierno en una visita oficial a otro país. Lo llamó por teléfono a la Moncloa y se lo dijo, que en vez de recibirlo, de estrecharle la mano, de tomar el té moruno y hacerse la foto, se quedaba en su lujosa mansión de Pointe-Denis, en el paradisiaco estuario de Komo, en Gabón. Como se dice en la nueva jerga de la hojana, ya más adelante, si eso, en otra ocasión, lo recibirá en Marruecos. En esta visita de ahora, el presidente del Gobierno español se tiene que contentar con repasar en la habitación del hotel la bandeja de sapos con la que ha sido agasajado.

Foto: El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (3-i), y Mohamed VI de Marruecos (2-d). (EFE/Presidencia del Gobierno)

Tragarse sapos, sí. ¿No es acaso lo que había dicho el portavoz de Justicia del PSOE en el Parlamento Europeo, Juan Fernando López Aguilar, cuando los socialistas españoles votaron en contra de que se reprenda a Marruecos por la tragedia de Melilla? Hay que tragarse sapos para llevarse bien con Marruecos, dijo, como si tuviésemos que entender como un hecho normal que las relaciones diplomáticas incluyan que el voto de los eurodiputados socialistas se ordene con una llamada de teléfono dictada por Mohamed VI, que es lo que ocurrió. Es verdad que las relaciones diplomáticas se rigen por la realpolitik y, de hecho, tiene precursores tan antiguos como el propio general Sun Tzu y, muchos siglos después, Nicolás Maquiavelo. Eso es verdad, pero nada de lo que está ocurriendo en las relaciones entre España y Marruecos desde abril de 2021 tiene que ver con la realpolitik, debe llamarse de otra forma, alguna expresión más vulgar, más ordinaria. Algo que resuma la extraordinaria dureza y desconsideración con la que el rey de Marruecos está doblegando a Pedro Sánchez desde el torpe, inexplicable y absurdo error cometido con el líder del Frente Polisario, Brahim Galli, en abril de 2021.

Repasemos lo sucedido en estos dos años desde este último episodio, como si al pensarlo contemplásemos entre tanto esa escena, al presidente Pedro Sánchez bajando de la escalerilla de su avión, poco después de que el rey de Marruecos le comunicase por teléfono su último desplante. Lo que jamás nadie podrá entender es cómo fue posible que el Gobierno español se prestase a la chapucera operación de intentar traer oculto a un hospital de La Rioja a Brahim Galli, muy enfermo por el covid-19, después de que otros países europeos lo hubieran rechazado, para no enemistarse con Marruecos.

Foto: El ministro marroquí de Exteriores, Nasar Burita. (EFE)

Es evidente que los marroquíes estaban al tanto de todos sus movimientos, mucho más en España, donde ya ha quedado patente que el Gobierno de Marruecos ordenó que se pincharan hasta 200 teléfonos españoles, entre ellos los del propio presidente del Gobierno y su ministra de Defensa, con el famoso sistema de espionaje Pegasus. Mohamed VI debió conocerlo desde que el líder del Polisario, bestia negra de los marroquíes, puso un pie en España. ¿Debía atenderlo España por cuestiones humanitarias? Sí, pero seguro que había otras opciones para prestarle ayuda. Lo único que no se debía hacer es intentar engañar a los marroquíes, camuflando grotescamente su identidad, el viaje y la hospitalización. Es decir, todo lo que hizo este Gobierno para desatar la mayor crisis diplomática con Marruecos en 20 años. El rey de Marruecos tardó poco más de un mes en comenzar a señalarle a Pedro Sánchez la profundidad de su torpeza. Para empezar, apertura de la frontera de Ceuta, con la invasión de más de 8.000 personas, entre ellas, un millar de menores de edad.

Posteriormente, retirada de la embajadora de Marruecos en España y comunicados sucesivos en los que calificaba lo ocurrido con Galli como algo “inaceptable y condenable” y “una provocación explícita al Reino de Marruecos”. Hubo en uno de esos comunicados una amenaza propia de capos antes que de embajadores: “Hay actos con consecuencias y se tienen que asumir”. Esa es la lista de cesiones, silencios, sometimientos y renuncias por la que ha tenido que transigir el presidente Pedro Sánchez para llegar a este punto en el que el rey de Marruecos simplemente lo desconsidera. Entre esos episodios, está, obviamente, el cambio de criterio de España sobre la soberanía del Sáhara. También aquella, como se defendió aquí, podía entenderse como una decisión razonable, acorde con el criterio coincidente de la Unión Europea y de Estados Unidos, pero ejecutada de la peor forma por el Gobierno de España. Fue una claudicación más, no una decisión de Estado.

¿Qué ha aprendido el rey Mohamed VI de Pedro Sánchez? Que el presidente español está dispuesto a todo siempre que Marruecos no le cause problemas. El Sáhara, la tragedia de la valla de Melilla o la invasión de Ceuta. Solo hay que reparar en un detalle reciente, el silencio absoluto con que el Gobierno español ha reaccionado cuando desde Marruecos se ha desmentido, hace dos días, que España hubiera solicitado hace meses la extradición del yihadista asesino de Algeciras. Lo dijo el ministro Marlaska, para justificarse, y Marruecos ha contestado que no es verdad. Si Pedro Sánchez está preocupado por cómo pasará a la historia, en la torpeza del manejo de las relaciones con Marruecos tiene un buen material para pensar en ello. Esa imagen suya tragando una bandeja de sapos, servida por Mohamed VI, resulta desoladora.

Al bajarse de la escalerilla del avión, el viejo general, con su barba blanca y puntiaguda, arrugó sus ojos achinados y se acercó al oído del presidente del Gobierno de España: “El arte supremo de la guerra es doblegar al enemigo sin luchar. Pedro, aprende la lección, mírate, estás arrodillado ante Mohamed”. Luego, el espíritu del general Sun Tzu se perdió en el torbellino de aire repentino que provocó una de las turbinas del Airbus 310 del Reino de España y el presidente Pedro Sánchez se vio ridículo en aquella soledad de la explanada del aeropuerto de Rabat.

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