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Pacheco quiere la gracia de Pujol
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Javier Caraballo

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Pacheco quiere la gracia de Pujol

Lo único que pide es que le contesten de una vez, porque es lo que "legalmente corresponde" para que, al fin, lo traten como si fuera un pertinaz independentista o un estafador

Foto: Pedro Pacheco. (EC)
Pedro Pacheco. (EC)
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Pedro Pacheco no está enfadado; "estoy superenfadado". Ni agraviado; "estoy superagraviado". Se mira de arriba abajo y se repite lo mismo que se decía cuando estaba en prisión y lo sancionaban por tener un crucifijo de madera en la celda que el director de la cárcel consideraba "un arma ofensiva". Perplejo, encogía todos los músculos de la cara, enarcaba las cejas y apretaba los labios, "pero qué carajo está pasando conmigo". Es la misma sensación que vuelve a tener ahora, cuando pasan los días, los meses y los años y su petición de indulto parcial se mantiene en un cajón del Ministerio de Justicia sin que, al menos, le digan que no va a prosperar. El escrito acumula polvo, que es la más ofensiva de todas las desatenciones, como si su caso, sencillamente, no mereciera el más mínimo interés. No le dicen ni que sí ni que no, silencio valorativo de "señor, deje de molestar".

Cumplió la pena de cárcel a la que lo condenaron, pagó el dinero que le reclamaban (300.000 euros) y, hace dos años, solicitó un indulto parcial, la extinción de la pena de inhabilitación que arrastra y que le impide retomar su carrera política. Podemos entender, por tanto, sin ni siquiera entrar a analizar el fondo de la cuestión, que la indiferencia sea lo que más le enerva, esa desconsideración. Que, en un país como el nuestro, todo ciudadano tiene derecho, al menos, a que se le atienda. Con independencia de que su reclamación podamos compartirla o no. Luego volveremos al caso Pujol y a los políticos catalanes que obtienen los favores del Gobierno, pero es en esa comparación donde se inflama el agravio.

Foto: El exalcalde de Jerez Pedro Pacheco. (EFE/Román Ríos)

El caso de Pedro Pacheco, de todas formas, es conocido. Durante casi un cuarto de siglo, desde 1979 a 2003, fue alcalde de Jerez de la Frontera, se hizo famoso por su carácter, por su forma de expresarse, por su solidez en las urnas y, sobre todo, por una frase: "la Justicia es un cachondeo". En todos esos años de alcalde, no tuvo que enfrentarse a ninguna denuncia por su gestión hasta que en el declive de su mandato, y en el de su propio partido, los andalucistas, lo acusaron de haber colocado en el Ayuntamiento a dos asesores, dos dirigentes de su partido.

¿Alguien conoce en su ciudad, en su provincia o en cualquier otro gobierno algún otro caso de enchufismo? Por decenas, claro, pero también en los enchufes y en el clientelismo hay matices jurídicos e interpretaciones judiciales que hacen que unos acaben en condena y otros, en nada. El caso de Pacheco es extraordinario porque lo condenaron a cinco años y medio, que cumplió hasta el tope máximo en el penal del Puerto III. Luego la pena se amplió varios años más, por la venta de una parcela municipal y por pagar con dinero público las obras —esta es la más peculiar— en la casa de la Hermandad del Rocío de Jerez.

También en el clientelismo hay matices jurídicos e interpretaciones judiciales que hacen que unos acaben en condena y otros, en nada

En las valoraciones de las sentencias se comete menudo el despropósito de comparar dos casos judiciales, sin atender a las diferencias entre unos y otros, penales y procesales, como podría ocurrir en esta ocasión, pero en el trato de favor del Gobierno, por su capacidad para conceder un indulto, no existe esa sinrazón. ¿Cuál debe ser el criterio de un Gobierno para otorgar esa gracia decimonónica, más propia de monarcas absolutos que de las democracias y los Estados de Derecho? Desde luego, todo el mundo compartirá que lo único que no debe primar es el favoritismo o el interés político. Si un preso ha cumplido su pena de cárcel y ha indemnizado al Estado por los daños económicos causados, sería lógico pensar que su expediente debería valorarse antes que el de otros presos que no han cumplido ni un tercio de la condena impuesta y que, en todo momento, se han mostrado dispuestos a repetir el delito por el que fueron condenados.

"Lo volveremos a hacer", han repetido mil veces los cabecillas de la revuelta independentista catalana, incluso ante el Tribunal que los juzgó. Y, sin ni siquiera solicitarlo, han sido indultados. No solo eso, Pacheco también puede sentirse objetivamente agraviado porque, además del indulto, también se ha reformado el Código Penal de acuerdo a sus exigencias, para derogar o intentar aminorar sus condenas y las de aquellos que aún no han sido juzgados. Y ahora, al exalcalde de Jerez lo que pide es que le concedan la gracia de que pagar con dinero público las obras de una casa de hermandad de la Virgen del Rocío merezca la misma clemencia que un golpe constitucional, como el que quisieron perpetrar.

Foto: José Antonio Griñán a su entrada en los juzgados de Sevilla. (EFE/Julio Muñoz)

La gracia con la que Pacheco se siente agraviado con respecto al caso de Jordi Pujol y de sus hijos es otra distinta. Esta sería la gracia de la lentitud de la Justicia, que en el caso de Pujol se está haciendo eterna. ¿Por qué tenemos la sensación de que todos los casos de corrupción avanzan menos este? ¿Y por qué tantos políticos implicados en esos escándalos han pasado por la cárcel de forma preventiva, incluso cuando después resultaran absueltos, menos los del caso Pujol? "Cómo nos vamos a extrañar, si ya ocurrió lo que ocurrió con el desfalco de Banca Catalana, que se tapó", le dice Pedro Pacheco a este periódico.

Por eso, esta misma semana, el exacalde de Jerez, que no está enfadado, sino superenfadado, que no está agraviado, sino superagraviado, ha vuelto a escribirle al Ministerio de Justicia preguntando por lo suyo "visto el estado de paralización absoluta" de su petición de indulto. Lo único que pide es que le contesten de una vez, porque es lo que "legalmente corresponde" para que, al fin, lo traten como si fuera un pertinaz independentista o un honorable estafador. Pide, en fin, que el Gobierno de Pedro Sánchez "me conceda la gracia solicitada", la gracia de Junqueras y Pujol.

Pedro Pacheco no está enfadado; "estoy superenfadado". Ni agraviado; "estoy superagraviado". Se mira de arriba abajo y se repite lo mismo que se decía cuando estaba en prisión y lo sancionaban por tener un crucifijo de madera en la celda que el director de la cárcel consideraba "un arma ofensiva". Perplejo, encogía todos los músculos de la cara, enarcaba las cejas y apretaba los labios, "pero qué carajo está pasando conmigo". Es la misma sensación que vuelve a tener ahora, cuando pasan los días, los meses y los años y su petición de indulto parcial se mantiene en un cajón del Ministerio de Justicia sin que, al menos, le digan que no va a prosperar. El escrito acumula polvo, que es la más ofensiva de todas las desatenciones, como si su caso, sencillamente, no mereciera el más mínimo interés. No le dicen ni que sí ni que no, silencio valorativo de "señor, deje de molestar".

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