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Abascal coquetea con la muerte de Vox
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Javier Caraballo

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Abascal coquetea con la muerte de Vox

Ramón Tamames dormitaba en su escaño presenciando cómo naufragaba su moción de censura, cómo se liquidaba todo el interés antes de que pudiera tomar la palabra

Foto: El profesor Ramón Tamames (i) conversa con el líder de Vox, Santiago Abascal, durante el debate de la moción de censura. (EFE/Chema Moya)
El profesor Ramón Tamames (i) conversa con el líder de Vox, Santiago Abascal, durante el debate de la moción de censura. (EFE/Chema Moya)
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Nadie se acordó de que Tamames estaba allí, sentado en los escaños del Congreso, ni de que era el protagonista, el candidato a la presidencia del Gobierno de España. Nadie reparó en este hombre cuando la moción de censura, su moción de censura, superaba las dos horas y media de debate y hasta se llegaba al primer descanso, sin que el candidato siquiera hubiera tomado aún la palabra. Se reprochaban que no mencionaran a Putin o que se hubiera ausentado Feijóo, se discutía de todo, de pensiones, de feminismo, de cambio climático, de pandemia, de economía, de independentismo, de inmigración... Se hablaba y se discutía de todo, pero Tamames, que estaba allí, no hablaba ni nadie hablaba de él. Era el protagonista, pero ni siquiera había podido saludar a los diputados.

Ramón Tamames dormitaba en su escaño presenciando cómo naufragaba su moción de censura, cómo se liquidaba todo el interés antes de que pudiera tomar la palabra. Contemplaba todo aquello desde la orilla porque ni siquiera lo habían dejado embarcar. En algún momento, cuando se le veía en su escaño y pasaba el tiempo sin que nadie le prestase la más mínima atención, se podía pensar que la ignorancia era el justo pago a su vanidad, que se lo tenía merecido por haberse prestado a una iniciativa política sin sentido alguno, pero incluso en un caso así, no se puede tolerar que un partido político como Vox utilice de esa forma a una personalidad como Ramón Tamames. La payasada de la moción de censura se convirtió en un acto de crueldad, primero, y en una encerrona política, después.

Foto: El profesor y economista Ramón Tamames.  (EFE/J. J. Guillén)

Ramón Tamames entró en el hemiciclo cinco minutos antes de que comenzara el debate, a las nueve. Con una mano se apoyaba en su bastón y con la otra, en el hombro de un ujier. Faltaban pocos minutos, pero aún no había casi nadie en los escaños, quizá solo la mayoría de los diputados de Vox y la vicepresidenta Yolanda Díaz, sentada en su escaño del Gobierno. Nada más entrar, se detuvo un instante y miró hacia arriba, como hacen los turistas cuando llegan al Congreso y reparan que en la televisión parece más grande o en los impactos de bala que se conservan del intento de golpe de Estado de Tejero.

El patrón de Vox le seguía sonriente y, al llegar a los escaños, le indicó amablemente dónde debía sentarse. No había comenzado aún la sesión del Congreso de los Diputados y el protagonismo de Tamames ya se había terminado. Porque lo que vino después fue la moción de censura real, la que buscaba Santiago Abascal, la suya contra Pedro Sánchez y la réplica del presidente del Gobierno; lo de Ramón Tamames no pasó de excusa o de coartada. Invitado de piedra de su propia conferencia, porque no pasaron de ahí ni su protagonismo ni la consideración de su intervención. Cuando se decía antes que la moción de censura podría considerarse un acto de crueldad y una encerrona a Ramón Tamames, es porque Santiago Abascal no tuvo ningún reparo en dejar reducido a la nada su papel en el debate y porque Pedro Sánchez, al verlo, lo utilizó para emplearse a fondo en el cara a cara con el dirigente de Vox, soslayando y envolviendo después el discurso del viejo profesor, al que, en todo caso, trataba con un distante respeto. Sánchez usó la moción para ofrecerse ante los suyos en las dos caras, agrio y amable. Con Tamames desplegó la cordialidad de los ancianos con los que jugó a la petanca.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, junto al candidato a la Presidencia durante la moción, Ramón Tamames. (EFE/Chema Moya)

La deriva excluyente, sin Tamames, que iba a tomar el debate de la moción de censura, pudo adivinarse pronto, en cuanto Santiago Abascal se subió a la tribuna y comenzó su discurso, que nada tenía de presentación del candidato. Conviene reparar en algo, antes de continuar. Hasta ahora, en casi medio siglo, solo se habían presentado cinco mociones de censura y en todas las ocasiones se trataba de iniciativas políticas de los líderes de la oposición. Lo que no había ocurrido nunca es que un mismo partido, que ni siquiera lidera la oposición, presentara dos mociones de censura en la misma legislatura, que es el máximo admitido. Como Vox ha sido el único partido, lo que no podía hacer es presentar las dos veces al mismo candidato a sabiendas de que fracasaría en ambas.

Por esa razón, en esta ocasión, Santiago Abascal decidió elegir a un tercero, Ramón Tamames, para colocarse él mismo de presentador. Ya sabemos que existe un síndrome del presentador que se detecta en múltiples conferencias y pregones, cuando la persona que tiene el encargo de presentar a alguien acapara más tiempo y busca más protagonismo en su intervención que el propio conferenciante. Suele citarse como referencia para los presentadores uno de los consejos de Franklin Delano Roosevelt: “Sé sincero, sé breve y siéntate”. Ninguna de las tres cosas fue Santiago Abascal en su papel indecoroso de presentador de Ramón Tamames. No quería presentarlo, sino utilizarlo en su beneficio; no estaba allí para agasajarlo, sino para ignorarlo; no pretendía ensalzar sus ideas o sus propuestas, porque ni siquiera las comparte.

En su insólita intervención de candidato emboscado de la moción, Abascal arremetió contra todo lo que le rodeaba en ese momento

En su insólita intervención de candidato emboscado de la moción de censura, Abascal arremetió contra todo lo que le rodeaba en ese momento, políticos y periodistas. Quizá no podamos encontrar ningún otro caso igual en toda la historia de Congreso, un portavoz que se sube a la tribuna y pide la dimisión de todos los diputados menos la suya, y las de su grupo parlamentario, claro. Pues Abascal lo hizo. Como en esos complejos psicológicos en los que se utiliza el humor o el sarcasmo para tranquilizar la mala conciencia, el líder de Vox repitió en numerosas ocasiones, como si fuera un latiguillo de su discurso, las palabras “circo, disparate y esperpento”, que son los apelativos más empleados contra esta moción de censura. En una de esas, se revolvió y utilizó todos esos calificativos para esta legislatura y se los arrojó a los diputados presentes: “Ninguno de ustedes ha tenido la dignidad de marcharse”. Abascal se refería, especialmente, a aquellas votaciones en las que el Congreso prolongó el estado de alarma por la pandemia que, con posterioridad, anuló el Tribunal Constitucional, como le había pedido Vox.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en el debate de la moción de censura de Vox. (EFE/J. J. Guillén)
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También arremetió contra los medios de comunicación, que para el líder de la ultraderecha no son más que “voceros al dictado” de otros intereses, empresariales, políticos o financieros. En el otro extremo de la política, en Podemos, se suele repetir lo mismo. O sea… Lo esperado, salvo que de todo eso ya se tiene constancia reiterada en cada una de las sesiones del Congreso en las que los grupos parlamentarios interpelan al Gobierno. Ya en todas esas ocasiones, el presidente de Vox tiene ocasión de tachar de acomplejados a sus antiguos compañeros del Partido Popular y de escalar cada vez más en los insultos al presidente Sánchez, al que ayer comparó con un personaje de cómic, “un déspota cruel” que “quema los campos de trigo mientras el pueblo pasa hambre”.

Todo eso, la impostura de la moción de censura, la crueldad con la utilización fría, despiadada, de una persona como Tamames, la descalificación de toda la clase política que le rodea y el desprecio de los medios de comunicación; todo eso, en fin, conduce siempre a pensar en una estrategia desesperada o en una alocada huida hacia delante. Aquí se viene insistiendo, desde hace meses, en que estas extravagancias de Vox, que comenzaron a eclosionar en las elecciones andaluzas de junio de 2022, hay que analizarlas desde el punto de vista de Santiago Abascal, porque es posible que todo lo que está ocurriendo se deba a su incapacidad como líder para gestionar el éxito de su formación política.

Los otros dos partidos que nacieron de la convulsión política de la década pasada, Podemos y Ciudadanos, ya han experimentado el deterioro y la caída de sus líderes, Pablo Iglesias y Albert Rivera, y solo queda en primera línea Santiago Abascal. “No estamos muertos”, exclamaba ayer el líder de Vox en el debate de su moción de censura, regodeándose ante los vaticinios pesimistas que se hacen sobre su futuro político. “No estamos muertos”, repetía, y al oírlo daba la sensación del moribundo que coquetea con la muerte.

Nadie se acordó de que Tamames estaba allí, sentado en los escaños del Congreso, ni de que era el protagonista, el candidato a la presidencia del Gobierno de España. Nadie reparó en este hombre cuando la moción de censura, su moción de censura, superaba las dos horas y media de debate y hasta se llegaba al primer descanso, sin que el candidato siquiera hubiera tomado aún la palabra. Se reprochaban que no mencionaran a Putin o que se hubiera ausentado Feijóo, se discutía de todo, de pensiones, de feminismo, de cambio climático, de pandemia, de economía, de independentismo, de inmigración... Se hablaba y se discutía de todo, pero Tamames, que estaba allí, no hablaba ni nadie hablaba de él. Era el protagonista, pero ni siquiera había podido saludar a los diputados.

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