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Javier Caraballo

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Tres falsedades de Pablo Iglesias

A Pablo Iglesias no le importa el Gobierno, le interesa la influencia, el poder fáctico. No le importa la política, le importan los negocios. Tampoco le importa la ideología

Foto: El exvicepresidente del Gobierno y ex secretario general de Podemos Pablo Iglesias. (EFE/Mariscal)
El exvicepresidente del Gobierno y ex secretario general de Podemos Pablo Iglesias. (EFE/Mariscal)
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Hace muy mal Pablo Iglesias cuando se compara con Julio Anguita, porque siempre sale perdiendo. En el trasluz de la comparación solo puede apreciarse la figura de un político tenaz y coherente y la de otro ensimismado y contradictorio. El uno se ponía al servicio de la ideología y el otro pone la ideología a su servicio personal. Hace mal en compararse, sí, y siempre recurre a su recuerdo cuando busca un argumento de autoridad que lo reafirme, como si fuera su discípulo o la herencia de su alma comunista. No es así. Julio Anguita se murió en mayo de 2020, ese año maldito de 2020, al poco de que se hubiera constituido el primer Gobierno de coalición en España, el de socialistas y morados, PSOE y Podemos, lo que él nunca pudo conseguir porque, según decía siempre, Felipe González se negaba. Alfonso Guerra hubiera querido, decía Anguita, para no tener que pactar con los catalanistas de Jordi Pujol, pero el presidente González se oponía, quizá porque siempre ha sido más cómoda la negociación metálica que la ideológica.

En una de las últimas entrevistas que concedió Anguita, en febrero de ese año 2020, a la periodista Marta Nebot, le dejó un consejo a Pablo Iglesias que, transcurrido el tiempo, nos sirve perfectamente para trazar la diferencia intelectual y política de ambos. Era una máxima de Quintiliano, el pensador romano que nació en Calahorra: Suaviter in modo, fortiter in re. Suave en las formas, firme en el contenido. Era el consejo sabio para quien entra en un Gobierno y tiene que dejar atrás la crispación, la agitación y la bronca que le exigía su papel en la oposición de izquierda radical. A la vista está que Pablo Iglesias, y sus fieles de Podemos, son inherentes al escándalo y al estruendo. Antes insultar que armonizar.

Foto: Yolanda Díaz en el Congreso de los Diputados. (EFE/Chema Moya) Opinión
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Al entrar Podemos en el Gobierno de coalición con el PSOE, al tomar esa decisión histórica, Julio Anguita era consciente de que lo que se quedaba atrás era el largo periodo de oposición y que, como tal, una vez firmado un pacto para gobernar, lo que se impone es una estrategia distinta; pragmatismo sereno y firme. Suave en las formas y enérgico en la defensa de los principios. ¿Se fue Pablo Iglesias del Gobierno, en el que estaba de vicepresidente segundo, por alguna diferencia en el programa pactado con el PSOE, en los acuerdos alcanzados? ¿Acaso abandonó la vicepresidencia porque se le impedía gobernar, de acuerdo al programa pactado? Claro que no, porque se largó a la primera, casi sin estrenar el cargo por la pandemia que nos azotó.

En la respuesta a esa pregunta, nos encontramos con la primera de las tres falsedades esenciales de Pablo Iglesias: no le importa el Gobierno, le interesa la influencia, el poder fáctico. La ambición, la meta, de todo político es la llegada al Gobierno para poder transformar la sociedad a la que pertenece. Lo insólito es que un líder político considere que el Gobierno solo es un peldaño en su biografía, un paso necesario para alcanzar el estatus de notoriedad deseado. El fin de Pablo Iglesias es este que inició cuando se desembarazó de las instituciones, un influyente (mejor que influencer) bien remunerado y un incipiente empresario de medios de comunicación, asociado como está con Jaume Roures, ese tipo… Tal para cual. A Pablo Iglesias, en fin, y esta es la segunda falsedad, no le importa la política, le importan los negocios. La radicalidad de izquierda es el filón en el que se cimientan sus empresas.

Foto: Pablo Echenique y Pablo Iglesias. (EFE/Kiko Huesca)

Cuando a un líder político no le interesa el Gobierno, cuando la política es una fuente de negocio, la única conclusión posible es que tampoco le importa la ideología, que es la tercera de las falsedades de Pablo Iglesias. La ideología también está al servicio de la ambición personal de mandar, quitar y poner, disponer y vetar; servilismo acolchado por consignas. Cuando Pablo Iglesias repite, desde hace años, que lo fundamental de los partidos, plataformas y mareas que están a la izquierda del PSOE es que comparten “el 90% del programa” y que, por esa razón, “hay que tener altura y caminar juntos”, sabe, perfectamente, que esa no es la cuestión. Las diferencias ideológicas o programáticas no han sido nunca la causa de las divisiones en la izquierda radical. ¿Cuántos de los que han sido expulsados o han abandonado Podemos, desde su fundación, se han marchado por diferencias ideológicas internas?

La purga en Podemos, como cualquier otra, estrecha el círculo en torno al líder, lo rodea de incondicionales, un cerco de fuego ciego. Ordeno y mando. Por esa razón, que nada tiene que ver con la ideología, por supuesto, la vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz se ha decidido a tirar para adelante con Sumar, la nueva versión de Izquierda Unida (en realidad, todos son remakes de aquello que fundó Anguita).

Foto: Yolanda Díaz e Irene Montero. (EFE/Mariscal)

La última vez que Pablo Iglesias engañó a Yolanda Díaz le sirvió de escarmiento y de guía para todo lo que iba a ocurrir después. Fue en Andalucía, en las elecciones autonómicas de junio del año pasado. Igual que ocurre ahora con las exigencias de Pablo Iglesias antes de integrarse en Sumar, en Andalucía Podemos forzó la negociación hasta el límite para participar en la plataforma que auspiciaba Yolanda Díaz, a través de su candidata allí, Inmaculada Nieto. Tanto la forzó que el acuerdo se cerró al límite de cerrarse el plazo para presentar candidaturas. Cuando pasaron las elecciones, en Izquierda Unida en Andalucía hicieron balance: de los cinco diputados obtenidos, solo les pertenecía uno, la propia candidata, igual que a Más País, mientras que Podemos disponía de tres escaños.

“El acuerdo con la dirección estatal de Podemos fue un trágala a pocos minutos de cerrarse el plazo para el registro de la coalición y la causa de esta injusta representación de Izquierda Unida”, decía el informe que aprobó la dirección pocos días después de las elecciones andaluzas. Por primera vez en la historia autonómica, el Partido Comunista no cuenta con ni un solo diputado en el Parlamento andaluz. Yolanda Díaz ha aprendido la lección y, esta vez, no va a transigir con ningún trágala.

Hace muy mal Pablo Iglesias cuando se compara con Julio Anguita, porque siempre sale perdiendo. En el trasluz de la comparación solo puede apreciarse la figura de un político tenaz y coherente y la de otro ensimismado y contradictorio. El uno se ponía al servicio de la ideología y el otro pone la ideología a su servicio personal. Hace mal en compararse, sí, y siempre recurre a su recuerdo cuando busca un argumento de autoridad que lo reafirme, como si fuera su discípulo o la herencia de su alma comunista. No es así. Julio Anguita se murió en mayo de 2020, ese año maldito de 2020, al poco de que se hubiera constituido el primer Gobierno de coalición en España, el de socialistas y morados, PSOE y Podemos, lo que él nunca pudo conseguir porque, según decía siempre, Felipe González se negaba. Alfonso Guerra hubiera querido, decía Anguita, para no tener que pactar con los catalanistas de Jordi Pujol, pero el presidente González se oponía, quizá porque siempre ha sido más cómoda la negociación metálica que la ideológica.

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