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El tonto de todos los crucificados
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Javier Caraballo

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El tonto de todos los crucificados

Pueden negar a Dios si lo desean, pero que nos ahorren estas bobadas. Hasta la blasfemia, llegado el caso, es más interesante que la estupidez

Foto: Jóvenes de Panamá recrean la vida y milagros de Jesús con la Pasión de Cristo. (EFE/Bienvenido Velasco)
Jóvenes de Panamá recrean la vida y milagros de Jesús con la Pasión de Cristo. (EFE/Bienvenido Velasco)
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Faltaba por oír esto, la reivindicación de los otros crucificados del Gólgota que han sido silenciados por la corriente arrolladora del cristianismo. “Hay que darles visibilidad”, que se dirá en correspondencia con la jerga pija propia de estas causas. La cuestión es que lo mismo que existe el tonto del solsticio de invierno, para no tener que mencionar ni felicitar la Navidad, está tomando cuerpo el tonto de todos los crucificados.

Es una novedad, porque hasta ahora lo más recurrente sobre esta materia era el tonto del juicio a Jesucristo, el abogado que, con toda formalidad, traducía al lenguaje penal los pasajes de la pasión y muerte de Jesús para concluir que no se trató de un juicio ni legal ni justo. ¡Albricias! Que podríamos exclamar todos a una, compungidos por un hallazgo así… En fin, sería como si un acreditado sindicalista expusiera su tesis documentada de que en la construcción de las pirámides no se respetaron los derechos laborales de los trabajadores. En el caso de Jesucristo, igual: se concluye que la condena a muerte fue ilegal, que Pilatos decidió ajusticiarlo para no complicarse la vida, temiendo que una revuelta ciudadana pudiera comprometerle con Roma, pero que la condena real tuvo lugar en la casa del sumo sacerdote, Caifás, y de su suegro, Anás. Seguir dándole vueltas a estas peculiaridades, 2.000 años después… En fin.

Foto: Actores interpretan la crucifixión de Jesús en Hiendelaencina, Guadalajara, en 2016. (Getty/David Ramos)

En todo caso, debe aclararse que lo del tonto del juicio de Jesús es un apelativo cariñoso y cómplice porque, normalmente, el magistrado o el abogado que analiza la condena a muerte de Cristo es un hombre de Semana Santa, cofrade y creyente, que en ningún momento tiene la intención de menospreciar o frivolizar sobre la Pasión. Todo lo contrario, el tonto del juicio podría inscribirse perfectamente en la nómina de tontos de capirote que en su día elaboró el periodista y escritor Paco Robles, y que supuso un considerable éxito editorial.

Robles le dio forma al género humorístico de la Semana Santa, su Semana Santa de Sevilla, retratando con ingenio y con gracia a los más fervientes capillitas de la ciudad. Como dejó escrito Carlos Herrera en el prólogo de una de las ediciones de ese magnífico libro, “Paco Robles logró lo que hasta entonces nadie se atrevió ni tuvo capacidad de hacer: contarnos la Semana Santa de un siglo, y de un milenio, que se marchaba. Contar la Semana Santa desde un humor insólito hasta la fecha, inaugurando un nuevo prisma desde el que acercarse a la fiesta”.

Foto: Francisco Jiménez Valverde, más conocido como Paquito Jiménez Valverde. (Toñi Guerrero)
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Ese retrato humorístico, que puede llegar a ser incluso sarcástico, no pone en cuestión la Semana Santa, sino que persigue lo contrario, protegerla de modas y excesos que ponen en peligro su verdadera esencia. Es decir, al revés de lo que podemos intuir en este otro tonto que inauguramos, el tonto de todos los crucificados. La estela pudimos encontrarla hace unos días en un artículo de prensa publicado por el diario El País, con lo que la historia, por la íntima proximidad de este periódico con la progresía, nos puede indicar una tendencia que irá en aumento. El artículo en cuestión lo firmaba Fernando Bermejo, profesor del Departamento de Historia Antigua de la UNED, y decía así: “Lo preocupante es el hecho de que no sean recordadas las crucifixiones de esos otros que padecieron también bajo Poncio Pilatos (…) Merece la pena caer en la cuenta de lo que tal olvido denota: no hay razón alguna para suponer que esos hombres no fueran también maltratados antes de ser conducidos al patíbulo, o que el tormento de sus cruces fuese menos cruento y doloroso que el de Jesús”. Impresionante.

La tesis de este hombre es igualmente llamativa, su reclamación de que la Semana Santa reconozca formalmente a todos los crucificados es que se convierta en una celebración atractiva para los ateos porque se reivindicaría, así, "la dignidad de las víctimas de la sevicia del poder, incluyendo a los crucificados con Jesús, y no de la muerte brutal de un solo hombre hace dos mil años". Una Navidad para ateos y una Semana Santa para ateos. Ya ven.

Foto: Paso de la Virgen de la Macarena. (EFE/Raúl Caro) Opinión

A partir de esa contundencia, nos podemos ahorrar la evidencia de las otras decenas de casos en que podríamos culpar a otros personajes históricos de haber absorbido en exclusiva el protagonismo de una gran conquista. Desde Julio César hasta Gandi. Y ninguno de ellos, obviamente, tiene la trascendencia de Jesús de Nazaret ni del cristianismo, entendido como uno de los mayores avances de la civilización. Era lo que el historiador Werner Jaeger, mundialmente conocido por su obra sobre Aristóteles, consideraba un puente de unión entre los pilares fundamentales de la civilización que conocemos, con raíces profundas en la Grecia clásica, que es el origen de todo, y en la cultura judeocristiana. La conexión de ambas la logra el cristianismo y, por eso, Jaeger se mostraba “profundamente impresionado por la continuidad de formas fundamentales de pensamiento y expresión, que arroja victoriosamente un puente sobre la fosa que separa dos periodos antitéticos del pensamiento humano y los integra en una corriente de civilización más vasta que cada uno de ellos”.

Ese es el gran logro del cristianismo. Quien no busque la fe, quien no busque a Dios, que contemple el cristianismo como la impresionante obra de pensamiento y de valores que ha supuesto en la historia. Que pueden negar a Dios si lo desean, pero que nos ahorren estas bobadas. Hasta la blasfemia, llegado el caso, es más interesante que la estupidez. Desde hace 2.000 años, el cristianismo ofrece una mano extendida para quien quiera cogerla con un ejemplo de vida y una esperanza en la muerte. Cada cual es libre de abrir también su mano y apretarla, o puede ignorarlo. Tan sencillo como eso. Sin más. Por cierto, las tres cruces juntas es un símbolo habitual del cristianismo. Y claro que conocemos a los dos crucificados que murieron junto a Cristo en el Gólgota. Uno de ellos, de hecho, es el primer santo, san Dimas. Se lo anunció Jesucristo en la misma cruz, cuando comenzaba a despuntar la primera luna llena de la primavera de hace dos milenios: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Faltaba por oír esto, la reivindicación de los otros crucificados del Gólgota que han sido silenciados por la corriente arrolladora del cristianismo. “Hay que darles visibilidad”, que se dirá en correspondencia con la jerga pija propia de estas causas. La cuestión es que lo mismo que existe el tonto del solsticio de invierno, para no tener que mencionar ni felicitar la Navidad, está tomando cuerpo el tonto de todos los crucificados.

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