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Ferrovial, desleal y desconsiderada
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Javier Caraballo

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Ferrovial, desleal y desconsiderada

Ni la legalidad española y europea, ni la deslocalización habitual de las multinacionales restan motivación a la consideración de Ferrovial como una empresa desleal y desconsiderada

Foto: Foto: Reuters/Archivo/Susana Vera.
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La decisión que hoy adoptará Ferrovial de marcharse de España convierte esta multinacional en una empresa desleal y desconsiderada. Desleal con su propia historia, con la de su fundador, padre de los actuales accionistas mayoritarios, y desconsiderada con el país en el que nació y en el que se ha convertido en el imperio empresarial que representa hoy. Desleal y desconsiderada, sí, pero aún faltaría un tercer apelativo para completar la valoración de Ferrovial por trasladar su sede social a los Países Bajos: también se trata de una decisión plenamente legal. Pues claro que sí, sobre esta cuestión no hay ninguna duda, y por esa razón conviene reparar en ello antes que nada. Conviene despejarlo al principio para que podamos ver la realidad sin que la oculten las ramas del discurso más antiguo del capitalismo, ese que nos advierte de que la única patria de las multinacionales es el dinero.

La deslocalización de empresas es un fenómeno tan antiguo como el propio sistema capitalista y lo que ha ocurrido con la globalización es que se ha expandido y solidificado. Imparable y creciente, por tanto, pero no por ese motivo todos los que contemplamos el fenómeno tenemos que aplaudirlo y ocultar los daños objetivos que provoca al país que abandona. No es necesario que aquellos que respaldan una “decisión plenamente legal” lo sigan reiterando por la simple razón de que en una junta de accionistas no se somete a votación la adopción de ilegalidades y la comisión de delitos. Es legal, como no puede ser de otra forma. Punto. Tampoco es necesario abundar en la segunda obviedad a la que se agarran los defensores, que “se marcha a un país de la Unión Europea del que formamos parte”. De nuevo, sí, es así: formamos parte del mismo club europeo en el que está garantizada la libre circulación de capitales; es un principio fundacional de la Unión Europea y así debe permanecer. Pero ni una cosa ni otra, ni la legalidad española y europea, ni la deslocalización habitual de las multinacionales, le restan motivación a la consideración de Ferrovial como una empresa desleal y desconsiderada. Así que vamos a ello.

Sabemos que el fundador de Ferrovial, Rafael del Pino y Moreno, constituyó la empresa en un pequeño desván de Madrid, en la calle Moretos, el 18 de diciembre de 1952, para abastecer a Renfe, la empresa nacional de ferrocarriles, con “el establecimiento y explotación de talleres de cajeo de traviesas y la renovación de vías férreas”. Su proyección durante el franquismo fue exponencial, por la enorme valía profesional de Rafael del Pino, por su indudable capacidad emprendedora y por su extraordinaria habilidad, como se confirmaría poco después en democracia, para formar parte de los círculos del poder. En la dictadura, fue incluso el primer presidente de la Empresa Nacional del Gas, Enagás, un puesto público para el que le designó su primo, José María López de Letona, que era ministro de Industria. También eran buenos amigos, al igual que su cuñado, Leopoldo Calvo Sotelo, que fue luego presidente del Gobierno con UCD.

De esa época, es interesante un detalle sobre su habilidad para moverse en los despachos del poder: fichó como director en Enagás a Mariano Rubio, el máximo representante de lo que se llamaría, muchos años después, la beautiful people. Eso ocurrió ya en democracia, durante los gobiernos de Felipe González. Mariano Rubio era gobernador del Banco de España, el miembro más destacado de aquella beautiful people, y el presidente de Ferrovial estaba considerado como el padre de todos ellos. Rafael del Pino, siempre discreto, se quitaba importancia cuando alguna vez se lo dijeron: “Eso es un invento, a mí me gusta rodearme de gente inteligente e ingeniosa”.

Foto: La vicepresidenta primera y ministra de Economía del Gobierno español, Nadia Calviño. (EFE/Lenin Nolly) Opinión
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La cuestión, en todo caso, es que las buenas relaciones políticas mantenidas durante la dictadura se mantuvieron intactas en la democracia con el primer Gobierno socialista. Ferrovial fue una empresa fundamental en la transformación de España en aquella década de gobiernos de Felipe González, las Olimpiadas de Barcelona, la Expo del 92, el primer AVE a Sevilla, el Guggenheim de Bilbao… También se trataba de una época de grandes corrupciones, como fuimos conociendo después, y Ferrovial no se salvó de verse salpicada. Hay un caso llamativo al respecto, el caso Ollero, en los años noventa, ya olvidado. Fue un escándalo de corrupción en Andalucía en el que los comisionistas anotaban con apodos los nombres de las empresas que pagaban comisiones ilegales para hacerse con obras públicas.

En las anotaciones, que intervino la Policía, aparecía un apodo, Árbol, que acabaron identificando con Del Pino. No era el único nombre de una constructora implicada, claro, porque allí estaban casi todas, pero vuelve a redundar en lo mismo que decimos, la sintonía con el poder político para transitar de un régimen a otro, de un Gobierno a otro, sin que ninguno de los cambios, por profundos que pudieran ser, evitara que la compañía mantuviese firme el rumbo de su crecimiento como una de las grandes multinacionales del mundo. Pero las raíces estaban en España, y eso debía saberlo bien el fundador, fallecido en junio de 2008.

Foto: Rafael del Pino, presidente de Ferrovial.

En los obituarios que se publicaron, muchos coincidieron al calificar a Rafael del Pino y Moreno como “un ejemplo para muchas generaciones, que contribuyó de forma notable al desarrollo económico español”. La deslealtad de Ferrovial con su propia historia proviene de ahí, de la falta de ejemplo de esta decisión de sus herederos, que son hoy los principales accionistas de la empresa. La decisión de abandonar España para trasladar su sede en los Países Bajos nunca puede considerarse un ejemplo para los emprendedores españoles, porque el camino que marca es el contrario.

La desconsideración con España proviene de la endeblez de la motivación. Aducir motivos políticos no se sostiene porque, como hemos visto, nunca han supuesto el menor problema. La excusa de que con la marcha verán reducidas las cargas fiscales que pagan en España suena a broma de mal gusto cuando se repasa el historial de obras públicas de Ferrovial desde que nació. Los argumentos de buscar entornos jurídicos más fiables y economías más sólidas dañan directamente el prestigio internacional de España en una época de grave crisis mundial. Y, por último, este Gobierno de Pedro Sánchez puede ser penoso en muchos aspectos, pero la decisión de Ferrovial no tiene nada que ver con sus políticas. Tampoco eso debería ser excusa para justificar la espantada. Deslealtad y desconsideración.

La decisión que hoy adoptará Ferrovial de marcharse de España convierte esta multinacional en una empresa desleal y desconsiderada. Desleal con su propia historia, con la de su fundador, padre de los actuales accionistas mayoritarios, y desconsiderada con el país en el que nació y en el que se ha convertido en el imperio empresarial que representa hoy. Desleal y desconsiderada, sí, pero aún faltaría un tercer apelativo para completar la valoración de Ferrovial por trasladar su sede social a los Países Bajos: también se trata de una decisión plenamente legal. Pues claro que sí, sobre esta cuestión no hay ninguna duda, y por esa razón conviene reparar en ello antes que nada. Conviene despejarlo al principio para que podamos ver la realidad sin que la oculten las ramas del discurso más antiguo del capitalismo, ese que nos advierte de que la única patria de las multinacionales es el dinero.

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