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El rey de Chinchón, no el del Bribón
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Javier Caraballo

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El rey de Chinchón, no el del Bribón

Todo el ruido que se acumula en torno a la familia del Rey no puede contaminar a la familia real, porque eso es, precisamente, lo que persiguen quienes pretenden, indisimuladamente, alancear la Constitución

Foto: Los Reyes asisten a la Pasión de Cristo en Chinchón. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Los Reyes asisten a la Pasión de Cristo en Chinchón. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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En el tour del Talento, hace unos días, una vecina de Córdoba se llevó el premio mayor con una síntesis prodigiosa de lo que está pasando en España con la Casa Real. La mujer estaba en la calle, tras una valla en la que se concentraba todo el público. Estaba esperando a que llegara la reina Letizia y, cuando se acercó para saludarla, le dijo: “La quiero mucho, a usted, a su marido y a sus hijas, a los cuatro. El resto, a tomar por culo”. A la reina se le escapó entonces un “¡vaya!”, que es lo único que pudo decir, porque la señora, bajita y enérgica, todavía le aportó algún detalle más: “Sois estupendos y excelentes, y os quiero, no solo yo, toda España”.

La sentencia de esta mujer cordobesa contiene todo lo que debemos valorar en la actualidad sobre los conflictos de la Casa Real tras la abdicación de Juan Carlos I y su incidencia en el prestigio social de los monarcas. La institución que debemos preservar, sobre la que tenemos que fijar la mirada, es la familia real, en su círculo más estrecho, y todo lo demás, la familia del Rey, no puede perturbar ni condicionar a la institución. Porque lo que afecta a todos los españoles, monárquicos o no, que eso es lo de menos en este asunto, es la estabilidad de la Constitución. La jefatura del Estado, que reside en el rey de España, es uno de los pilares fundamentales de todo el sistema democrático y de derecho que nos ampara. Todo el ruido que se acumula en torno a la familia del Rey no puede contaminar a la familia real, porque eso es, precisamente, lo que persiguen quienes pretenden, indisimuladamente, alancear la Constitución.

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La percepción no proviene, además, de un mero ejercicio voluntarista. Por primera vez en nueve años, encontramos señales claras de Felipe VI como monarca, sin sombras ni interferencias; el monarca que quiere ser, su forma de ser y de estar, su manera de reinar. Felipe de Borbón y Grecia ha comenzado a despegar como rey de España. Hasta ahora, no era así. Felipe VI no ha dejado de verse envuelto en problemas enormes desde que accedió al trono. ¿Cuántas tormentas han inundado la Casa Real desde aquellos episodios del elefante abatido en Botsuana? Aquello fue en 2012 y, dos años después, fue cuando Juan Carlos de Borbón presentó su renuncia al trono. Los detalles truculentos de su relación extramatrimonial con Corinna Larsen fueron creciendo, en paralelo a las revelaciones desvergonzadas sobre el dinero oculto en paraísos fiscales y defraudado a la Hacienda española.

La estela de esa escandalera decepcionante se arrastra hasta hoy, este mismo año, en enero, cuando el monarca emérito comunicó que se quedaba a vivir, definitivamente, en Abu Dabi, para tener allí su residencia fiscal y no tener que darle cuentas de su dinero a la Agencia Tributaria española. Junto a eso, la descomposición del mapa político en España, la caída del bipartidismo por la irrupción de populismos extremos, el descrédito institucional por la corrupción y, para rematarlo, el intento de golpe de Estado en Cataluña con la declaración de independencia.

Foto: El rey emérito Juan Carlos. (EFE/Lavandeira Jr.) Opinión

Si miramos hacia atrás, a esos años de convulsión, y volvemos la vista a estos días, a alguno de los episodios que han protagonizado Felipe VI y Letizia Ortiz como reyes de España, observaremos que es ahora cuando podemos decir que están asentándose en el cargo. Es ahora cuando han empezado a perfilar su imagen pública; perfiles nítidos, decididos y hasta inesperados. La imagen de Felipe VI y de la reina Letizia es la que nos han ofrecido en las últimas semanas, sobre todo una, la visita a la Semana Santa de Chinchón, en Madrid. Los cuatro, en expresión de la señora de Córdoba, se fueron el Sábado Santo a ver la Semana Santa sin florituras protocolarias, por la acera, como todos. “Esta visita no figuraba en los actos oficiales de la Casa Real porque se trataba de una visita privada”, era todo lo que se explicó con posterioridad. Visita privada para cimentar una imagen pública.

Sabemos por la historia de la Transición que Juan Carlos I y la reina Sofía se ganaron la aceptación ciudadana por la campechanía que demostraron entonces, por la cercanía. Nació el juancarlismo y eso fue lo que asentó socialmente la monarquía parlamentaria en España. De Felipe VI no se esperaba ese acercamiento, ese don de gentes, no se le presumía; tampoco a la reina Letizia. Y esa es la historia que están escribiendo ahora. Como cuando se sentaron los dos en un cajón flamenco en Cádiz, y Felipe VI comenzó a palmear sobre la madera. Como cuando la reina Letizia grabó un vídeo para el 50 aniversario de Informe Semanal, en el que recordaba su paso por aquella redacción emblemática. “Todos queríamos ser reporteros de Informe Semanal. No lo conseguí, pero forma parte de mi vida”. Esa es la imagen de cercanía, de cotidianeidad, de ciudadanía que han comenzado a desplegar.

El apoyo social de una monarquía en una democracia del siglo XXI, sobre todo en un país tan peculiar como el nuestro, que a lo largo de su historia, mayoritariamente monárquica, se ha levantado republicano tan pronto como se ha puesto a aplaudir otra vez el regreso de los reyes, solo se justifica en la ejemplaridad. El rey Felipe no ha trabajado en otra cosa desde que accedió al trono que en la restitución de ese prestigio fundamental, que quedó gravemente dañado por su padre, tras la abdicación. Lo ha conseguido con sucesivas reformas, como la primera, que redujo los componentes de la familia real, y ahora está cincelando su imagen. Quiere decirse con todo esto que Felipe VI tiene todo el derecho a que nadie de su entorno, y menos aún su padre, Juan Carlos de Borbón, residente en Abu Dabi, perjudique o contamine esa imagen de cercanía y de sencillez. Por eso, como esa señora de Córdoba, debemos tener claro dónde poner la mirada. El Rey, la Reina, la princesa de Asturias y la Infanta. Los cuatro. El resto, a hacer puñetas, que es la primera acepción del diccionario de a tomar por culo. Sería importante que se lo metiera en la cabeza el rey Juan Carlos, al que solo le piden discreción, y todos los amigos que lo invitan a los ágapes españoles de regatas y lujos. Su tiempo pasó, queda en la historia y jamás se dejará de valorar. Pero pasó… El rey ahora es el de Chinchón, no el del Bribón.

En el tour del Talento, hace unos días, una vecina de Córdoba se llevó el premio mayor con una síntesis prodigiosa de lo que está pasando en España con la Casa Real. La mujer estaba en la calle, tras una valla en la que se concentraba todo el público. Estaba esperando a que llegara la reina Letizia y, cuando se acercó para saludarla, le dijo: “La quiero mucho, a usted, a su marido y a sus hijas, a los cuatro. El resto, a tomar por culo”. A la reina se le escapó entonces un “¡vaya!”, que es lo único que pudo decir, porque la señora, bajita y enérgica, todavía le aportó algún detalle más: “Sois estupendos y excelentes, y os quiero, no solo yo, toda España”.

Rey Felipe VI
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