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Dos de Mayo, fiesta nacional antiespañola
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Javier Caraballo

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Dos de Mayo, fiesta nacional antiespañola

Lo suyo es que la fiesta nacional se hubiese fijado en el dos de mayo, porque es el día de nuestra historia en el que con más estruendo brillaron todos nuestros defectos y nuestras virtudes

Foto: Despliegue de un lienzo de la batalla de los Mamelucos en la plaza Mayor de Madrid. (EFE/Archivo/Kiko Huesca)
Despliegue de un lienzo de la batalla de los Mamelucos en la plaza Mayor de Madrid. (EFE/Archivo/Kiko Huesca)
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El Dos de Mayo tendría que ser fiesta en toda España, no solo en Madrid. Fiesta nacional de España, o fiesta antiespañola, que viene a ser lo mismo. La cuestión es que el Dos de Mayo es una de las jornadas de la historia que mejor nos representa, que mejor nos define, desde luego muchísimo más que el 12 de octubre que es una celebración acomplejada, camuflada, de un hito histórico monumental. Ya lo apuntamos una vez: que el 12 de octubre sea la fiesta nacional es una decisión que se adoptó en democracia para ir tapando, poco a poco, la efeméride que se celebraba ese día, el descubrimiento de América.

Pasaron los años y la hispanidad desapareció literalmente de los decretos oficiales, se convirtió en un punto indeterminado del “proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política” (Boletín Oficial del Estado, Ley 18/1987), con lo que es inevitable pensar que lo que se hizo con la fiesta nacional fue utilizarla para ocultar los complejos históricos que arrastramos desde que nuestros enemigos se inventaron la leyenda negra, hace cuatro siglos, y los españoles nos encargamos de asumirla y de difundirla. En fin, que lo suyo es que la fiesta nacional se hubiese fijado en el dos de mayo, porque es el día de nuestra historia en el que con más estruendo brillaron todos nuestros defectos y nuestras virtudes. El orgullo, el odio, la valentía, lo reaccionario, el sacrificio, la venganza, las traiciones de las élites, la incultura del pueblo, el patriotismo apasionado y el aldeanismo salvaje.

Foto: Los fusilamientos del 3 de mayo, de Francisco de Goya.

Uno de los mejores historiadores contemporáneos, Antonio Domínguez Ortiz, dejó escrito en su imprescindible libro España, tres milenios de historia, que el dos de mayo, y lo ocurrido a partir de aquella jornada, “nos suministra una valiosísima radiografía por la espontaneidad con la que actuó la sociedad española”. En ese inicio del siglo XIX, del nefasto siglo XIX español, la monarquía estaba en manos de un indolente y apático, Carlos IV, acosado por un miserable sin escrúpulos, su hijo Fernando VII. En esas disputas regias, llega la invasión de Napoleón Bonaparte que representa la única posibilidad de modernizar el país, de implantar en España el final de las monarquías absolutas y de suprimir los privilegios medievales, como pretendía el Estatuto constitucional de Bayona. Pero los españoles lo rechazan con un ataque de patriotismo, que logra vencer al mejor ejército del mundo en aquel momento, y que acaba al grito de 'Vivan las Cadenas'.

¿Existe en la historia algún movimiento de liberación que culmine con ese eslogan? Pues eso… Se repuso al miserable, al que la historia aún elevaría con el nombre de Fernando VII el Deseado, se laminaron las posibilidades de progreso y se ahogaron en sangre afrancesados, liberales y constitucionalistas de Cádiz. El dos de mayo, España se levanta en armas “contra el enemigo equivocado”, como dice Arturo Pérez-Reverte. Y lo explica: “En esa guerra mal llamada de la Independencia, porque aquí nunca logramos independizarnos de nosotros mismos, toda España se vuelve una trampa inmensa (…) porque esos invasores a los que degollamos son el futuro, mientras que las fuerzas que defienden el trono y el altar son, en su mayor parte, la incultura más bestia y el más rancio pasado”.

El dos de mayo, España se levanta en armas "contra el enemigo equivocado"

La pieza que falta en esa radiografía de la sociedad española son los ajustes de cuentas, las venganzas personales, los navajazos cobardes. El citado Domínguez Ortiz recopila varios incidentes que nada tienen que ver con el patriotismo y, ni siquiera, con los franceses de Napoleón, sino con odios recalentados y escondidos, muchas veces contra la autoridad que les oprimía, y que explotan entonces. En Valladolid, fue arrojado al Esgueva el director de la Escuela de Artillería de Segovia; en A Coruña fue asesinado el gobernador militar y en Sevilla, el conde de Águila, destacada figura de la Ilustración. En otras muchas ciudades, mataron a corregidores, gobernadores, militares… “La mayoría de estos atentados —dice Domínguez Ortiz— sin motivos reales, a veces mezclando odios personales con motivos patrióticos: en un pueblo de La Mancha fue asesinado el exministro Soler, al parecer porque había impuesto cuatro maravedíes en la cuartilla de vino”. ¿A qué nos pueden recordar estos episodios de asesinatos callejeros, estos estallidos sangrientos y reaccionarios, sino a otros episodios de nuestra propia historia? ¿Y a qué nos pueden recordar las oportunidades de progreso malogradas, en momentos fundamentales de la historia? ¿Cuántas batallas seguimos librando contra nosotros mismos?

El Dos de Mayo resume lo que nos hace identificables como habitantes de la península ibérica desde que un historiador romano del siglo I antes de Cristo, Pompeyo Trogo, escribió: “Los hispanos prefieren la guerra al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa”. No debe ser casualidad porque, precisamente a raíz del Dos de Mayo, repitió el mismo concepto, con otras palabras, el propio Napoleón Bonaparte, aún más desconcertado que derrotado: “A los españoles les gusta renegar de su país y de sus instituciones, pero no permiten que lo hagan los extranjeros”. Pues eso. Dos de Mayo, fiesta nacional. Y al ser antiespañola, no se celebra. Porque los españoles somos así.

El Dos de Mayo tendría que ser fiesta en toda España, no solo en Madrid. Fiesta nacional de España, o fiesta antiespañola, que viene a ser lo mismo. La cuestión es que el Dos de Mayo es una de las jornadas de la historia que mejor nos representa, que mejor nos define, desde luego muchísimo más que el 12 de octubre que es una celebración acomplejada, camuflada, de un hito histórico monumental. Ya lo apuntamos una vez: que el 12 de octubre sea la fiesta nacional es una decisión que se adoptó en democracia para ir tapando, poco a poco, la efeméride que se celebraba ese día, el descubrimiento de América.

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