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Los fiscales que odiaban a los fiscales
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Javier Caraballo

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Los fiscales que odiaban a los fiscales

El empeño de las asociaciones de fiscales por desacreditar su oficio es una deriva persistente en España, directamente proporcional a la politización de todas ellas

Foto: La fiscal Consuelo Madrigal. (EFE)
La fiscal Consuelo Madrigal. (EFE)
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Los fiscales también entran en las campañas electorales, será porque se odian entre ellos o porque se ponen nerviosos, ansiosos, como los políticos. Y no les importa desacreditar su profesión con tal de arrimarles unos argumentos a los mítines de sus mayores, los líderes políticos. El espectáculo desolador de esta semana es tan patético, que merece detenerse en lo ocurrido para asombrarse de hasta dónde puede llegar el servilismo. Todo comienza con una cena, una de esas cenas coloquio que proliferan, sobre todo en Madrid, por la aspiración que existe en esta ciudad de poder arreglar España en el reservado de un restaurante. La cena está organizada por la Asociación de Fiscales, que es la asociación conservadora de la carrera, y el invitado es el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. ¿Está bien que una asociación de fiscales invite a dirigentes políticos? Ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Indiferencia. Ya está dicho que estas reuniones son habituales y que, de hecho, la Asociación de Fiscales viene celebrándolas desde hace varios años, con lo que también han acudido dirigentes de otros partidos, como hizo el ministro Miquel Iceta a finales del pasado año.

Con seguridad, las otras asociaciones fiscales también organizan actos parecidos, ya sea con el modelo de cena rancia o de encuentros con canapés y copa de vino. Por eso es tan patético que, en esta ocasión, como el invitado era el líder del Partido Popular, los fiscales progresistas hayan aprovechado para alancear a una de las que ven como rival, Consuelo Madrigal, que fue la primera mujer nombrada fiscal general del Estado, en tiempos del Gobierno de Rajoy. Por estar en la cena de la asociación de fiscales conservadora y participar en el coloquio, sus compañeros le han pedido, nada menos, que dimita de forma inmediata como presidenta de la comisión de Ética del Ministerio Fiscal. Al unísono, el Gobierno de Pedro Sánchez se sumó escandalizado a la petición y redecoró el entorno: la cena en un restaurante de Madrid pasó a considerarse “un encuentro clandestino” y el coloquio se convirtió en “maniobras en la oscuridad”. Ambas citas, del inefable ministro Bolaños, el fiel escudero del presidente Sánchez.

La desmesura es tan escandalosa que todo el mundo entenderá que el mar de fondo es otro. A esta mujer, Consuelo Madrigal, le tienen la zancadilla tendida sus compañeros progresistas desde que, al final de la pandemia, decidió mostrar públicamente sus reservas por la aplicación del estado de alarma. A su juicio, aquello se convirtió en la imposición de facto de un estado de excepción, por la limitación severa de derechos ciudadanos. Pensó que esa forma de gobernar podía considerarse un uso antidemocrático del poder. Por decirlo, le abrieron un expediente disciplinario, aunque ya vimos después que también el Tribunal Constitucional sentenció en contra del estado de alarma. Al final, acabaron archivando el expediente y lo que ha ocurrido ahora, en la cena coloquio, es que esta misma fiscal Madrigal ha vuelto a cuestionar, ante Núñez Feijóo, el uso descontrolado de los decretos leyes, de nuevo por el abuso de poder que suponen por parte del poder ejecutivo.

La irritación de los fiscales progresistas es tan absurda que ni siquiera merece la pena comentarla, más allá de la constatación de esa corrosión interior de fiscales que odian a los fiscales en disputas políticas continuas. Sin embargo, esa polémica es muy valiosa porque ha servido para volver la mirada sobre otra mujer de la Fiscalía, Dolores Delgado, de la que hace tiempo que no teníamos noticias. Y es curioso porque lo último que hemos sabido de ella es que ha participado en un Foro Internacional de Derechos Humanos celebrado en Argentina, diseñado para respaldo y consuelo de Cristina Fernández de Kirchner, condenada a seis años de cárcel por corrupción en dos etapas de su Gobierno. En ese foro, Kirchner repitió lo de siempre, que la corrupta no es ella, sino los medios de comunicación y los tribunales: “Las sentencias se escriben en los medios y después un juez o un fiscal suscribe la acusación o la sentencia”.

El Grupo Puebla, que organizaba el evento, invitó a los habituales, el expresidente Rodríguez Zapatero y el exjuez Baltasar Garzón, además de Rafael Correa o Evo Morales y todos los demás. Lo normal en ese grupo, pero ¿qué hacía allí Dolores Delgado en representación de la Fiscalía española? El título con el que figuraba era el actual, fiscal de Sala en la Fiscalía Togada del Tribunal Supremo de España. Que se sepa, nadie en la Fiscalía General del Estado y nadie de las asociaciones de fiscales han pedido explicaciones, o han solicitado sanciones, por participar como fiscal española en un acto de desprecio de la Justicia argentina, con los mismos argumentos, por cierto, que también emplean en España. Si hacer una pregunta en una cena coloquio se considera un acto político, no ético, ¿cómo debemos considerar la participación en un foro como ese de la condenada Cristina Kirchner?

El patetismo de esa inercia siempre llega en las campañas electorales; será por la 'nerviosera' de los cargos que vienen y que van

En fin. Ya está dicho otras veces que el empeño de las asociaciones de fiscales por desacreditar su oficio es una deriva persistente en España, directamente proporcional a la politización de todas ellas. Como ha ocurrido con las asociaciones de jueces desde el principio de la democracia, en vez de procurar la independencia del poder judicial y del Ministerio Fiscal, han optado por reproducir milimétricamente el modelo de mayorías parlamentarias de los poderes políticos. Para lo único que se pueden poner de acuerdo, y formar una plataforma conjunta, es para exigir un aumento de las retribuciones, como está ocurriendo con la huelga que todas las asociaciones de jueces y de fiscales tienen convocada. En eso, no existen las diferencias ideológicas. ¿Vanidad? Claro, la vanidad que va aparejada al poder para decidir ascensos y nombramientos en la carrera judicial y en la carrera fiscal. El patetismo de esa inercia siempre llega en las campañas electorales; será por la nerviosera de los cargos que vienen y que van. Es entonces cuando aparecen los fiscales que odian a los fiscales. Y no les importa pisotear su propia carrera.

Los fiscales también entran en las campañas electorales, será porque se odian entre ellos o porque se ponen nerviosos, ansiosos, como los políticos. Y no les importa desacreditar su profesión con tal de arrimarles unos argumentos a los mítines de sus mayores, los líderes políticos. El espectáculo desolador de esta semana es tan patético, que merece detenerse en lo ocurrido para asombrarse de hasta dónde puede llegar el servilismo. Todo comienza con una cena, una de esas cenas coloquio que proliferan, sobre todo en Madrid, por la aspiración que existe en esta ciudad de poder arreglar España en el reservado de un restaurante. La cena está organizada por la Asociación de Fiscales, que es la asociación conservadora de la carrera, y el invitado es el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. ¿Está bien que una asociación de fiscales invite a dirigentes políticos? Ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Indiferencia. Ya está dicho que estas reuniones son habituales y que, de hecho, la Asociación de Fiscales viene celebrándolas desde hace varios años, con lo que también han acudido dirigentes de otros partidos, como hizo el ministro Miquel Iceta a finales del pasado año.

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