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El ciclo de Feijóo depende de la sandía
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Javier Caraballo

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El ciclo de Feijóo depende de la sandía

El cambio de ciclo político y la victoria de Feijóo dependen más del precio de la sandía que de otros muchos desastres que pueda adjudicarle al Gobierno de Pedro Sánchez

Foto: Un labrador muestra los efectos devastadores que la sequía y el calor producen sobre su plantación de cereal. (EFE/Morell)
Un labrador muestra los efectos devastadores que la sequía y el calor producen sobre su plantación de cereal. (EFE/Morell)
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La sandía, es la sandía. Si no estuviera tan trillado lo del asesor de Clinton, podríamos repetirlo otra vez, es la sandía, idiota, lo que determina el cambio de ciclo político en España. Estemos atentos al precio de la sandía, que ya el año pasado estuvo por las nubes, y este año puede incluso multiplicarse, por la escasez de las cosechas. Si eso se produce, si un producto tan popular como la sandía o el melón es prohibitivo para la mayoría, se convierte directamente en una señal de alarma social que, como ha ocurrido siempre, es determinante para impulsar los cambios de ciclo político en España. El desgaste fulminante de un líder en España nunca se produce por otros factores como los incumplimientos de promesas electorales, por mentiras o falsedades, ni siquiera por los casos de corrupción, como hemos comprobado en tantas ocasiones. Nada de ello produce una alarma social equiparable a la de la incertidumbre y la angustia de no llegar a final de mes o no poder planificar las vacaciones.

El año pasado, ya entrados en el mes de junio, fue el diputado de Esquerra Gabriel Rufián el que se lo espetó a Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados, en un ejercicio de pragmatismo político impecable: “¿Sabe qué puede costar un melón en este país, hoy? 13 euros ¿Una sandía? 12 euros ¿Medio kilo de cerezas? Seis euros. ¿Cómo cree que la gente puede llegar a comprar fruta en verano? Esto es realmente lo que les puede arrasar a ustedes y a nosotros, a cualquier Gobierno y a cualquier iniciativa de izquierdas”. Tenía razón y, hasta el otoño, el Gobierno de Pedro Sánchez no comenzó a centrar todo su esfuerzo en reducir la inflación y el precio de la cesta de la compra. También entonces, al principio de este curso político, el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, estaba convencido de que la carestía de la vida le llevaría en volandas hasta la Moncloa. “Nos dirigimos a una profundísima crisis económica”, dijo el líder gallego. Pero no ocurrió. El desastre que pronosticaba no se produjo. La alfombra desapareció.

Foto: Nadia Calviño y Luis Planas. (EFE/Archivo)

Cuando se repite, con razón, que las elecciones municipales y autonómicas han anunciado tradicionalmente los cambios de ciclo político en España, se olvidan de matizar que el factor determinante para que eso ocurra es la incertidumbre social. El ejemplo reciente más claro lo encontramos en las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo 2011, con Rodríguez Zapatero en la presidencia del Gobierno. La incertidumbre y el miedo al desastre eran tan palpables en la ciudadanía, tan exponenciales, que en esas elecciones locales y regionales los populares barrieron a los socialistas con mayorías absolutas en ciudades y comunidades en las que nunca más han vuelto a conseguir un resultado igual. Y a finales de ese año, como se esperaba, el cambio de ciclo político se consolidó con una nueva mayoría absoluta de Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados. El PSOE se hundió estrepitosamente.

La explicación lógica que podemos encontrarle a que las elecciones municipales y autonómicas anticiparan el resultado de las generales es que el electorado, por una vez, se olvida del voto cercano al alcalde o al presidente de comunidad, porque su urgencia mayor es echar al Gobierno y recuperar la confianza. Sin esa inquietud, el sentido del voto de la inmensa mayoría de los electores se permite diferenciar entre unas elecciones y otras, y es frecuente que pueda votar al candidato de un partido para que gobierne su ciudad y al partido político rival en unas elecciones generales. Cuando hay miedo, la distinción desaparece y los deseos de cambio de Gobierno en España se convierten en una gran ola que lo arrasa todo. Ese es el cambio de ciclo político.

Cuando hay miedo, la distinción desaparece y los deseos de cambio de Gobierno en España se convierten en una gran ola que lo arrasa todo

Podemos considerar como un dato objetivo de la actualidad que la alarma social por la carestía de la cesta de la compra se ha ido disipando, a medida que la gravedad de la crisis anunciada se desvanecía. No existe esa inquietud y en el Partido Popular lo saben. “¿Cómo vamos a seguir hablando de desastre económico si en Semana Santa se han batido récords de turismo en toda España?”, se preguntaba hace unos días un dirigente del partido de Feijóo. Es así, en la pasada Semana Santa la ocupación hotelera ha superado el 80%. Impulsado por las altas temperaturas, playas, hoteles, restaurantes y estaciones de esquí se han llenado, además de las ciudades que explotan más el turismo religioso propio de la fecha, como Sevilla, Toledo, Zamora, Málaga o Valladolid. Las ferias, fiestas y romerías que han venido después han confirmado la tendencia al alza que se mantendrá en verano. Solo hay que asomarse a las terrazas de cualquier ciudad un fin de semana cualquiera… Esa es, por tanto, la realidad, la crisis no le ha estallado al Gobierno de Pedro Sánchez y puede descartarse que las elecciones municipales y autonómicas de finales de mes puedan reflejar el cambio de ciclo político de la forma que ha sucedido en otras ocasiones. El PSOE obtendrá unos resultados suficientes para descartar la debacle y afrontar con ánimo renovado la siguiente campaña decisiva de las elecciones generales. Salvo que, de nuevo, la coyuntura económica gire y se reproduzca la incertidumbre que ahora se ha disipado.

Foto: Plantas de cebada poco antes de su cosecha en un campo. (EFE/Constantn Zinn)

Acabamos de cerrar el mes de abril más seco y más cálido de España desde que hay registros (1961) y los agricultores no disimulan la ruina que ya tienen encima: la sequía ya se ha cargado la campaña de cereales, del girasol, el olivar va camino de la peor cosecha del siglo, se han mermado extraordinariamente las cosechas de productos hortícolas para fresco y hasta escasean los cultivos forrajeros que son esenciales para la ganadería… “Ya no se salva ni el secano ni el regadío”, aseguran los agricultores. Pronto, en unas semanas, volveremos a estar como el año pasado, en un supermercado cualquiera, todo el mundo comenzará a repetir, perplejo, la misma pregunta: “¡Qué escándalo! ¿Sabe usted a cuánto está el kilo de sandía?”. En algunos de los muchos reportajes que se publicaron, se repetía la misma idea: “Sandías a precio de oro, la tormenta perfecta”.

Si este año vuelve a repetirse la secuencia, y el malestar de la calle encuentra su simétrico en las protestas del campo, será determinante para la concreción del ciclo político. Mucho más influyente, por ejemplo, aunque pueda parecernos inverosímil, que la concesión de los indultos a los líderes independentistas catalanes, en buena medida por el hartazgo generalizado de todo lo que suene a procés. De modo que sí, el cambio de ciclo político y la victoria de Feijóo dependen más del precio de la sandía que de otros muchos desastres que pueda adjudicarle al Gobierno de Pedro Sánchez.

La sandía, es la sandía. Si no estuviera tan trillado lo del asesor de Clinton, podríamos repetirlo otra vez, es la sandía, idiota, lo que determina el cambio de ciclo político en España. Estemos atentos al precio de la sandía, que ya el año pasado estuvo por las nubes, y este año puede incluso multiplicarse, por la escasez de las cosechas. Si eso se produce, si un producto tan popular como la sandía o el melón es prohibitivo para la mayoría, se convierte directamente en una señal de alarma social que, como ha ocurrido siempre, es determinante para impulsar los cambios de ciclo político en España. El desgaste fulminante de un líder en España nunca se produce por otros factores como los incumplimientos de promesas electorales, por mentiras o falsedades, ni siquiera por los casos de corrupción, como hemos comprobado en tantas ocasiones. Nada de ello produce una alarma social equiparable a la de la incertidumbre y la angustia de no llegar a final de mes o no poder planificar las vacaciones.

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