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Cuba y los supermercados de Podemos
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Javier Caraballo

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Cuba y los supermercados de Podemos

Todos los regímenes totalitarios han perseguido los mismos fantasmas en sus delirios autárquicos, pero siempre acaban fracasando. Por insostenibles y por inviables. Ruinosos en todos los sentidos

Foto: La secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra. (EFE/Brais Lorenzo)
La secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra. (EFE/Brais Lorenzo)
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“Cuba ha dejado de interesar; desde que no está Fidel, parece que al mundo ha dejado de importarle lo que pasa en Cuba”, dice un colega, catedrático de Universidad, que acaba de regresar de la isla, invitado por instituciones oficiales cubanas para participar en unas jornadas de su sector. La isla, como en otros momentos críticos de su historia desde la revolución castrista, atraviesa un periodo de escasez máxima, desabastecimiento generalizado. Si las crisis sucesivas que han azotado al mundo desde el confinamiento por el coronavirus han dejado tiritando a continentes como el europeo, en un régimen como el cubano el desastre es absoluto. Colas para conseguir alimentos y colas interminables para lograr combustible. Acuden a las gasolineras, les entregan una cita, que puede ser para unos días más tarde, y hacen cola cuando les llega su turno para repostar los galones de gasoil a los que tengan derecho.

“Se ha dado el caso —dice este catedrático— de viajes programados por el ministerio que tuvieron que ser suspendidos porque los coches oficiales no garantizaban que pudieran tener combustible para completar el trayecto”. Si eso ocurre en los ministerios, podemos imaginar la situación real a la que se enfrentan los cubanos de a pie. Pero lo peor, insiste, no es la necesidad, ni la pobreza, porque eso ya está asumido desde hace mucho, como si lo hubieran interiorizado; lo peor es que en esta grave crisis ya no está al frente del país Fidel Castro y el régimen sigue como si tal cosa. Quizá este momento no es más grave que la crisis de los noventa, el llamado periodo especial, pero es la primera vez que muchos sienten ese vértigo. Y lo corroboran cuando se dan cuenta de que, en el resto del mundo, las noticias de su penuria han dejado de trascender. “Cuba ha dejado de interesar”, repite. “Y esa es la gran novedad que aterra a muchos cubanos, que no saben en qué puede desembocar todo esto...”.

Foto: Varios conductores esperan en sus vehículos a que abastezcan de combustible una gasolinera, en La Habana. (EFE/Yander Zamora)

Es verdad, le he contestado, que en España apenas se ofrecen noticias de Cuba, quizá las últimas fueron las de la reelección de Miguel Díaz-Canel como presidente. En plena crisis, el Parlamento de Cuba lo reeligió por el 97,66% de los diputados y el único comentario jocoso fue el de tratar de averiguar qué tres diputados de los 462 de la Asamblea Nacional no lo apoyaron y por qué. Algunas de las noticias se ilustraban con los típicos carteles y grafitis callejeros en los que se ve a Raúl Castro sujetando el puño en alto de Díaz-Canel, sobre el fondo de una bandera cubana ondeando: “Somos continuidad”. Pero no lo son. Y la primera constatación cruel es la irrelevancia internacional. Nada de lo que digan trasciende como lo hacían las peroratas de Fidel Castro. Los problemas de Cuba ya no son distintos a los de las necesidades y miserias de otros muchos países, americanos o no. “El impacto de esta nueva realidad puede ser determinante para el futuro”, me dice, finalmente, asintiendo. Ni siquiera a la izquierda europea parece interesarle lo que pase en Cuba, aunque los defensores del régimen castrista de esta orilla del Atlántico, frívolos y diletantes, siempre han cerrado los ojos a la realidad.

La prueba de esa enajenación veleidosa la tenemos estos días en España, con la propuesta de supermercados públicos que ha lanzado la ministra y secretaria general de Podemos, Ione Belarra, y el patriarca de ese movimiento, Pablo Iglesias. Han tenido la desfachatez de asegurar, incluso, que su cadena de supermercados públicos crearía en España 50.000 puestos de trabajo directos. “La propuesta es perfectamente viable”, ha dicho con todo su desparpajo el portavoz de la formación, Pablo Echenique, sin más informe de viabilidad que su impresión de que “aflorarían miles de puestos de trabajo indirectos” (¿?) y que las pequeñas tiendas “que le dan mucha vida a los barrios” también podrían vender los productos de esos supermercados públicos.

Como la idea no es nueva y Podemos viene insistiendo en ella desde que accedió al Gobierno —la recupera ahora para la campaña electoral, con la desvergonzada promesa de 50.000 empleos—, hace ya tres años que, en un reportaje de El Confidencial, se rescató un trozo del NODO franquista, que decía así: “Inaugura el jefe del Estado el supermercado de La Coruña, cuyas instalaciones recorrería en unión de sus acompañantes. Los artículos quedan notablemente reducidos en sus precios y la iniciativa privada tendrá la oportunidad de seguir este ejemplo, que abarata en un 40% las carnes, los huevos, los pescados y las legumbres”. La noticia del noticiario franquista era de 1958 y se anunciaban economatos por toda España con el eslogan de abundancia a precios asequibles, que es lo mismo que ofrecen, 65 años después, los supermercados Precios Justos de los revolucionarios de Podemos. Todos los regímenes totalitarios, en fin, han perseguido los mismos fantasmas en sus delirios autárquicos, pero siempre acaban fracasando. Por insostenibles y por inviables. Ruinosos en todos los sentidos.

Antes un empresario que un comandante. El que no lo entienda, que se pase estos días por Cuba

La economía de mercado, controlada y regulada por los gobiernos, es la única realidad compatible con los sistemas democráticos. Y si merece la pena insistir en todo esto es por la obligación que tenemos de contestar a las infamias y a los insultos de este personal, cuando distorsionan de forma grotesca la realidad del mercado español. Hablan de la existencia de un oligopolio en España cuando, según las estadísticas del propio Gobierno español, la cuota de mercado de las cinco principales empresas de distribución alimentaria no llega al 30 por ciento (27,7%), el resto se reparte en otras cadenas de distribución de menos entidad (hasta 330 cadenas) y cientos de miles de pequeños empresarios y minoristas. Si, en ocasiones, se producen situaciones de crisis, como las vividas, en las que el pequeño comercio se resiente especialmente y se asfixia, la obligación del Estado es socorrerlos con ayudas y flexibilidad fiscal, que es algo que rara vez se produce con los autónomos en España. Antes un empresario que un comandante. Y el que no lo entienda, que se pase estos días por Cuba.

“Cuba ha dejado de interesar; desde que no está Fidel, parece que al mundo ha dejado de importarle lo que pasa en Cuba”, dice un colega, catedrático de Universidad, que acaba de regresar de la isla, invitado por instituciones oficiales cubanas para participar en unas jornadas de su sector. La isla, como en otros momentos críticos de su historia desde la revolución castrista, atraviesa un periodo de escasez máxima, desabastecimiento generalizado. Si las crisis sucesivas que han azotado al mundo desde el confinamiento por el coronavirus han dejado tiritando a continentes como el europeo, en un régimen como el cubano el desastre es absoluto. Colas para conseguir alimentos y colas interminables para lograr combustible. Acuden a las gasolineras, les entregan una cita, que puede ser para unos días más tarde, y hacen cola cuando les llega su turno para repostar los galones de gasoil a los que tengan derecho.

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