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Si Pedro no fuera Sánchez

Ya puede cantar misa con sus bienaventuranzas europeas, que en buena parte de la sociedad española se ha fijado un concepto demoledor en política: "Pedro Sánchez no es de fiar"

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón)
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Viene la campaña electoral cargada de perfiles presidenciales excesivos, blanco o negro, ángel o demonio, un genio arriesgado o un idiota inconsciente. Como solo en política se niega algo tan elemental como que nadie, ni aun proponiéndoselo, puede ser del todo bueno o del todo malo, no debemos extrañarnos. Pero ni siquiera un gobernante, por brillante que sea, puede evitar cometer un error, una mala decisión, o poner en práctica una medida efectiva, aunque sea un desastre como político. Como se trata de una política de trincheras, sobre todo en España, al presidente Sánchez no se le concede ni una sola virtud, ni una, incluso van más allá y hablan de él como un sátrapa ensimismado, soberbio y egoísta. Otros, por el contrario, lo ven como un líder completo, astuto y decidido, arriesgado y valiente… Hasta guapo, que es algo que resaltan mucho los suyos. Y que habla inglés, también eso.

Dos colores, en fin, como los helados de dos bolas que se tomará el personal por el paseo marítimo mientras espera despreocupado el resultado de las elecciones generales del 23 de julio. Para volver a estresarse o para cantar victoria. En todo caso, quienes, ajenos a ese mundo de todo o nada, pretendan acercarse al presidente del Gobierno reconocerán en Pedro Sánchez algunos éxitos notables en su trayectoria como gobernante, lastrados por una cadena de errores graves y, muchas veces, hasta incomprensibles. Por eso, cuando se analiza al personaje, al menos desde mi punto de vista, lo más complejo resulta intentar comprender el porqué de lo que, en apariencia, es más elemental. Es como si en Pedro Sánchez convivieran dos personas, un ser y su opuesto, y que él mismo, su forma de ser, sea la raíz de todas las contradicciones. Uno astuto y otro banal; un estratega y un simple oportunista. Así que es para preguntarse, y qué pasaría si Pedro no fuera Sánchez. O al revés.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Pool/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa) Opinión
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Un ejemplo patente de simplicidad, de ceguera, incluso, de la realidad: esta insistencia en el discurso mononeuronal sobre los españoles que votan a la derecha, como si fueran seres inadaptados que no saben dónde están de pie, ni qué les conviene, ni qué les toca las narices. Tras cada fracaso electoral, el líder socialista se reúne con sus asesores y decide, siempre igual, que la estrategia adecuada es asustarlos con el ogro de la derecha, con lo que crean un círculo vicioso del que nunca salen: derrota, reflexión y vuelta a lo mismo. Ese discurso, como está demostrado desde hace al menos dos décadas, ni siquiera es capaz de movilizar ya al electorado de izquierda en España, pero ahí siguen. Ese es uno de los errores inexplicables en un líder como Pedro Sánchez si atendiésemos a quienes piensan que es un portento como estratega.

No es así, como veremos. Esa cualidad, esa astucia, se le puede reconocer, por ejemplo, por su decisión en la mayor crisis del PSOE, en la que entró cuando lo hundió Rodríguez Zapatero y el Podemos emergente de Pablo Iglesias lo superó en las encuestas como fuerza política mayoritaria en la izquierda. Era la primera vez que ocurría algo así en la democracia. Lo que supo intuir acertadamente Pedro Sánchez es que el electorado de izquierdas estaba exigiendo un giro a la izquierda, y es lo que propició. Logró recomponer al PSOE y ganar todas las elecciones que se convocaron en 2019. ¿Qué ocurrió luego? Pues que, en vez de centrar de nuevo el partido, una vez conseguido el objetivo de neutralizar a Podemos, siguió radicalizándolo. Había dicho que jamás pactaría con Pablo Iglesias, que le quitaría el sueño, pero es lo que hizo. En vez de acercarse a Ciudadanos, propició su demolición con aquellos cánticos en la sede de Ferraz que todos recordarán: “Con Rivera, no”.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión
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En el último congreso del PSOE, en octubre de 2021, anunció que el partido volvía a la socialdemocracia, lo cual hubiera sido una nueva oportunidad de conquistar el centro político, que es el que otorga las mayorías en España. Pero, otra vez, hizo lo contrario y en la segunda mitad de la legislatura intensificó sus alianzas parlamentarias con los grupos más radicales e, incluso, antagónicos al propio ser histórico del Partido Socialista, como es el caso de los independentistas catalanes, a los que indultó y cortejó, y de los herederos de la banda terrorista ETA, Bildu, a los que ha acabado convirtiendo en socios vascos prioritarios, por delante del PNV. “Somos como un clínex para él, nos usa y nos tira”, dijo hace poco el presidente del PNV, Andoni Ortuzar. Seguro que esa sensación se multiplica por muchos miles de votantes. Es verdad, como se ha indicado aquí en otras ocasiones, que esa estrategia, en el caso de Cataluña, ha ayudado a desinflar el globo independentista —aunque el principal motivo, no lo olvidemos, fue la acción contundente de la Justicia española—, pero el problema de Sánchez es que parece incapaz de, una vez conseguido el objetivo, alejarse de ese discurso radical. Y ahí lo tenemos, de nuevo, cambiando de discurso y derogando el delito de sedición para que se sientan cómodos los insurgentes. Con Bildu, ocurre igual: en una democracia, se puede y se debe negociar con todo el mundo, sin vetos previos, pero no sobre todos los temas. Y con los herederos de ETA puede pactar la reforma laboral, pero nada que afecte a la memoria de las víctimas de los terroristas. Y lo hizo, en la Ley de Memoria Democrática, que fue un punto de no retorno para muchos veteranos dirigentes del PSOE, que desde entonces están radicalmente en contra de Pedro Sánchez.

Se ha encontrado con que el rechazo a su persona, el antisanchismo, puede llegar a convertirse en una corriente que arrasa con todo

Con la perspectiva que ofrecen los cinco años que Pedro Sánchez lleva como presidente del Gobierno, podemos subrayar mentalmente la gráfica de su evolución y cómo ha ido perfilando una estrategia que ahora parece clara, consolidar una mayoría parlamentaria con el sustento de independentistas catalanes y vascos, además de los partidos que están a su izquierda, de forma que le permita seguir gobernando, aunque no ganase las elecciones, gracias al sólido suelo electoral del PSOE. Y en ese ensueño ha vivido hasta las elecciones municipales y autonómicas de mayo pasado. El líder socialista se ha encontrado con que el rechazo a su persona, el antisanchismo, puede llegar a convertirse en una corriente que arrasa con todo. Ya puede presentar las leyes aprobadas, muchas de ellas buenas leyes, y repetir mil veces que hemos alcanzado un récord histórico de ocupación y que el paro ha bajado más de dos puntos desde que él gobierna (15,2% en junio de 2018 y 12,8% en junio de 2023) a pesar de la pandemia y de las numerosas crisis afrontadas. Ya puede Pedro Sánchez cantar misa con sus bienaventuranzas europeas, que en buena parte de la sociedad española se ha fijado un concepto demoledor en política: “Pedro Sánchez no es de fiar

Viene la campaña electoral cargada de perfiles presidenciales excesivos, blanco o negro, ángel o demonio, un genio arriesgado o un idiota inconsciente. Como solo en política se niega algo tan elemental como que nadie, ni aun proponiéndoselo, puede ser del todo bueno o del todo malo, no debemos extrañarnos. Pero ni siquiera un gobernante, por brillante que sea, puede evitar cometer un error, una mala decisión, o poner en práctica una medida efectiva, aunque sea un desastre como político. Como se trata de una política de trincheras, sobre todo en España, al presidente Sánchez no se le concede ni una sola virtud, ni una, incluso van más allá y hablan de él como un sátrapa ensimismado, soberbio y egoísta. Otros, por el contrario, lo ven como un líder completo, astuto y decidido, arriesgado y valiente… Hasta guapo, que es algo que resaltan mucho los suyos. Y que habla inglés, también eso.

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