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Asalto de Tabarnia y dulce extrañeza municipal
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Javier Caraballo

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Asalto de Tabarnia y dulce extrañeza municipal

La constitución de los ayuntamientos se erige este año como la primera piedra de una campaña mayor, la de las elecciones generales. Y ya nos dicen dos cosas, que otra política es posible y que sobre España se ha posado un anticiclón azul

Foto: El líder del PP en Barcelona, Daniel Sirera, saluda a Collboni. (EFE/Quique García)
El líder del PP en Barcelona, Daniel Sirera, saluda a Collboni. (EFE/Quique García)
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Son la excepción y la norma, la tendencia y la excepción. El poder municipal. La constitución de los ayuntamientos aparece siempre como el termómetro que marca los ciclos electorales cuando el cabreo está hirviendo en las calles. Y es verdad, es así, establecen las tendencias políticas en España, pero, contados uno a uno, los ayuntamientos son la república independiente de la política, distintos a las demás instituciones del Estado. Es en los Ayuntamientos donde se puede encontrar la excepción de que unos concejales del Partido Popular votan a favor de un candidato de Podemos para desalojar a un alcalde socialista. Y que unos concejales socialistas se alían con la derecha para desplazar a Izquierda Unida. Será el poder que otorga la vara de mando, ese ritual iniciático en el que se entrega el bastón al alcalde, igual que en las cuevas primitivas entregaban un hueso tallado al jefe local en el principio de los tiempos, en la primera hora de la civilización y del orden social. Igual que en la antigua Grecia se entregaba una vara de mando a los cinco magistrados, los éforos, que elegía la asamblea popular en Esparta, con autoridad para contrapesar el poder del Senado y de los reyes.

Los Ayuntamientos constituidos este fin de semana, contemplados en su conjunto, nos aportan ese interés doble de las dos caras de la política, la previsible y la deseada. Por un lado, su valor como anticipo de lo que ocurrirá después, en las elecciones generales, pero, por lado otro, nos sirven para encontrar destellos de una política desenfadada en la que no importan las siglas, ni existen diferencias ideológicas cuando dos partidos deciden unirse para gobernar. Esto último, es lo más singular, lo que sorprende, porque nos hace preguntarnos qué pasaría si en la política española, lastrada de sectarismo, ocurriese lo mismo. Ahí está Barcelona, con la elección a última hora de un alcalde socialista, cuando el independentismo se lamía el triunfo, también inesperado, de un acuerdo de Esquerra Republicana y Junts per Puigdemont. Nadie hubiera apostado porque los votos del Partido Popular hicieran alcalde al socialista Collboni, con la cuadratura imposible del apoyo simultáneo de los Comunes. Tabarnia, esa Ítaca idealizada por los catalanes que se sienten españoles. El asalto de Tabarnia, que es la puntilla última al proceloso procés. O lo sucedido en La Guardia, en la provincia de Toledo. Allí empataron a concejales el Partido Socialista y el Partido Popular, aunque el PSOE fue el que obtuvo más votos. El desempate se quedaba en manos de Podemos y su decisión ha sido sorprendente, se han aliado con la derecha para acabar con tres décadas de gobiernos socialistas. Pensaban que el pueblo pedía un cambio y es lo que han propiciado, sin prestar atención a las amenazas de expulsión de la dirección nacional de Podemos.

Foto: Collboni, nuevo alcalde de Barcelona. (EFE/Quique García)

Vamos a trascender de los aspectos más evidentes que, con seguridad, han determinado este acuerdo antinatural, muchos de ellos de rivalidad local amasada durante años. Pero ¿por qué desde la dirección nacional de Podemos, con su secretaria general, Ione Belarra, a la cabeza, se rechaza el acuerdo por haber convertido en axioma innegociable que no se puede negociar ni acordar nada con la derecha? Ya se ha insistido aquí en numerosas ocasiones que lo esencial de la política, entendida como servicio público para satisfacer el interés de la ciudadanía, no puede prescindir del detalle de lo que se acuerda. Dos partidos políticos que están en las antípodas ideológicas pueden compartir los mismos objetivos en múltiples materias de servicios públicos, que nada tienen que ver con la ideología. En los ayuntamientos, en ese sentido, es donde quizá se entiende mejor esta lógica cuando se habla de la limpieza de los parques, del pavimento de las aceras, de la mejora del alumbrado, de la recogida de la basura o de la mejora de los mercados y la dignidad de los cementerios. ¿Tiene algo que ver todo eso con ser de izquierdas o de derechas? No, claro, tiene que ver con la eficacia en la gestión y, por esa razón, no se puede entender jamás que existe un veto previo, como de ripio: "con la derecha no se pacta porque no se pacta con la derecha".

En todo caso, este fin de semana de constitución de ayuntamientos en toda España se ajusta, en su larga tradición de augures de los ciclos políticos, a la contundencia de los casi ochocientos mil votos de ventaja que obtuvo el Partido Popular con respecto al Partido Socialista. Sostienen los populares que, previamente, les habían hecho llegar desde la propia Moncloa, donde habita Pedro Sánchez, que, aun en el caso de derrota socialista, jamás se produciría por más de trescientos mil votos. Al final, la pérdida socialista dobló la peor de sus hipótesis: la diferencia de votos que le sacó el Partido Popular fue de 763.075 votos. Esos son los seis dígitos que resumen lo que ya se ha formalizado este fin de semana como el "tsunami de la derecha", que fue la expresión que emplearon tras las elecciones algunos dirigentes socialistas, como el aragonés Javier Lambán, aturdidos por la marea que les había pasado por encima. La imagen que utilizó el todavía presidente de Aragón, al igual que otros muchos de ese partido, lo que trasladaba es aquello que entendió Pedro Sánchez al instante: que estaban pagando con su cargo los errores y la impopularidad del presidente del Gobierno de España. La constitución de los ayuntamientos se erige este año como la primera piedra de una campaña mayor, la de las elecciones generales. Y ya nos dicen dos cosas, que otra política es posible, que otros acuerdos son posibles, y que sobre España se ha posado un anticiclón azul, de victorias de la derecha. Ya veremos a finales de julio cuáles son las mareas que nos llevan.

Son la excepción y la norma, la tendencia y la excepción. El poder municipal. La constitución de los ayuntamientos aparece siempre como el termómetro que marca los ciclos electorales cuando el cabreo está hirviendo en las calles. Y es verdad, es así, establecen las tendencias políticas en España, pero, contados uno a uno, los ayuntamientos son la república independiente de la política, distintos a las demás instituciones del Estado. Es en los Ayuntamientos donde se puede encontrar la excepción de que unos concejales del Partido Popular votan a favor de un candidato de Podemos para desalojar a un alcalde socialista. Y que unos concejales socialistas se alían con la derecha para desplazar a Izquierda Unida. Será el poder que otorga la vara de mando, ese ritual iniciático en el que se entrega el bastón al alcalde, igual que en las cuevas primitivas entregaban un hueso tallado al jefe local en el principio de los tiempos, en la primera hora de la civilización y del orden social. Igual que en la antigua Grecia se entregaba una vara de mando a los cinco magistrados, los éforos, que elegía la asamblea popular en Esparta, con autoridad para contrapesar el poder del Senado y de los reyes.

Jaume Collboni Barcelona
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