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Violencia intrafamiliar y terraplanismo
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Javier Caraballo

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Violencia intrafamiliar y terraplanismo

¿Qué frivolidad es esa de desacreditar un nombre, cuando se admite la gravedad de un problema en nuestra sociedad?

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Fernando Villar)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Fernando Villar)
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La absurda insistencia de Vox para eliminar la expresión de violencia de género es lo que más inquieta de este personal, incluso más que las medidas que luego aprueban cuando llegan a las instituciones. Más que las exigencias que incluyen en todos sus acuerdos con el Partido Popular, que solo buscan eso, el ruido, el escándalo grotesco. La polémica como objetivo político, que no es nada raro en los movimientos populistas. Todo surge, como hemos visto desde los primeros pactos entre la derecha y la extrema derecha en Andalucía, cuando los dirigentes de Vox destacan en todas sus negociaciones la exigencia de acabar con la expresión violencia de género. Como ha dicho uno de los portavoces de este partido en Valencia, José María Llanos, “la violencia de género no existe, la violencia machista no existe, lo que existe es la violencia intrafamiliar”.

Lo dicen porque, según el presidente de Vox, Santiago Abascal, la violencia de género “es un concepto ideológico”, pero luego se apresuran a hacer públicos decálogos para defender lo contrario, su compromiso firme para “combatir la violencia contra la mujer y sus causas”. Ese es el absurdo, negar la expresión y asumir plenamente su significado. Porque, ¿qué otra cosa es la violencia de género, y por qué se denomina así, si no es para darle nombre a la violencia que se ejerce específicamente contra la mujer?

La expresión, como otras que se originan en el mundo anglosajón, encajó con dificultad en nuestro idioma porque no era necesario y contravenía la definición que se hacía en el diccionario. Como se repetía cuando empezó a utilizarse aquí el término, la lengua española sí distingue entre sexo biológico y género gramatical, y no había necesidad de confundirlos. Una mesa es un sustantivo que tiene género femenino, para qué incluirla en un tipo de violencia... En fin, que ese debate se mantuvo hasta que la propia Real Academia de la Lengua lo zanjó con una modificación del diccionario, en 2014: incluyó una nueva acepción de la palabra género, la tercera: "Grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico". Desde ese instante, ni los puristas más recalcitrantes siguen empeñados en desacreditar la expresión violencia de género; es verdad que en español la palabra género se había venido reservando como categoría gramatical, para distinguir entre masculino, femenino y neutro, pero no hay ningún problema en ampliar su significado. Debate resuelto.

Lo curioso es que ese rechazo se haya mantenido solo en política, en la extrema derecha, empeñada en llamarla violencia doméstica o violencia intrafamiliar, pero manteniendo la necesidad de luchar contra la violencia que se ejerce contra la mujer, y la necesidad de prestarle ayuda, de aprobar “campañas de prevención, identificando las causas y los perfiles repetidos de los agresores”. Repetimos: para qué esa insistencia zafia en decir que la violencia de género no existe si luego se admite que en nuestra sociedad la mujer, por el hecho de ser mujer, padece un tipo concreto de violencia. ¿Qué frivolidad es esa de desacreditar un nombre, cuando se admite la gravedad de un problema en nuestra sociedad?

Sabemos, además, por la experiencia acumulada desde que comenzaron a llegar a acuerdos con el Partido Popular, que, aunque los dirigentes de Vox se recreen en estas polémicas, con posterioridad, asumen que en las instituciones en las que están se siga aplicando la expresión violencia de género, aunque se le añadan otras como violencia doméstica y violencia intrafamiliar. En Andalucía, que como se apuntaba antes fue el primer acuerdo que se suscribió y que se ha replicado luego en otros pactos, la insistencia fundamental, por ejemplo, fue la creación de un teléfono específico para la violencia intrafamiliar. El escándalo político, las horas y horas de debates que se consumieron, debería ser el único motivo de vergüenza pública cuando, un año después, se publicaron las estadísticas oficiales: el teléfono de la violencia intrafamiliar solo recibía una media de dos llamadas diarias, mientras que el de violencia de género atendía más de 100 llamadas al día.

Volvamos, por tanto, al principio. Si lo que tenemos comprobado es que cuando el Partido Popular pacta con Vox en las instituciones no desaparecen las políticas contra la violencia de género, por qué esa insistencia en aventar las barbaridades de los más cafres de la formación, como ese tipo de Valencia que va diciendo que "la violencia machista no existe". Cualquier persona que no contemple esta discusión con intereses de partido y prejuicios políticos puede compartir con Vox que, en nuestra sociedad, no todo se reduce a la violencia de género, que la violencia en el seno de la familia también existe, violencia doméstica o violencia intrafamiliar, porque los informes de todas las fiscalías en España vienen insistiendo en esta deriva desde hace años. Pero si esa fuera la intención, no habría polémica ni escándalo. Con lo cual, esa debe ser la única razón por la que Vox promociona a los más cafres, porque no les debe interesar solo que se amplíen la protección y las ayudas a las familias ante todo tipo de violencia, sino que les importa también la promoción de este terraplanismo sociológico de ir negando la existencia de una violencia contra las mujeres.

Foto: El líder popular, Alberto Núñez Feijóo, y el responsable de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Rodrigo Jiménez)

El discurso de Vox sobre la violencia intrafamiliar podría ser compatible con el reconocimiento de la violencia de género, como ellos mismos acaban reconociendo implícitamente en sus documentos, pero mantienen el absurdo del negacionismo porque esa esencia gamberra es la que atrae a sus filas a mucho votante antisistema. Esos que se ríen de los lapsus periódicos de algún concejal o algún diputado cuando se hacen famosos por decir que Vox es un partido tan defensor de las mujeres que, de hecho, “hay mujeres de casi tanta valía como los hombres”. Pues eso. El PP hará bien en seguir limitando los acuerdos, y en alejarse de todo este absurdo, sin los complejos en los que tantas veces se enredan, con publicidad y transparencia de lo que firman. Sin dejarse llevar por los términos confusos, equívocos, ni expresiones malintencionadas. Pocos pactos de Estado se firman en España y este, el de la violencia de género, es uno de ellos, junto al de las pensiones, el Pacto de Toledo, y los suscritos contra el terrorismo etarra. No hay más pactos de Estado, solo los primeros de la democracia, los pactos de la Moncloa. El PP a lo suyo, que es el pacto de Estado. Y si algún día Abascal admite el absurdo ridículo de mantener ese doble discurso ante un problema tan grave, de medias verdades y rotundas barbaridades, su partido comenzará a ser un poco menos inquietante.

La absurda insistencia de Vox para eliminar la expresión de violencia de género es lo que más inquieta de este personal, incluso más que las medidas que luego aprueban cuando llegan a las instituciones. Más que las exigencias que incluyen en todos sus acuerdos con el Partido Popular, que solo buscan eso, el ruido, el escándalo grotesco. La polémica como objetivo político, que no es nada raro en los movimientos populistas. Todo surge, como hemos visto desde los primeros pactos entre la derecha y la extrema derecha en Andalucía, cuando los dirigentes de Vox destacan en todas sus negociaciones la exigencia de acabar con la expresión violencia de género. Como ha dicho uno de los portavoces de este partido en Valencia, José María Llanos, “la violencia de género no existe, la violencia machista no existe, lo que existe es la violencia intrafamiliar”.

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