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PP y Vox, socios de nariz tapada
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Javier Caraballo

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PP y Vox, socios de nariz tapada

Antes preferirían que se pudrieran, que se hundan en el fango en las siguientes elecciones, no tener que verlos más, pero ahora tienen que pactar porque no les queda otro remedio

Foto: Reunión en la Comunidad Valenciana entre la delegación del PP y la de Vox. (EFE/Manuel Bruque)
Reunión en la Comunidad Valenciana entre la delegación del PP y la de Vox. (EFE/Manuel Bruque)
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En política hay pactos de nariz tapada, los que se hacen con una sonrisa cínica, mientras se extiende la mano y se gira la cara levemente, para evitar que la mirada, frontal, se estrelle en los ojos del otro, que igualmente ocultan la mentira de un deseo inventado. No quieren pactar, ninguno de ellos quiere pactar; antes preferirían que se pudrieran, que se hundan en el fango en las siguientes elecciones, no tener que verlos más, pero ahora tienen que pactar porque no les queda otro remedio. Por eso, si pueden evitarlo, lo harán. Si no es posible, alargarán la mano y la estrecharán sin ánimo, con los dedos flácidos, como darle la mano a un muerto. Y no se trata de izquierda o de derechas, porque en política nadie quiere compañeros de viaje.

Nadie habrá oído en España a un solo candidato que, durante la campaña electoral, diga una cosa distinta a que su objetivo es ganar las elecciones con mayoría suficiente. Incluso los partidos más insignificantes eluden las elucubraciones sobre futuros pactos porque su objetivo es gobernar en solitario, y en eso no mienten, aunque sea ilusorio. Es así, claro, pero coincidiremos en que, de todas las parejas posibles en la política española, la más desavenida es la del Partido Popular con Vox. En la izquierda, el rechazo, y hasta el desprecio, entre socialistas y comunistas es histórico, pero será que disimulan mejor, o que están mejor dotados para los acuerdos que se firman después de tragar saliva. La derecha, no; el PP y Vox ni siquiera se molestan en ocultar que son socios de nariz tapada.

Foto: Feijóo y Abascal, en el Día de la Fiesta Nacional. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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De todas formas, aunque la sobredosis de aversión en esos acuerdos de la derecha sea innegable —algo que hasta puede parecer normal, cuando el origen de un partido es una escisión del anterior—, en el festival de acuerdos y rechazos al que estamos asistiendo tras las elecciones municipales hay un altísimo porcentaje de estrategia y de cálculo electoral. Este vaivén de entendimiento y de repudio está movido por el interés del Partido Popular de aumentar de forma exponencial la atracción del voto útil. En sentido contrario, la intención de Vox es amarrar a su electorado, reivindicándose como la derecha pura, sin veleidades socialdemócratas. Ahora lo veremos en cada caso, pero antes conviene reseñar otro de los factores que determinan estos movimientos de acercamiento y ruptura entre esos dos partidos.

Tanto el Partido Popular como Vox son los dos partidos políticos que cuentan ante estas elecciones generales con una mayor fidelidad de voto. Sobre todo, el Partido Popular, cuyos votantes manifiestan, por amplísima mayoría (hasta un 82%), su decisión de volver a votarlo a finales de julio. El porcentaje de fidelidad del votante de Vox también es elevado, pero está 10 puntos por debajo del de los populares. Peores son las expectativas en la izquierda, con una fidelidad de voto del 66%, en el caso del PSOE, y del 60%, en el de Sumar. El detalle fundamental, que no se le escapó hace unos días a mi compañero Ignacio Varela cuando se publicó el último sondeo de El Confidencial, es que esos porcentajes significan casi tres millones de votos, solo en el caso de votantes socialistas. Añádansele también los cientos de miles de votos que representan el 30% de antiguos votantes de VOX que no quieren volver a votarlo.

Foto: El candidato del PP a la presidencia de Aragón, Jorge Azcón (i), junto al candidato de Vox, Alejandro Nolasco (d). (EFE/Javier Cebollada)

En su conjunto, por tanto, hablamos de una bolsa de varios millones de electores que, según tenemos comprobado por las últimas convocatorias, decidirán su voto a última hora y, con toda probabilidad, lo harán en favor del partido que despierte mayores expectativas de triunfo. Esa es la definición del concepto voto útil que maneja el Partido Popular y ese es, en fin, el motivo principal de la estrategia de pactos que están siguiendo en los ayuntamientos y en las comunidades autónomas. Se equivocan, pues, quienes, en partidos rivales, interpretan que la estrategia del Partido Popular es caótica, o que desvela la falta de mando del presidente Núñez Feijóo para imponer un único criterio en los pactos con Vox. Todos ellos, claro, hubieran preferido poder afirmar ahora que el Partido Popular ha caído en los brazos de la extrema derecha, pero no ha sido así. Por cada vez que se menciona lo ocurrido en Valencia, aparece el mensaje contrario de Extremadura. Igual que cuando se habla de Baleares, se puede recordar lo que ha pasado en Murcia. Y si alguien tiene dudas, que piensen en Cantabria o en el Ayuntamiento de Barcelona.

El votante progresista que se ha distanciado de los partidos de izquierda, muchos de ellos por la radicalidad del Ministerio de Igualdad y la enorme pifia de la ley del solo sí es sí, recibe el mensaje de que puede confiar en el Partido Popular, porque no caerá en el involucionismo de Vox. El ejemplo de Amelia Valcárcel, respetadísima filósofa y feminista… ¿Cuántas veces se podría encontrar ese mismo caso replicado en el electorado indeciso o desengañado de la izquierda? A esta mujer, que se declara socialista, no le han hecho ninguna mella las barbaridades machistas que dicen, o han dicho, alguno de los integrantes de las listas de Vox en Valencia o en Baleares. El comportamiento del PP, cuando se prestó a votar a favor de la reforma de la ley del solo sí es sí, es suficiente para decir lo que Valcárcel le ha dicho a Núñez Feijóo: "Te otorgo mi confianza de que eres capaz de hacer una política feminista eficaz".

Foto: La líder del PP extremeño, María Guardiola. (EFE/Jero Morales) Opinión
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Esta oleada de voto útil que está fomentando el Partido Popular es, a su vez, como se decía, la que determina la estrategia del partido de Santiago Abascal. Su posición es mucho más complicada, en todo caso, porque uno de los componentes fundamentales del voto útil es el antisanchismo, y ya se ha apuntado antes que la fidelidad de voto de este partido es menor que la del Partido Popular. Ocurre, además, que el PP lo coloca cada vez que puede en la tesitura de tener que elegir entre beneficiar al PSOE o apostar por un cambio de Gobierno, a través de un acuerdo de legislatura y otras compensaciones notables, como la de presidir el Parlamento. Si opta por lo primero, Vox corre el peligro de que se le considere un partido que antepone los sillones a derogar el sanchismo; pero si se decide por lo segundo, apoyar al PP sin entrar en los gobiernos, Vox asume el riesgo de que se le deje de considerar un partido imprescindible para que en España gobierne la derecha.

En esa trampa del voto útil, como podríamos llamarla, los dirigentes de Vox han optado por el brochazo, lo chusco, para, al menos, fidelizar el voto de los más radicales, que no son pocos en un partido de ultraderecha, aquellos que ya van diciendo que no hay diferencias entre Irene Montero y María Guardiola, dos mujeres que “son beligerantes porque no tienen pene”, como diría el adoquín de Mallorca. Pero eso sí que ya no merece la pena analizarlo como estrategia de campaña porque es lo que se ve, zafiedad y no más. Aquello que hasta acaba justificando que estos acuerdos sean pactos de nariz tapada.

En política hay pactos de nariz tapada, los que se hacen con una sonrisa cínica, mientras se extiende la mano y se gira la cara levemente, para evitar que la mirada, frontal, se estrelle en los ojos del otro, que igualmente ocultan la mentira de un deseo inventado. No quieren pactar, ninguno de ellos quiere pactar; antes preferirían que se pudrieran, que se hundan en el fango en las siguientes elecciones, no tener que verlos más, pero ahora tienen que pactar porque no les queda otro remedio. Por eso, si pueden evitarlo, lo harán. Si no es posible, alargarán la mano y la estrecharán sin ánimo, con los dedos flácidos, como darle la mano a un muerto. Y no se trata de izquierda o de derechas, porque en política nadie quiere compañeros de viaje.

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