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Auge y estrépito de 'María, la extremeña'
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Javier Caraballo

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Auge y estrépito de 'María, la extremeña'

Como a María Guardiola le quedan cuatro años por delante, tenemos tiempo de averiguar qué clase de dirigente quiere ser (finalmente)

Foto: María Guardiola. (EFE/Jero Morales)
María Guardiola. (EFE/Jero Morales)
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Debemos aprender de lo ocurrido con esta nueva política extremeña, María Guardiola, para entender la rapidez con la que se puede hacer el ridículo en política. Tan velozmente se han sucedido los acontecimientos, que nos ofrece la oportunidad de señalar en una sola secuencia algunos de los peores vicios y defectos de la política: la vanidad, el endiosamiento, la imprudencia, el servilismo… Y la mentira, también la mentira, claro. O mejor, la ausencia completa de uno de los valores esenciales de la sociedad y de la integridad de una persona: el valor de la palabra dada.

Ya sabemos que, como valor, está en desuso en la sociedad, como si fuera una antigualla, pero cada uno de nosotros se aferrará en todas sus relaciones a esa confianza para saber a quién tiene delante. En la política es, paradójicamente, donde más se desprecia la palabra dada; todos se guían por aquello que dijo una vez un famoso periodista (español, por supuesto) cuando traicionó a un colega y le pisó la entrevista que todo el país estaba esperando: "La palabra dada ya no me pertenece". Pues hasta esa explicación, burlona y cínica, contiene más sinceridad que la que acabó ofreciendo la política extremeña, eso de que "mi palabra vale menos que los extremeños", como dijo en un falso ejercicio de humildad. A ver quién le ha contado a esta mujer que los extremeños, incluso los que la han votado, consideran un mérito que su próxima presidenta sea alguien con una palabra que fluctúa, como una veleta que se mueve al aire de los intereses.

Foto: Isabel Díaz Ayuso y María Guardiola. (Twitter)
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Y eso de justificarse con su entrega a Extremadura… Encima, eso. Cuando un gobernante, o un político, empieza a hablar en nombre de todos los ciudadanos, como si fueran de su familia; cuando se envuelven en esa bandera, ya tienen que encenderse las alarmas, porque un dirigente es un servidor público, no un salvador de nada, ni un benéfico protector del pueblo. Guardiola lo hizo a lo grande, con todos los perejiles, con sus pendientes grandes de la bandera de Extremadura y encantada de que la llamaran María, la extremeña. Pérdida absoluta del sentido de la mesura y de la realidad. No es la primera, que no, ni será la última, pero eso suele ocurrirle a muchos presidentes y líderes políticos cuando llevan mucho en el poder y se han embriagado de ese mezcal.

Lo extraordinario de la presidenta del PP extremeño es que es la primera vez que ocupa un puesto de primera línea y nada más llegar, zas. Una mujer tan joven, de 44 años, con dos oposiciones aprobadas en la Administración, se merecía un poco más de consideración con ella misma. Guardiola, para pasmo del personal, hablaba de sí misma como si hubiera arrasado en las elecciones, como si en las calles de Extremadura hubiera estallado una fiesta por hacerla a ella presidenta, sin reparar en el leve matiz de que, en realidad, ha perdido las elecciones, aunque haya empatado en escaños con el PSOE. En fin… Todos esos tics que fue esparciendo en 10 días, en las entrevistas que iba concediendo, nos hacen presumir, sin temor a errar demasiado, que la inexperiencia de esta mujer en política ha provocado que a su alrededor haya crecido una corte de intrigantes, pelotas y aprovechados, propios del partido y mercenarios, que la han acompañado al precipicio con sonrisas y abrazos. Es algo muy común en política, y se habrán tirado en vuelo picado sobre esa cervatilla con solo verla en el campo.

Foto: María Guardiola (PP) formaliza un acuerdo con Ángel Pelayo (Vox). (EFE/Jero Morales)

El resultado que tenemos a la vista es cómo en Extremadura, y por culpa de Guardiola, se ha pifiado la estrategia de pactos que pretendía sacar adelante el PP para no autolesionarse antes de las elecciones generales. La prueba más evidente que tenemos de que la desmesura de María Guardiola había hecho descarrilar la estrategia del Partido Popular es que la han obligado "a tragarse sus palabras", como ha llegado a decir el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno. El objetivo inicial era ofrecer un abanico de pactos abierto, con varios partidos políticos, para dificultar al PSOE y a Sumar el lema central de sus campañas, el pacto de las derechas extremas, la imagen de Núñez Feijóo con Santiago Abascal sentado a su lado. Se trataba de evitar a Vox en todas las instituciones en las que fuera posible, bien por contar con mayorías suficientes o con otros partidos para coaligarse, pero sin que nada de ello supusiera romper con Vox ni crear una tensión política entre ambos. Está muy claro que en Extremadura el equilibrista se estampó en el suelo.

Lo repiten siempre, pero luego convierten las instituciones autonómicas en parlamentos subalternos de la política nacional

En unas semanas, o días, se convocará al fin la sesión de investidura en la que María Guardiola será elegida presidenta, pero le hará falta mucho más tiempo, años quizá, para borrarse la débil imagen de trapo con la que se ha cubierto. Lo paradójico en todo esto es que, como decíamos antes, es precisamente en la política donde se le tiene menos respeto al valor de la palabra dada. Ahí está, sin ánimo de establecer comparaciones, lo ocurrido con el todavía presidente, Guillermo Fernández Vara. En cuanto se conoció el resultado del 28 de mayo fue muy claro, "hemos ganado las elecciones, hemos ganado las diputaciones, pero yo he fracasado". Al día siguiente, pidió el reingreso a su plaza de médico forense y lo dispuso todo para dejar la política. Pero también a él le hicieron rectificar desde la ejecutiva federal de su partido, porque no se trataba de él, no se trataba ni siquiera del futuro Gobierno de Extremadura, que efectivamente se daba por perdido en el PSOE, sino de enredar todo lo posible para inflar la notoriedad del pacto entre populares y voxistas.

Dicho lo cual, y sirva de colofón a esta peripecia de auge y estrépito de María, la extremeña, harían bien los políticos extremeños en reflexionar sobre lo ocurrido y concluir que también es bochornoso, y hasta fraudulento políticamente, que las autonomías se plieguen a los intereses nacionales de sus partidos políticos. Juran defender el interés autonómico, pero les falta tiempo para supeditarse a estrategias ajenas. Lo repiten siempre, con golpes de pecho, pero luego convierten las instituciones autonómicas en parlamentos subalternos de la política nacional. Como a María Guardiola le quedan cuatro años por delante, tenemos tiempo de averiguar qué clase de dirigente quiere ser (finalmente).

Debemos aprender de lo ocurrido con esta nueva política extremeña, María Guardiola, para entender la rapidez con la que se puede hacer el ridículo en política. Tan velozmente se han sucedido los acontecimientos, que nos ofrece la oportunidad de señalar en una sola secuencia algunos de los peores vicios y defectos de la política: la vanidad, el endiosamiento, la imprudencia, el servilismo… Y la mentira, también la mentira, claro. O mejor, la ausencia completa de uno de los valores esenciales de la sociedad y de la integridad de una persona: el valor de la palabra dada.

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