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Vox disimula su declive
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Vox disimula su declive

No están bien, y saben que desde hace tiempo los persigue, como fantasmas, la sombra negra de los otros partidos que también nacieron cuando se deshizo el bipartidismo y ya han desaparecido

Foto: El candidato de Vox a la presidencia del Gobierno, Santiago Abascal. (EFE/Jero Morales)
El candidato de Vox a la presidencia del Gobierno, Santiago Abascal. (EFE/Jero Morales)
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No están bien, y conocen perfectamente que en este año electoral de 2023 se están jugando el futuro. No están bien, y saben que desde hace tiempo les persigue, como fantasmas, la sombra negra de los otros partidos que también nacieron cuando se deshizo el bipartidismo y ya han desaparecido. No están bien en Vox, y es ese mal momento que atraviesan el que nos puede ayudar a explicarnos algunas de las decisiones que se están tomando. Como la tensión interna, entre quienes defienden un partido más neoliberal frente a quienes se abrazan a la ultraderecha europea. O como la decisión de apostarlo todo a los sillones, los que sean, en gobiernos de coalición con el Partido Popular. Aunque el pulso pueda costarles la disolución de las cámaras y la convocatoria de nuevas elecciones, como puede ocurrir en Murcia.

En todo caso, ni las disputas internas por el poder ni las estrategias externas justifican el mal momento del que hablamos, entre otras cosas, porque ambas cuestiones pertenecen a la vida ordinaria de todos los partidos políticos. El gran problema de Vox tiene que ver con la sensación progresiva de que se trata de un proyecto político amortizado, que ya ha tocado techo y que a lo único que puede aspirar es a ser la muleta de apoyo del Partido Popular cuando la suma de los escaños obtenidos en las elecciones les sea favorable.

Podemos estar seguros de que ese papel subsidiario no estuvo nunca en la cabeza del líder de Vox, Santiago Abascal, cuando despreciaba a los populares como “la derechita cobarde”. Con Mariano Rajoy al frente del PP, ese discurso se fortaleció, llegaron los primeros éxitos electorales (Andalucía, en 2018) y se robusteció mucho más cuando los populares perdieron el poder en la Moncloa y la presidencia de Pablo Casado condujo el partido a su momento de mayor debilidad. Cuando todo saltó por los aires en el PP, en febrero del año pasado, por la enorme crisis que provocó la salida de Casado de la dirección, los sondeos de opinión otorgaban a Vox el máximo histórico en sus expectativas, por encima de los 70 diputados en el Congreso. En las últimas elecciones generales, las de 2019, el partido de Abascal había logrado 52 escaños, frente a los 89 del Partido Popular, con lo que podía afirmarse entonces que la disputa por el liderazgo de la derecha en España era una aspiración sólida.

En un año, en solo un año, la trayectoria electoral de Vox es de vértigo. En todos los sondeos que se publican, a falta de 12 días para las elecciones, el partido de Abascal pierde casi la mitad de la representación que tiene en la actualidad en el Congreso de los Diputados, con lo que puede quedarse en una quinta parte de los diputados del PP (30-150). No puede confundirnos el hecho cierto de haber triplicado el número de concejales en las últimas elecciones municipales, porque eso solo obedece a que ha sido la primera vez que Vox se ha presentado en la mayoría de los municipios, algo que antes no podía hacer. Igual ha ocurrido en las comunidades autónomas, pero siempre a gran distancia del PP. En otras comunidades, como Andalucía o Madrid, el balance es más crítico, porque los populares obtienen mayoría absoluta, lo que los conduce a la irrelevancia parlamentaria.

Foto: Abascal durante un discurso para la campaña electoral. (Reuters/J.Nazca) Opinión
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La primera respuesta que se ha dado a ese declive es la realineación de los objetivos políticos, de las estrategias. La crisis de resultados se quiere resolver con un giro hacia la derecha, hacia la ultraderecha. Parece como si, internamente, en Vox hubiera empezado a inquietar la sensación de que, también ellos, corren el riesgo de parecerse a la derechita cobarde que criticaban. El endurecimiento de las estrategias y de los discursos es lo que explica la salida, o alejamiento, progresiva de antiguos referentes del partido, como ya ocurrió con Macarena Olona, la antigua portavoz en el Congreso. Las figuras de otros perfiles similares al de Olona, como el de Iván Espinosa de los Monteros, son las que ahora comienzan a estar cuestionadas, o devaluadas, en el seno de la organización, mientras, de forma paralela, crece el protagonismo de dirigentes del sector más duro, como el del eurodiputado Jorge Buxadé.

El modelo, el espejo en el que fijarse, es el de líderes como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, pero la realidad sociológica española cada vez los aleja más de ese ideal. Sucede, además, por la experiencia acumulada en España, que los partidos minoritarios que se deciden a entrar en gobiernos de coalición acaban sucumbiendo en las urnas. O bien porque los termina absorbiendo el partido mayoritario de la coalición, o bien porque su electorado los abandona, decepcionado, al no haber impuesto en sus acuerdos las medidas más radicales que prometían.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión
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En todo caso, en la actualidad, la entrada de Vox en todos los gobiernos del Partido Popular en los que pueda imponerlo es un mal menor para el partido de Abascal, porque lo urgente, en este momento, es aparentar la consolidación y el crecimiento real que le están negando las elecciones. La entrada en los gobiernos camufla la realidad, aparenta poder donde hay declive electoral o estancamiento. Si en la mayor oleada de voto antisanchista, el partido de Abascal pierde la mitad de sus diputados, el futuro no puede ser, de ninguna forma, halagüeño.

Y tampoco deberíamos extrañarnos, si lo vemos con alguna distancia. Es tan fácil como pensar que Vox nació por la descomposición del Partido Popular y que, de la misma forma, comienza a desvanecerse cuando el partido matriz vuelve a fortalecerse. El voto radical en España, por fortuna, no ofrece la posibilidad, ni a izquierda ni a derecha, de constituir una alternativa de gobierno. De ahí el mal momento de Vox y esta vuelta inequívoca al bipartidismo.

No están bien, y conocen perfectamente que en este año electoral de 2023 se están jugando el futuro. No están bien, y saben que desde hace tiempo les persigue, como fantasmas, la sombra negra de los otros partidos que también nacieron cuando se deshizo el bipartidismo y ya han desaparecido. No están bien en Vox, y es ese mal momento que atraviesan el que nos puede ayudar a explicarnos algunas de las decisiones que se están tomando. Como la tensión interna, entre quienes defienden un partido más neoliberal frente a quienes se abrazan a la ultraderecha europea. O como la decisión de apostarlo todo a los sillones, los que sean, en gobiernos de coalición con el Partido Popular. Aunque el pulso pueda costarles la disolución de las cámaras y la convocatoria de nuevas elecciones, como puede ocurrir en Murcia.

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