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El inquietante silencio de Irene Montero
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Javier Caraballo

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El inquietante silencio de Irene Montero

El silencio de Irene Montero romperá en estruendo la misma noche de las elecciones. Solo habrá una responsable del fracaso, a la que señalarán todos los morados

Foto: La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Víctor Lerena)
La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Víctor Lerena)
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Es el silencio que precede a la tormenta, la quietud del estruendo. ¿Por qué está tan callada Irene Montero? Ya sabemos que la apartaron de las listas electorales de un manotazo, que hicieron con su cara una diana de culpas y perdones, que le aplicaron con severidad el castigo máximo de la política, sacarla de los despachos, apartarla de los estrados y de las palmas. Ya sabemos que todo eso ha ocurrido, que Yolanda Díaz, la nueva líder de la miscelánea ideológica que existe a la izquierda del PSOE, que es la extrema izquierda o la izquierda extrema, ha buscado con su castigo la ejemplaridad de un juicio sumarísimo. Irene Montero, su imagen política, tenía que desaparecer para que Yolanda Díaz pudiera nacer. Un gesto de autoridad y de reafirmación en el espacio político más convulso de la historia, el que reúne a comunistas con socialistas, a trotskistas con estalinistas.

Por eso el sacrificio público de Irene Montero, que fue como el de las brujas en la Edad Media, cubierta de brea y de plumas de gallina, para que todos lo supieran. Al principio, provocó la reacción de protesta de sus compañeros de Podemos, de Pablo Iglesias hacia abajo, como si se estuvieran mordiendo los puños. Pero luego, para sorpresa de muchos, aceptaron el castigo, asumieron el destierro y, en todo ese entorno, que siempre es ruidoso y porculero, se hizo el silencio. Este inquietante silencio de ahora que, para quien tenga dudas, no es el final de nada sino el principio de lo que vendrá.

Foto: Yolanda Díaz e Ione Belarra. (EFE/Villar López)

Desde que la plataforma Sumar deslizó el imperativo de excluir de las listas electorales a los principales referentes de Podemos, comenzó un pulso por la definición de lo que estaba sucediendo. ¿Una traición o una necesidad? ¿Un ajuste de cuentas entre egos incompatibles o un paso adelante para favorecer la unificación de la izquierda? Yolanda Díaz, como queda dicho, necesitaba ese golpe de autoridad para reafirmar su liderazgo y para mostrarse libre e independiente, sin hipotecas ni influencias ajenas. Al otro lado, Pablo Iglesias, al frente de Podemos junto a los demás, entendió casi al instante que se encontraba en un callejón sin salida, que nadie de Sumar, de los 10 o 15 movimientos que lo integran, iba a salir en su defensa. La trampa que había urdido Yolanda Díaz los había dejado solos.

Atrapados en la tela de araña de la unidad que se empezó a tejer con la renuncia de Alberto Garzón, el líder de Izquierda Unida, a repetir en las candidaturas. Ya no se trataba de una vendetta contra Podemos, sino de un gesto de solidaridad y de humildad al que no se podían negar. El paso atrás de un individuo no significa nada, no es nada, porque lo esencial es que avance la organización, el colectivo. Es decir, no solo no iba a reconocer nadie la traición a Podemos, sino que corrían el riesgo de quedar ante el electorado como un grupo de egoístas, aferrados a los escaños, a costa de romper la unidad de la izquierda. De modo que, atrapados, aceptaron y callaron.

Foto: Ione Belarra, Irene Montero e Isabel Serra. (EFE/Fernando Villar)

Juan Carlos Monedero, conservado como en formol en su papel de arúspice de Podemos, sin que le afecten riñas de gobierno ni el desgaste de las leyes, suele repetir desde la encerrona a Podemos que la obligación de todos los militantes y simpatizantes es votar a Sumar en las elecciones del próximo domingo, a sabiendas de que sus antiguos compañeros son los que han formado el pelotón de fusilamiento para aniquilar a Irene Montero. Lo del “pelotón de fusilamiento” es cosa suya, de Monedero y los demás de Podemos, tan dados como son a recrear en el ambiente político la España de la Guerra Civil. Los llama “fusiladores de escritorio” y, en cada línea en la que pide el voto para Sumar, transpira el aborrecimiento, el desprecio.

“Llama la atención que parte de los que más han disparado contra Irene Montero desde la izquierda son los mismos que ahora están exigiéndole que monte una speak corner en cada cruce de calles para pregonar a los cuatro vientos las bondades de votar a Sumar (…) Ha sido una actitud idiota, alimentada por algunos sectores que mal aconsejaron a Yolanda Díaz. Y que son responsables del lastre electoral que hoy detectan las encuestas en Sumar”, escribía hace unos días en un artículo de prensa en el que volvía a solicitar el voto para ellos. “Pese a todo, voy a votarles. Y si yo puedo, tú puedes”, decía Monedero. Pero ¿de verdad estaba pidiendo el voto o el interés es otro, oculto?

Foto: Irene Montero y Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Cada palabra de Monedero es equivalente a cada silencio de Irene Montero y solo deben ser interpretados como el intento de levantar acta en esta campaña electoral para que, en cuanto se cierren las urnas, exculpar a Podemos del fiasco electoral y volcar toda la responsabilidad en Yolanda Díaz y en Sumar. Si el resultado de las encuestas es el que señalan la inmensa mayoría de los sondeos que se están publicando, el silencio de Irene Montero romperá en estruendo la misma noche de las elecciones. Solo habrá una responsable del fracaso, a la que señalarán todos los morados, en el intento postrero de fulminar la versión impuesta por Sumar y recuperar el liderazgo de esa miscelánea, que les ha sido arrebatado en estas elecciones.

Algunos de los veteranos de Izquierda Unida, como Nicolás Sartorius, suelen repetir que en ese espacio político existe “una evidente incapacidad para normalizar y gestionar la discrepancia”. Si lo sabrá él, que en tiempos de Julio Anguita creó Nueva Izquierda, una corriente crítica dentro de Izquierda Unida que acabó dinamitando toda la coalición. Los de Anguita decían entonces que Nueva Izquierda era “un submarino del PSOE”. Tras las elecciones generales del 23-J, cuando se decrete el final de este tiempo de silencios, oiremos decir lo mismo de Sumar, el submarino del PSOE que quiso hundir a Podemos.

Es el silencio que precede a la tormenta, la quietud del estruendo. ¿Por qué está tan callada Irene Montero? Ya sabemos que la apartaron de las listas electorales de un manotazo, que hicieron con su cara una diana de culpas y perdones, que le aplicaron con severidad el castigo máximo de la política, sacarla de los despachos, apartarla de los estrados y de las palmas. Ya sabemos que todo eso ha ocurrido, que Yolanda Díaz, la nueva líder de la miscelánea ideológica que existe a la izquierda del PSOE, que es la extrema izquierda o la izquierda extrema, ha buscado con su castigo la ejemplaridad de un juicio sumarísimo. Irene Montero, su imagen política, tenía que desaparecer para que Yolanda Díaz pudiera nacer. Un gesto de autoridad y de reafirmación en el espacio político más convulso de la historia, el que reúne a comunistas con socialistas, a trotskistas con estalinistas.

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