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Ni antes tsunami ni ahora debacle
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Javier Caraballo

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Ni antes tsunami ni ahora debacle

Cuando se afirma que el Partido Popular se ha desfondado este 23-J, o que se ha caído, lo primero que se ignora es que ha logrado un millón de votos más que hace dos meses

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
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Vivimos en el país en el que con más rapidez se levantan pedestales y se cavan tumbas. Es una de las consecuencias de esta política de trincheras que tenemos en España, que todo lo exacerba, lo exagera, los odios y los afectos, de forma que cuando se frustran las expectativas electorales que se habían creado, todo es más dramático. Subidas y bajadas de vértigo, elogios enmelados y puñaladas envenenadas. Sobre todo en Madrid, que es el meollo de todo el debate político, donde hierven las conspiraciones a diario y las maldades corren como ratas por los pasillos de los restaurantes. Precisamente por eso, conviene siempre alejarse de esas corrientes de polarización, tan potentes, y contemplar la realidad con algo de distancia. Y con más templanza. Por ejemplo: Pedro Sánchez ha conseguido su objetivo en estas elecciones generales porque fue el que mejor supo interpretar los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de mayo. Vamos a fijarnos en la declaración que hizo al día siguiente de las elecciones, en la Moncloa, para anunciar que adelantaba también las elecciones generales. Lo que sostuvo en esa intervención, y en las que realizó posteriormente ante los suyos, diputados, senadores y ejecutiva, es que el peso institucional que había perdido el PSOE no se correspondía con el respaldo electoral que había conseguido.

“Magníficos presidentes y presidentas autonómicos, alcaldes y alcaldesas socialistas se van a ver desplazados con una gestión impecable. Y ello a pesar de que muchos han visto incrementado su apoyo en el día de ayer”, dijo Sánchez.

Foto: El presidente en funciones y líder del PSOE, Pedro Sánchez, saluda a la presidenta del partido, Cristina Narbona, antes de la ejecutiva celebrada este lunes en Ferraz. (REUTERS/Juan Medina)
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A la mayoría nos pudo parecer presuntuoso: ¿cómo podía hablar de esa forma, después del batacazo, con la cantidad de ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas que había perdido el PSOE? En lo que se fijó el líder socialista era en que el mapa en el que todo aparecía teñido de azul ocultaba que el PSOE mantenía un suelo de más de seis millones de votos (6.291.812), que no estaba tan lejano del conseguido por el Partido Popular, de siete millones (7.054.887). Con una distancia de 700.000 votos no se podía hablar, efectivamente, de tsunami electoral, en todo caso, tsunami institucional. Puede parecernos baladí, pero se trata de realidades sociales y políticas muy distintas.

Convocando unas elecciones generales inmediatas, sin dar tiempo a que el Partido Popular se asentara en los ayuntamientos y en las diputaciones, además de en las comunidades autónomas, podía recuperar los 400.000 votos perdidos en mayo y aspirar, con siete millones de votos socialistas, a una nueva mayoría parlamentaria en el Congreso de los Diputados, aunque no ganara las elecciones. Lo ha conseguido, de sobras, como se ha visto, porque le ha funcionado todo: el cálculo electoral a corto plazo, la movilización de su electorado abstencionista y el voto útil que le ha llegado de las otras izquierdas.

Foto: Fotografía de la sede de Génova (EFE/Javier Lizón)

El problema del Partido Popular, y de todos los vaticinios que lo han adornado de flores en estos dos meses, ha sido justo el contrario, haber confundido el tsunami institucional con un tsunami electoral. Pero nada de ello convierte el resultado de estas elecciones en una debacle para el PP. En absoluto. Cuando se afirma que el Partido Popular se ha desfondado este 23-J, o que se ha caído, lo primero que se ignora es que ha logrado un millón de votos más que hace dos meses. El antisanchismo, que ya existía, no solo no se ha desinflado, sino que se ha incrementado en estas elecciones por encima de los 11 millones de votos, si sumamos los obtenidos por Vox. Pensemos que con esa misma cifra electoral, 11 millones de papeletas, el Partido Popular obtuvo en 2011 una abultada mayoría absoluta, los 186 escaños del primer Gobierno de Mariano Rajoy.

Con la derecha fragmentada, el tsunami electoral en unas elecciones generales es imposible, aunque en unas elecciones municipales y autonómicas hagan posible un tsunami institucional con los pactos. Atendamos a la mera suma: con los mismos votos con los que Rajoy sacó esos 186 diputados, la suma de PP y de Vox se queda ahora en 169 escaños. Hay 17 diputados que se pierden por la dispersión de voto; la misma dispersión que hubiera garantizado para el Partido Popular una abrumadora mayoría absoluta, como hace 12 años. Dicho de otra forma, la misma cantidad de voto que se levantó contra el zapaterismo en 2011 es la que ha ido a votar contra el sanchismo en 2023, pero dejando miles de votos inutilizados en muchas provincias en las que el PP no ha logrado un escaño más por el voto que ha ido a Vox, que tampoco ha obtenido nada en esa circunscripción.

Foto: Celebración de Alberto Núñez Feijóo tras conocer el resultado de las elecciones. (Reuters/Juan Medina)

En todo caso, sean cuales sean los datos, lo que nada ni nadie va a evitar es que esta sea la victoria más amarga del Partido Popular en unas elecciones generales. Y como estamos en el país de los pedestales y las tumbas, como se decía al principio, ya se ha empezado a cuestionar el liderazgo de Núñez Feijóo al frente del PP. Sería, con diferencia, el peor error que podría cometer el Partido Popular y lo único que necesita el secretario general del PSOE para redondear su dulce derrota, que le movieran la silla a Feijóo. Que lo piensen fríamente, porque ni antes hubo tsunami ni esto de ahora es una debacle. Se exageraron las expectativas tras las municipales y no se tuvo en cuenta que, aunque el regreso del bipartidismo es incuestionable, todavía no se ha completado, ni en la izquierda ni en la derecha. ¿Cuestionar a Feijóo en estas circunstancias? El peor error del PP, que sí, por muy Bambi que lo vean, como dice un estimado colega.

Vivimos en el país en el que con más rapidez se levantan pedestales y se cavan tumbas. Es una de las consecuencias de esta política de trincheras que tenemos en España, que todo lo exacerba, lo exagera, los odios y los afectos, de forma que cuando se frustran las expectativas electorales que se habían creado, todo es más dramático. Subidas y bajadas de vértigo, elogios enmelados y puñaladas envenenadas. Sobre todo en Madrid, que es el meollo de todo el debate político, donde hierven las conspiraciones a diario y las maldades corren como ratas por los pasillos de los restaurantes. Precisamente por eso, conviene siempre alejarse de esas corrientes de polarización, tan potentes, y contemplar la realidad con algo de distancia. Y con más templanza. Por ejemplo: Pedro Sánchez ha conseguido su objetivo en estas elecciones generales porque fue el que mejor supo interpretar los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de mayo. Vamos a fijarnos en la declaración que hizo al día siguiente de las elecciones, en la Moncloa, para anunciar que adelantaba también las elecciones generales. Lo que sostuvo en esa intervención, y en las que realizó posteriormente ante los suyos, diputados, senadores y ejecutiva, es que el peso institucional que había perdido el PSOE no se correspondía con el respaldo electoral que había conseguido.

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