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Felipe VI le gana el pulso a su padre
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Javier Caraballo

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Felipe VI le gana el pulso a su padre

Es tan irritante que la persona que consiguió instaurar en España una democracia plena, en forma de monarquía parlamentaria, se haya convertido en sus últimos años en la principal amenaza

Foto: Rey Felipe VI. (EFE/Ángel Colmenares)
Rey Felipe VI. (EFE/Ángel Colmenares)
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Llegó el rey emérito y la ventanilla del coche ni se bajó. Ni una palabra, ni un saludo, nada. Dentro del vehículo, don Juan Carlos debía observar, como escenas del cine mudo, a los periodistas que rodeaban el coche, dando saltitos para no quedarse atrás, gesticulando, haciendo preguntas, acercando el micrófono por si la ventanilla del asiento del copiloto bajaba unos centímetros. Podemos imaginar las preguntas, ¿va a visitar a su hijo? ¿Qué le han dicho en la Zarzuela? ¿Hay algún malestar? ¿Vienen a verle sus hijas, sus nietos…? A través del cristal, solo podía verse la sonrisa del rey emérito, pero sin mover los labios, y ese saludo de media cuña con la mano, tan característico en la realeza.

Tampoco su anfitrión, Pedro Campos, su amigo de los setenta, cuando se conocieron en las regatas que ahora sirven de excusa para que el rey autoexiliado vuelva a España a calmar los ataques de nostalgia, después de fijar su residencia en Emiratos Árabes. Así lo ha elegido para poder proteger su patrimonio, solo un par de visitas al año. En enero pasado fue cuando se lo comunicó a la Agencia Tributaria española, y este mes de junio ha sido el primero en el que el ciudadano Juan Carlos de Borbón no tenía la obligación de presentar la declaración de IRPF en el país que reinó durante tantos años.

Foto: Fotografía de archivo del rey emérito Juan Carlos. (EFE)

Ya no volverán a pillarlo como en los años anteriores, cuando saltaron a la luz los años de ingeniería financiera del emérito para ocultar su fortuna fuera de España. La opacidad absoluta de su nueva residencia fiscal le permite eso, no tener que dar explicaciones en España a nadie de su dinero, pero tiene el coste obligado de no poder pisar este suelo más que unos días contados al año. Solo unos días y en silencio, que es la segunda obligación que ha tenido que asumir para seguir pasando unos días de regatas en su querida playa de Sanxenxo, quizá el peaje más doloroso para el rey emérito.

Desde el autoexilio, la expatriación o la espantada, como se prefiera, esta es la tercera visita que hace a España quien reinó durante 39 años y 7 meses tras la muerte del dictador. Y es la primera vez en la que, con claridad, podemos observar cómo se ha acabado imponiendo el criterio del actual jefe del Estado, Felipe VI. Este silencio del emérito, esta discreción, no es casual, es la demostración de que su hijo le ha ganado el pulso.

Esta vez, el rey emérito ha llegado a Vigo con la misma notoriedad que lo hubiera hecho un millonario extravagante o una estrella del rock de los sesenta que viene a tumbarse en una hamaca. En un avión privado y con absoluta indiferencia institucional. Era, exactamente, lo que Felipe VI pretendía, lo que expresó y le llevó a enfrentarse abiertamente con él en los dos viajes anteriores. Sobre todo, en la primera visita, en mayo del año pasado, cuando todo acabó en un agrio y tenso encuentro entre el padre y el hijo.

Foto: El rey Juan Carlos, charlando con Pedro Campos en 2022. (EFE/Salvador Sas)

En El Confidencial lo contó, con detalle, José Antonio Zarzalejos, sin duda alguna el periodista español con una mejor información de lo que sucede en la Casa Real desde antes de la abdicación de Juan Carlos, de la que se cumplirán diez años en junio de 2024. Por las estrictas normas de protocolo y de prudencia que se emplean en la Jefatura del Estado, cualquier palabra, cualquier adjetivo, adquiere un valor especial, exponencial. Por eso, cuando en la última visita del emérito se trasladó a la opinión pública que la Casa Real consideraba "una gran equivocación" la visita de Juan Carlos a Sanxenxo, que existía un profundo malestar por todo ello, podemos asegurar que la gravedad de la situación era máxima.

Aún más, porque al margen de que se le recordara que sus visitas a España tenían que ser cortas y discretas y que no lo estaba cumpliendo; además de eso, Juan Carlos estaba infringiendo las normas aprobadas en 2015 sobre regalos y favores a los miembros de la Casa Real, de la que sigue formando parte. Esa fue una de las primeras medidas que impuso Felipe VI cuando fue nombrado rey de España, para enviar desde el principio una señal muy clara del tiempo nuevo que llegaba a la Corona. Austeridad, discreción, ejemplaridad. Y no era posible que esa línea de firmeza la quebrara, precisamente, Juan Carlos I, con pública ostentación de lujos cada vez que llegara a España.

Foto: El rey Juan Carlos, durante su último día en Sanxenxo. (EFE/Lavandeira Jr)

Ya se ha apuntado aquí en varias ocasiones que la severidad con la que debe tratarse los desmanes del ciudadano Juan Carlos de Borbón no pueden empañar jamás el elogio y la admiración de su papel histórico, como impulsor y piloto de la Transición con la que España consiguió el hito inigualable de pasar de una dictadura a una democracia plena de forma pacífica, "de la ley a la ley", como se resumió aquella estrategia inédita de Torcuato Fernández Miranda. Nada puede embarrar ese periodo que nos pertenece a todos los españoles como patrimonio. Nada ni nadie, tampoco Juan Carlos de Borbón.

Por esa razón es tan irritante que la persona que consiguió instaurar en España una democracia plena, en forma de monarquía parlamentaria, se haya convertido en sus últimos años en la principal amenaza, en la mejor baza de quienes quieren destruir ese periodo de nuestra historia reciente y desestabilizar el país. También eso podemos constatarlo en esta visita: el silencio del emérito se corresponde con el silencio de sus peores enemigos, desde los independentistas hasta los radicales de izquierda. Esta vez no hay Echeniques ni Rufianes incendiando las redes con insultos y desprecios. Claro que tampoco podemos obviar el momento, estos días de profunda resaca tras las elecciones generales que han truncado la victoria cantada de la derecha. Todos podemos intuir que otra cosa sería esta misma visita de Juan Carlos y el presidente in pectore en estos momentos hubiera sido Alberto Núñez Feijóo. Mucho más si el resultado de las urnas hubiera sido un gobierno de coalición con la extrema derecha… En ese caso, ni la discreción máxima hubiera ahorrado el escándalo de la izquierda montanera, especulando falsamente con el regreso del emérito consentido por Feijóo. Pero eso forma parte de lo que nunca tendrá arreglo, la demagogia política. Así que lo mejor es quedarse con lo que podemos constatar y celebrar, que Felipe VI le ha ganado un nuevo pulso a su padre.

Llegó el rey emérito y la ventanilla del coche ni se bajó. Ni una palabra, ni un saludo, nada. Dentro del vehículo, don Juan Carlos debía observar, como escenas del cine mudo, a los periodistas que rodeaban el coche, dando saltitos para no quedarse atrás, gesticulando, haciendo preguntas, acercando el micrófono por si la ventanilla del asiento del copiloto bajaba unos centímetros. Podemos imaginar las preguntas, ¿va a visitar a su hijo? ¿Qué le han dicho en la Zarzuela? ¿Hay algún malestar? ¿Vienen a verle sus hijas, sus nietos…? A través del cristal, solo podía verse la sonrisa del rey emérito, pero sin mover los labios, y ese saludo de media cuña con la mano, tan característico en la realeza.

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