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Cuídate de la soberbia, Pedro Sánchez
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Javier Caraballo

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Cuídate de la soberbia, Pedro Sánchez

La soberbia, bien lo sabe la historia, es el peor veneno de un dirigente político, el que llega cuando alguien se considera invencible, invulnerable

Foto: El líder del PSOE, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
El líder del PSOE, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
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Cuídate de la dulce derrota, le dijo el augur al oído cuando el césar Pedro Sánchez se dirigía a la reunión de los suyos. No me van a apuñalar, si es a lo que te refieres, contestó el césar, y alargó el brazo para señalar con la palma de la mano cómo irrumpían en aplausos nada más entreabrirse la puerta del comité federal. Nada quedaba, es verdad, de tantos rumores como había sobre la caída del secretario general del PSOE en cuanto se cerraran las urnas del 23 de julio. Todos lo veían acabado, otra vez acabado, achicharrado, así que el calendario que le esperaba lo daban por seguro. Dimisión inmediata y congreso extraordinario de los socialistas. ¿Cuántas veces lo habían repetido? Por eso, ahora, después de aparecer de nuevo, caminando tranquilamente, como hacen los héroes de las películas cuando salen impolutos por la puerta de una casa en llamas, nadie tiene derecho a discutir siquiera sus planes. Menos el augur que le susurra al oído, cuídate, ¡oh césar!, de esta dulce derrota que te sabe a almíbar.

Nadie discutirá que Pedro Sánchez es un líder que, con absoluta sangre fría, sabe jugar sus bazas políticas en situaciones límite para cualquier otra persona. Hasta ahora, todas sus apuestas le han salido bien, o muy bien, por arriesgadas que fueran, como esta última del adelanto electoral, lo que convierte el triunfo, paradójicamente, en un serio riesgo de desconexión de la realidad. La soberbia, bien lo sabe la historia, es el peor veneno de un dirigente político, y llega cuando alguien se considera invencible, invulnerable. El problema de Sánchez es que, tras las elecciones, ya ha comenzado a dar claros síntomas de la soberbia que fluye en cada decisión, en cada expresión.

Foto: El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez (2d), durante la noche electoral en Ferraz. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Cuando se dice, como hacemos, que Pedro Sánchez ha triunfado en las elecciones, nos referimos, obviamente, a que ha conseguido los dos objetivos que se había propuesto, que su principal adversario, Alberto Núñez Feijóo, no haya logrado una mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, ni siquiera con el apoyo de Vox, y que tampoco le sea posible formar Gobierno con el apoyo de otros grupos parlamentarios. Feijóo, sencillamente, no tiene a su alcance la suma parlamentaria para ser presidente del Gobierno, mientras que Pedro Sánchez sí puede hacerlo posible.

Un demócrata, líder de un partido político como el PSOE, que es uno de los dos pilares de la democracia española, tiene que saber distinguir entre triunfo electoral y triunfo parlamentario. Su primera obligación democrática es reconocer el triunfo de su adversario en las elecciones generales y, a partir de ahí, hacer lo imposible para intentar formar un Gobierno alternativo. Sánchez no está respetando, una vez más, lo mínimo exigible en democracia sobre las formas. No son meros gestos, no es protocolo; las formas en democracia son principios fundamentales. Y el primero de todos ellos es el reconocimiento de quien ha ganado unas elecciones en cuanto se cierran las urnas.

Foto: Pedro Sánchez, junto a Félix Bolaños, en la Galería de las Colecciones Reales. (EFE / Borja Sánchez-Trillo)

Pedro Sánchez, sin la arrogancia que le ha impregnado tras esta última odisea política, está obligado a permitir que el primero que solicite la investidura al jefe del Estado sea Alberto Núñez Feijóo, si así lo decide el presidente del Partido Popular. Y una vez que fracase, como parece que ocurrirá, entonces llegará su turno, como segundo partido más votado, para intentar formar Gobierno con los apoyos que obtenga de la Cámara. Pedro Sánchez, por lo que estamos viendo, se sigue comportando como presidente del Gobierno y no tiene intención alguna de apearse, ni por un solo segundo, de ese tratamiento. Su estrategia ahora es ignorar lo sucedido en las elecciones y pasar directamente a la confirmación de su cargo, sin solución de continuidad. Sin interrupción. Pero el legítimo derecho de quien ha ganado las elecciones a presentar su candidatura, ante la institución que representa la soberanía española, no puede ser considerado una molesta interrupción en los planes de nadie.

Sucede, además, y este es el peligro máximo que se advierte en esta estrategia precipitada y arrolladora del líder socialista, que la imagen que parece que se quiere transmitir es que aquí solo cuenta una mayoría, la del bloque que aglutina Pedro Sánchez, mientras que la otra, todo lo demás que no se integre ahí, ni siquiera debe considerarse. Como si fueran votos apestados… que suman media España.

Sánchez se sigue comportando como presidente del Gobierno y no tiene intención alguna de apearse, ni por un segundo, de ese tratamiento

El Pedro Sánchez de la campaña electoral fue una creación —muy efectiva, por cierto—, pero ya parece haber caducado. Ese político cercano, que lo mismo se sentaba en el programa de dos quinceañeros para charlar con ellos que con su crítico más fiero de las televisiones. El político que quería debatir a todas horas ya no existe. Ya no debate, ni discute; ahora solo comunica decisiones. El tiempo de La Pija y la Quinqui ya ha pasado, porque Bizcochito, como le decían, se ha convertido en adoquín. (Ya veremos, y será bueno dejarlo anotado aquí, cuándo vuelve otra vez a los medios de comunicación, que ha estado despreciando durante años y a los que recurrió en la campaña electoral, como parte de su estrategia contra “la burbuja mediática de las derechas”).

Por eso, el augur se acercó para susurrarle al oído. Cuídate, césar, de las dulces derrotas. En realidad, ya se lo había advertido la misma noche de las elecciones, cuando salía del balcón, mesándose la pulsera de tela roja que llevaba. La del corazón del PSOE. A Begoña, su mujer, le dieron una chapita de perra sanxe y a él esa pulsera, cuando ya sabían que las elecciones les habían ido más bien incluso de lo que pensaban y solo se trataba de esperar. El augur se lo dijo al oído, pero Sánchez no lo oyó por los aplausos. Además, no estaba para pensar en malos augurios cuando acababa de sobrevivir a otra muerte política anunciada.

Cuídate de la dulce derrota, le dijo el augur al oído cuando el césar Pedro Sánchez se dirigía a la reunión de los suyos. No me van a apuñalar, si es a lo que te refieres, contestó el césar, y alargó el brazo para señalar con la palma de la mano cómo irrumpían en aplausos nada más entreabrirse la puerta del comité federal. Nada quedaba, es verdad, de tantos rumores como había sobre la caída del secretario general del PSOE en cuanto se cerraran las urnas del 23 de julio. Todos lo veían acabado, otra vez acabado, achicharrado, así que el calendario que le esperaba lo daban por seguro. Dimisión inmediata y congreso extraordinario de los socialistas. ¿Cuántas veces lo habían repetido? Por eso, ahora, después de aparecer de nuevo, caminando tranquilamente, como hacen los héroes de las películas cuando salen impolutos por la puerta de una casa en llamas, nadie tiene derecho a discutir siquiera sus planes. Menos el augur que le susurra al oído, cuídate, ¡oh césar!, de esta dulce derrota que te sabe a almíbar.

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