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Un plan B para Feijóo, si baja del balcón
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Javier Caraballo

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Un plan B para Feijóo, si baja del balcón

Se ha constituido el Congreso de los Diputados, todos han tomado posesión de sus escaños, y el presidente del PP sigue allí mentalmente, en el mismo sitio, en el balcón de la calle Génova, sin saber si dar saltitos, reírse, aplaudir o vomitar

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el balcón de Génova. (EFE/Juanjo Martín)
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el balcón de Génova. (EFE/Juanjo Martín)
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Quedarse pillado. Esa es la definición de un estado mental de obnubilación o de parálisis. Los más placenteros son los del amor y los más traumáticos son los provocados por algunas frustraciones severas. Y la cuestión es que el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, ofrece los síntomas claros de haberse quedado pillado la misma noche de las elecciones del 23 de julio, acaso cuando todavía no se había cerrado el escrutinio, pero ya sabía perfectamente que no iba a gobernar. Había ganado las elecciones, pero no podría gobernar; nunca antes había ocurrido en unas elecciones generales, pero esta vez sí iba a pasar. Ese es el shock. Cuando salió al balcón de la calle Génova, la sede del Partido Popular, Núñez Feijóo ya tenía una cara extraña. Y gestos descontrolados, como al que le dan un empujón en la discoteca y se ve de pronto en el centro, intentando disimular que no sabe bailar. Casi cuatro semanas después de aquella noche, lo único tangible en el Partido Popular es que la cara de Feijóo sigue siendo la misma.

Se ha constituido el Congreso de los Diputados, todos han tomado posesión de sus escaños, y el presidente del PP sigue allí mentalmente, en el mismo sitio, en el balcón de la calle Génova, sin saber si dar saltitos, reírse, aplaudir o vomitar. De modo que la urgencia para el Partido Popular, la necesidad inmediata, es esta: pasar la página de la noche electoral y comenzar a planificar una legislatura que, será corta o larga, pero será. Con un presidente del Gobierno del Partido Socialista, Pedro Sánchez, y un líder de la oposición del Partido Popular que se llama Alberto Núñez Feijóo. Como en el colegio, igual les vendría bien escribirlo cien veces.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (d); junto a la secretaria general de los populares, Cuca Gamarra (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Todo esto, que comienza a ser una emergencia, como queda dicho, se ha convertido en un clamor durante la sesión constitutiva de esta decimoquinta legislatura, cuando los portavoces del Partido Popular repetían, como zombis, la consigna de "somos el partido que ha ganado las elecciones", mientras que el grupo socialista, pragmático, frío y calculador, aprovechaba la caraja para hacerse con los principales puestos de la Mesa del Congreso. Nadie en el Partido Socialista contaba con la posibilidad de conseguir la presidencia y la vicepresidencia primera del Congreso, y la Babia del Partido Popular se lo ha facilitado. Pero ¿estamos seguro de que es Babia o se trata de una estrategia premeditada del Partido Popular? Realmente no lo sabemos, porque nadie de ese partido ha dicho nada. Solo tenemos que reparar en que, en este tiempo que ha pasado tras las elecciones, las declaraciones más relevantes las han hecho dos presidentes autonómicos que no se presentaban a las generales, Isabel Díaz Ayuso y Juanma Moreno. Hablaban ellos, con personalidad y con criterio, y se agigantaba el desconcierto errático de Núñez Feijóo.

En fin… Que lo único que se ha podido constatar en estos primeros días es que los populares entraron en la sesión constitutiva con un suelo de 174 escaños, y la intriga de que pudieran alcanzar a última hora un acuerdo con los nacionalistas vascos, y resulta que acabaron con el apoyo de 139 diputados y la constatación de que el bloque del PP estaba roto. Enfrente, se exhibía reforzado el bloque de Pedro Sánchez —aquí nunca se le llamará bloque progresista porque no hay ningún interés en blanquear a los independentismos reaccionarios—.

Podría entenderse que el Partido Popular, en el caso de que se trate de una decisión premeditada, ha actuado de esa forma para distanciarse de Vox, pero carece de sentido en este preciso momento de la legislatura. El momento de ahora era el de presentarse ante el jefe del Estado, Felipe VI, como un bloque sólido, a cuatro escaños de la mayoría absoluta, dispuesto a solicitar la investidura con más garantías que quien tiene que alcanzar un acuerdo con un tipo fugado de España. Pero Feijóo ha hecho lo contrario, aprovechar la constitución de la Mesa para que el mensaje que le llegue al rey Felipe VI sea el de la división del bloque que está dispuesto a apoyarle.

Naufragó en mitad de la campaña electoral, se desvaneció, y todavía sigue ausente

La otra posibilidad, siempre pensando en que se trata de una decisión meditada, es que Alberto Núñez Feijóo haya decidido actuar como Mariano Rajoy en 2016, cuando rehusó la invitación del Rey para formar gobierno. Y en vez de pasar otra vez por el patetismo absurdo de rechazar la petición del jefe del Estado, ha decidido disponerlo todo para que sea el propio Felipe VI el que decida por él y le encargue la investidura solo a Pedro Sánchez. También eso —que no es más que una especulación, quede claro— sería un error que solo nos acabaría por confirmar el bloqueo interno de ese partido, que repite como un zombi que ha ganado las elecciones y luego actúa como si las hubiera perdido, completamente desnortado.

En consecuencia, llegados a este momento, en el que el Rey difícilmente va a proponerle a Feijóo que forme gobierno, los populares deberían centrarse en, al menos, cumplir, con la mayor dignidad, astucia y discreción, con el trámite de las consultas del rey. Sin infligirse más castigos, sin que algunos dirigentes sigan repitiendo consignas gastadas, como Cuca Gamarra, cuyo protagonismo carece de todo sentido en la nueva etapa que deben emprender. Aunque nunca pueden descartarse nuevas elecciones, si todo transcurre como hasta ahora, habrá un nuevo gobierno de Pedro Sánchez con un mandato muy complicado en todos los aspectos, políticos, sociales y económicos. Eso le ofrece al Partido Popular y a su líder, Alberto Núñez Feijóo, múltiples posibilidades de ejercer la oposición más contundente que se haya conocido hasta ahora, gracias al enorme poder institucional que tiene este partido. Sin las prisas del pasado por llegar a la Moncloa, sin los eslóganes ya gastados del antisanchismo, ni, por supuesto, sin volver a caer en el despropósito del "gobierno ilegítimo". Muchas veces, en esta próxima legislatura, al Partido Popular le bastará con sentarse a esperar a que pasen por delante las barbaridades que se anuncian.

Claro que, para que todo eso ocurra, la premisa fundamental es que regrese Alberto Núñez Feijóo y que ofrezca la imagen de político experimentado, de hombre de Estado, que se esperaba de él. Naufragó en mitad de la campaña electoral, se desvaneció, y todavía sigue ausente. Será porque estaba acostumbrado a ganar por mayorías absolutas en Galicia, hasta cuatro consecutivas, y carece de experiencia para las adversidades. Pero, sin un plan b, el PP puede verse envuelto de nuevo en una crisis estructural. Con lo cual, les vendría bien asumir la realidad, superar el momento en el que se han quedado pillados y bajarse de una vez del balcón de la calle Génova aquella noche tórrida de las elecciones.

Quedarse pillado. Esa es la definición de un estado mental de obnubilación o de parálisis. Los más placenteros son los del amor y los más traumáticos son los provocados por algunas frustraciones severas. Y la cuestión es que el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, ofrece los síntomas claros de haberse quedado pillado la misma noche de las elecciones del 23 de julio, acaso cuando todavía no se había cerrado el escrutinio, pero ya sabía perfectamente que no iba a gobernar. Había ganado las elecciones, pero no podría gobernar; nunca antes había ocurrido en unas elecciones generales, pero esta vez sí iba a pasar. Ese es el shock. Cuando salió al balcón de la calle Génova, la sede del Partido Popular, Núñez Feijóo ya tenía una cara extraña. Y gestos descontrolados, como al que le dan un empujón en la discoteca y se ve de pronto en el centro, intentando disimular que no sabe bailar. Casi cuatro semanas después de aquella noche, lo único tangible en el Partido Popular es que la cara de Feijóo sigue siendo la misma.

Alberto Núñez Feijóo Partido Popular (PP)
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