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Tres preguntas de Felipe González
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Javier Caraballo

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Tres preguntas de Felipe González

De lo dicho por el expresidente socialista, se han quedado colgando en el aire tres preguntas, algunas literales y otras reinterpretadas por quien suscribe, que contienen la esencia de todo el debate actual

Foto: El expresidente del Gobierno Felipe González. (Reuters/Henry Romero)
El expresidente del Gobierno Felipe González. (Reuters/Henry Romero)
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“¡Por qué no te callas!”. En algún momento, a Felipe González se lo han dicho en su partido. “¡Ya no es tu tiempo, por qué no te callas!”. Como se trata de uno de los políticos más relevantes de la Transición democrática, que durante años se escondía detrás de un apodo, Isidoro, para que la represión franquista no lo apresara, no deja de llamar la atención, y así hay que resaltarlo, que medio siglo después quienes manden callar a Felipe González en España sean los propios socialistas, los del partido que él rescató del exilio, modernizó y convirtió en la fuerza política de gobierno que conocemos. Felipe, que siempre reacciona con una flema aderezada de ironía, sostiene que quien se lo dice no es realmente socialista, porque ni siquiera cree en la libertad.

“La libertad es que uno diga lo que piensa y la responsabilidad consiste en que uno piense lo que dice”. No le pone nombre a quién se lo dice, pero la ministra portavoz del Gobierno de Pedro Sánchez, Isabel Rodríguez, ya nos lo aclaró el otro día al responderle que “ahora hay una nueva generación” en el PSOE. Es decir, eso, "que te calles, viejo". Viene todo a cuento del inicio del curso político y de la entrevista que nos dejó Felipe González en Onda Cero, en donde Alsina. De ese encuentro, de lo dicho por el expresidente socialista, se han quedado colgando en el aire tres preguntas, algunas literales y otras reinterpretadas por quien suscribe, que contienen la esencia de todo el debate actual. Bastaría con que la respondieran el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y los líderes de los partidos que lo acompañan en su mayoría parlamentaria. Con eso sería suficiente para aclararnos. Así que vamos con ellas.

Foto: El expresidente Felipe González. (EFE/Isaac Esquivel)

Primera pregunta: ¿España es un Estado plurinacional? Lo mejor es no enredarse en una disputa de conceptos y, menos aún, en exclusiones o vetos previos: aceptemos que es así, que España, como se reclama, es un Estado plurinacional. En ese caso, lo que hay que contestar a continuación es elemental: ¿acepta usted que entre las naciones que existen también podemos considerar que España es una nación? Si la respuesta es sí, tenemos un problema, porque resultaría que España es una nación en la que están incluidos dos territorios que los independentistas también reclaman como una nación. Llegamos al trabalenguas o a un absurdo porque, si España es una nación que incluye al País Vasco y a Cataluña, también debe considerarse que ambos forman parte de la nación española.

Además, en la expresión Estado plurinacional se admite que puede haber muchas naciones, pero el Estado es singular, solo uno, con lo cual nos encontramos que de todas las naciones solo España es un Estado nación, en la que están incluidas las demás. Si esto es lo que persigue, por ejemplo, el lendakari Iñigo Urkullu cuando afirma que “hay que asumir la realidad plurinacional del Estado”, que lo diga abiertamente y todos nos quedaremos más tranquilos. “Los vascos son una nación que forman parte de la nación española”, por ejemplo.

Foto: El lendakari Iñigo Urkullu (c) y sus consejeros, durante el Consejo de Gobierno de arranque del curso político. (EFE/Javi Colmenero)

Segunda pregunta: ¿qué garantiza que la amnistía supone el final del conflicto? Como en la pregunta anterior, aceptemos el marco de debate que se plantea: “La ley de amnistía es la garantía de que el conflicto catalán se va a resolver definitivamente”. Aceptémoslo, sin ni siquiera enredarnos en ese eufemismo irritante, el conflicto catalán. Pues bien, veamos a partir de ahí. En ese debate de la amnistía, en contra de lo que podemos pensar inicialmente, lo más relevante desde el punto de vista del Estado y de la propia Constitución no es el debate jurídico. Como dice Felipe González, claro que lo jurídico es importante, pero no es lo más trascendental. La cuestión es lo que significa, política y socialmente, esa ley de amnistía que se quiere aprobar, aunque se llame de alivio penal: que un Estado opresor ha castigado a un pueblo y ahora reconoce que hay que anular los delitos y hasta las faltas porque todo fue injusto e ilegal.

Con lo cual, a partir de la aprobación de la amnistía, no solo no se apaciguará el conflicto catalán, como defienden el presidente Sánchez y todos sus socios parlamentarios, sino que los protagonistas de la declaración de independencia se encontrarán con la confianza de volver a proclamarla de nuevo, y esta vez con toda la razón de su parte, porque el propio Estado español ha aceptado que vulneró la ley y oprimió a los demócratas catalanes. No les hará falta siquiera convocar un referéndum, con una mayoría parlamentaria en Cataluña les será suficiente, porque el escollo principal se ha resuelto: el Estado opresor ha reconocido que fue España la que infringió la ley. El silogismo es elemental, "si el Estado represor ha reconocido su ilegalidad con la aprobación de la amnistía, los independentistas están legitimados para volver a hacerlo con el respaldo político y social de las Cortes Generales españolas, que los han reconocido como víctimas de la opresión de España". Dice Felipe González: “La amnistía es la condena moral de un Estado y de su ordenamiento jurídico”. Y sí, es eso.

Foto: Pablo Iglesias en una imagen de archivo. (EFE/Cati Cladera)

Tercera pregunta: ¿qué quiere decir que hay que desjudicializar la política? Estamos ante una afirmación que viene y que va, a conveniencia, dependiendo de los intereses de cada cual. Podemos poner un ejemplo reciente, el embrollo de Luis Rubiales que, en nada y menos, ha acumulado una veintena de denuncias, entre las que instruye la Fiscalía y las que han ido al Tribunal Administrativo del Deporte. Nadie se plantea buscarle una salida negociada al conflicto, hablando con el grotesco Rubiales… En el caso de Cataluña, sin embargo, sí que se plantea. Se pasa por alto hasta el coste incalculable para las arcas del Estado de todos estos años de revuelta independentista. Pero, en las circunstancias actuales, ¿qué quiere decir que hay que desjudicializar la política? ¿En qué consiste? Esa es la cuestión, y debe contestarse más allá de la repetida referencia retórica, porque algunos de los que repiten ese objetivo a lo que se refieren, por ejemplo, es a que habría que suprimir el artículo 155 de la Constitución, que fue el utilizado para suspender la autonomía de Cataluña.

“Algunos es lo que quieren: ni jueces que puedan saber lo que hacemos ni leyes que nos digan que hay cosas que no podemos hacer. Ni política ni Justicia… ¿Esto qué broma es?”, dice Felipe González. En fin… Que se oye al viejo expresidente y lo peor de escucharlo ahora es oírle contar que, con frecuencia, se le instala en la cabeza una imagen, aquel accidente de un edificio de Miami que se vino abajo. Todos vivían tan contentos y un día, plof, el edificio entero se desplomó, como un castillo de naipes, porque los cimientos estaban llenos de termitas y nadie se había percatado. O no le habían prestado atención. De todo lo que dice González, eso es lo más inquietante, porque uno lo escucha como si fueran las pesadillas de un augur de la antigua Roma que sueña con los picotazos de un cuervo negro.

“¡Por qué no te callas!”. En algún momento, a Felipe González se lo han dicho en su partido. “¡Ya no es tu tiempo, por qué no te callas!”. Como se trata de uno de los políticos más relevantes de la Transición democrática, que durante años se escondía detrás de un apodo, Isidoro, para que la represión franquista no lo apresara, no deja de llamar la atención, y así hay que resaltarlo, que medio siglo después quienes manden callar a Felipe González en España sean los propios socialistas, los del partido que él rescató del exilio, modernizó y convirtió en la fuerza política de gobierno que conocemos. Felipe, que siempre reacciona con una flema aderezada de ironía, sostiene que quien se lo dice no es realmente socialista, porque ni siquiera cree en la libertad.

Carles Puigdemont
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