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Nervios en el PSOE y el plan B
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Javier Caraballo

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Nervios en el PSOE y el plan B

Lo que más nervios puede causar en este momento en el PSOE es la opinión de un sector del electorado que nunca falla, pero que se está mostrando decepcionado y alarmado con este salto al vacío

Foto: El presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Lavandeira jr)
El presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Lavandeira jr)
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No existe un plan B. Esa es la respuesta que se ofrece en el Partido Socialista cuando se les pregunta por un posible fracaso de las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez y la convocatoria, inevitable, de unas nuevas elecciones, en enero. “No hay plan B y punto”, que es lo que les falta añadir, porque, en realidad, en el Partido Socialista la única certeza que se tiene en este momento es la fe ciega en su líder, Pedro Sánchez, al que ya se observa como un taumaturgo capaz de obrar milagros, uno detrás de otro. Por eso, hace unos días, cuando los socialistas gallegos se fueron de romería a Oroso, en A Coruña, el presidente Sánchez solo tuvo que decirles una cosa, cuando se subió al atril: “Habrá un Gobierno progresista”, y todos asintieron místicamente.

Pedro, haz lo que tengas que hacer”, le dijo el secretario general de los socialistas gallegos, como quien hace una ofrenda en el altar. No hay más que eso. Su palabra y el silencio impuesto para que nadie diga nada, por alta que sea la tensión política hacia el Gobierno y el partido; por muchas que sean las dudas y los temores que suscitan los acuerdos con los independentistas catalanes y, sobre todo, por la espiral creciente de exigencias. El silencio es el manto que lo cubre todo y, en esto, conviene detenerse un instante para entender un poco más cómo actúa Pedro Sánchez.

Foto: Míriam Nogueras, ante el consejo nacional de Junts. (EFE/Marta Pérez)

Si se repasan los dos meses que han transcurrido desde las elecciones, se comprobará que, en realidad, ningún dirigente socialista ha dicho nada sobre la amnistía y, sin embargo, todo el mundo conoce cuáles son las intenciones del líder socialista, hasta dónde está dispuesto a llegar y cuáles son las contraprestaciones que exige a cambio. Ni siquiera la expresión “alivio penal” ha salido de la boca de Pedro Sánchez, que no concede entrevistas desde la campaña electoral, en la que se prestó a maratones de hasta cinco entrevistas a la semana. Ahora todo lo contrario, nada, cero, pero cualquiera aseguraría, incluso dentro del partido, que ese es el eufemismo oficial que se ha creado para hablar del perdón a los independentistas que han cometido delitos. “Alivio penal para despolitizar el conflicto de Cataluña y recuperar la concordia”, que sería la consigna concreta. Pero nadie del PSOE lo ha dicho así; ese es el encargo que se hace a quienes van generando el estado de opinión desde fuera del partido, como oficiantes de la doctrina. Ni siquiera el ministro Miquel Iceta, el más parlanchín, ha dicho nada, más allá de pedir “prudencia” y añadir, luego, que “todo el mundo está opinando sin saber exactamente sobre qué”.

¿Quiere decir, todo esto, que todos los socialistas que se han pronunciado en contra de una ley de amnistía, desde Felipe González hasta Cándido Méndez, que ha sido el último en oponerse, hablan por hablar, meros bocachanclas y felones desleales? No, claro, el silencio impuesto es la demostración de que la ley de amnistía ya se está negociando, pero que la estrategia de Pedro Sánchez necesita del silencio absoluto para poder llevarla a cabo y, en su caso, para desdecirse de todo, en un par de meses, si las negociaciones fracasan. Dicho de otra forma: si todo sale bien y Pedro Sánchez logra la investidura, el discurso socialista lo presentará como el gran pacificador de la España plurinacional, pero si fracasan las negociaciones, y los independentistas no ceden, como se les está exigiendo ahora, se presentará ante los ciudadanos como el líder capaz de sacrificar el Gobierno, pero que no hinca las rodillas.

Foto: Nicolás Redondo Terreros, en una entrevista para El Confidencial. (Olmo Calvo)

En consecuencia, aunque no se manifieste, es evidente que el plan B existe, aunque quizá sería más exacto denominarlo una estrategia de doble vía. De ahí provienen, de hecho, los nervios que se detectan en el Partido Socialista cuando crece en su propio entorno la presión para que no alcance un acuerdo con los independentistas, en especial con el fugado Puigdemont. Y no se trata tanto de todos los antiguos diputados, ministros y senadores socialistas que se pronuncian en tromba contra esa posible amnistía, porque todo eso ya se daba por descontado. Por supuesto que tampoco afectan las manifestaciones que pueda convocar el Partido Popular, porque todas esas protestas acaban funcionando como un elemento de cohesión interna. Nada de eso. Lo que más nervios puede causar en este momento en el PSOE es la opinión de un sector del electorado que nunca falla, pero que se está mostrando decepcionado y alarmado con este salto al vacío.

El plan B existe, aunque quizá sería más exacto denominarlo una estrategia de doble vía

El escritor Javier Cercas puede ser un buen ejemplo de esos votantes socialistas que no dan crédito a lo que está ocurriendo. Y es fundamental que no se abra ninguna grieta ahí, porque para que funcione la estrategia de doble vía es imprescindible que Pedro Sánchez no sea visto como un derrotado, un ambicioso que ha dado su brazo a torcer, que estaba dispuesto a conceder la amnistía a los independentistas con tal de seguir de presidente, pero que se lo han impedido las protestas. Hasta la torpe expulsión de Nicolás Redondo Terreros, que es la extirpación de la historia de ese partido de tres generaciones de socialistas, que se remontan casi hasta los tiempos del fundador, Pablo Iglesias Posse, puede encontrar explicación en ese estado de nervios interno, temerosos de que pueda frustrarse lo planeado.

Silencio y después, silencio. Nada más ilustrativo al respecto que la descripción precisa que se hizo en una crónica del diario El País sobre el momento de la expulsión de Redondo Terreros en la ejecutiva federal del Partido Socialista. Decía así: “Cuando Santos Cerdán, secretario de Organización del PSOE, anunció la expulsión de Nicolás Redondo Terreros por 'reiterado menosprecio' hacia el partido, no hubo ni un comentario. Cerdán dijo: '¿Queda aprobado?', y hubo silencio. Así quedó aprobado por unanimidad”. Ese trozo de crónica, que parece sacado de una novela de Carlos Fuentes o de Milan Kundera, solo se puede redondear con unos versos de Federico García Lorca, para añadirle el aire de dramatización que necesita el momento. “Es un silencio ondulado,/ un silencio,/ donde resbalan valles y ecos”.

No existe un plan B. Esa es la respuesta que se ofrece en el Partido Socialista cuando se les pregunta por un posible fracaso de las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez y la convocatoria, inevitable, de unas nuevas elecciones, en enero. “No hay plan B y punto”, que es lo que les falta añadir, porque, en realidad, en el Partido Socialista la única certeza que se tiene en este momento es la fe ciega en su líder, Pedro Sánchez, al que ya se observa como un taumaturgo capaz de obrar milagros, uno detrás de otro. Por eso, hace unos días, cuando los socialistas gallegos se fueron de romería a Oroso, en A Coruña, el presidente Sánchez solo tuvo que decirles una cosa, cuando se subió al atril: “Habrá un Gobierno progresista”, y todos asintieron místicamente.

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