Matacán
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Del debate analfabeto del independentismo
Lo que no se puede aceptar, de ninguna forma, es que se inventen la historia con grotescas y perversas manipulaciones. Con lo cual, no será mucho pedir que, por lo menos, nos ahorren el bochorno de este debate analfabeto
El independentismo siempre nos propone un debate analfabeto. Por eso es tan complejo debatir con ellos, porque un instinto interior siempre previene y alerta del principio incontestable que nos dejó Mark Twain: "Nunca discutas con un ignorante, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia". De modo que, pasar de largo, ignorarlos y mirar para otra parte, es la tentación primera, quizá la más extendida entre la sociedad, pero ocurre que siempre queda el remordimiento de que, por no contestar, acaben imponiendo su lógica mentirosa, sus grotescas deformaciones históricas, la perversa imposición de prioridades que esconden privilegios y la grotesca definición de qué es progreso y democracia. Porque Twain tenía razón, pero no se puede olvidar otro aserto impecable, que "cuando un independentista coge la linde, se acaba la linde y el independentista sigue". Son jartibles y constantes, eso no se lo podrá negar nadie. Esa consigna que se mantiene desde la Transición, la de "avui paciencia, demá independencia", es la que subyace en cada decisión, desde las cesiones de impuestos con Felipe González o la petición de competencias de Tráfico con Aznar a estas últimas, ya exacerbadas, de amnistía y reconocimiento del catalán en el Congreso y en el Parlamento Europeo.
Hay que ser muy obtusos para no ver que el exclusivo interés del independentismo es el de avanzar en la desconexión con España. "Hoy paciencia, mañana independencia". Ya han recorrido buena parte del camino que llevó a Josep Tarradellas a vaticinar, treinta años antes de que ocurriera, que Jordi Pujol, como presidente de la Generalitat, acabaría su estrategia de desconexión con España con el discurso del agravio de España para tapar las corruptelas y el desastre de gobierno autonómico. Como ya se ha olvidado, vamos a recordarlo. En 1980, le preguntaron a Tarradellas por Jordi Pujol y dijo esto: "Mire, amigo mío, este hombre en cuanto estalle el escándalo de su banco se liará la estelada a su cuerpo y se hará víctima del centralismo de Madrid... Ya lo estoy viendo: Catalans, España nos roba". No ocurrió con el escándalo de Banca Catalana porque el Gobierno socialista de entonces, con Felipe González de presidente, ordenó a la Fiscalía General que mirase para otra parte. ¿Sorpresa? No, siempre ha sido igual, favores, cesiones, ocultaciones y prebendas para ganarse el favor de los nacionalistas, sin reparar en que cada una de esas conquistas nacionalistas elevaban, a su vez, las exigencias de las próximas, al mismo tiempo que ahondaban la distancia con el Estado y con España.
Es ridículo seguir sosteniendo que todo lo ocurrido se debió a la frustración que se creó en Cataluña por la anulación del Estatut
Si lo miramos con perspectiva, comprobaremos que hasta se ha acabado aceptando como verdaderas las consignan de este debate analfabeto que nos propone el independentismo. Muy claramente podemos apreciarlo en el supuesto agravio a Cataluña por el rechazo del Estatut en el Tribunal Constitucional. Todo falso. La reforma del Estatut fue un fracaso político de tal envergadura, en cuanto a movilización social, que solo lo votó a favor el 30 por ciento de los catalanes. Pero más aún, atención a cómo se produjeron los acontecimientos: El Estatut se aprobó en 2006; la sentencia del Tribunal Constitucional, que solo anuló 14 artículos del total de 245, se produjo en 2010; al año siguiente, en 2011, el Partido Popular ganó las elecciones generales por mayoría absoluta, con once escaños en Cataluña, frente a solo tres de Esquerra; en 2014, estalló el escándalo de Jordi Pujol por el dinero oculto en Andorra, que acabó admitiendo; en 2017 se convocó el referéndum independentista con el lema que ya había anticipado Tarradellas: "España nos roba". ¿Casualidad? No parece. En todo caso, es ridículo seguir sosteniendo que todo lo ocurrido se debió a la frustración que se creó en Cataluña por la anulación del Estatut.
Si la manipulación de la historia reciente es tan grotesca, ya podemos imaginar la zafiedad de todo lo que antecede a este periodo democrático. Otra de las cosas aceptadas con pasmosa normalidad, empezando por los propios medios de comunicación, es esta: cada vez que se forma un gobierno, se miente en la relación de los presidentes que ha tenido la Generalitat. El último titular, sin ir más lejos: "Pere Aragonès, investido como 132 presidente de la Generalitat". Pero ¿cómo diablos va a tener la Generalitat más de cien presidentes si la democracia española, las Cortes españolas, de la que emanan los gobiernos autonómicos, ¿solo lleva quince legislaturas? Se acepta falsedad, quizá porque es tan ridícula que ni siquiera merece la pena rebatirla, pero al independentismo le sirve perfectamente para extender, desde las escuelas, la idea de que Cataluña existía como Estado mucho antes que España. El impulsor del procés, Artur Mas, tomó posesión de su cargo diciendo: "Tengo el honor de ser el 129 presidente de la Generalitat de Cataluña, institución creada en 1359 y que desde la primera presidencia de Berenguer de Cruïlles ha reflejado durante casi siete siglos la voluntad de autogobierno de los catalanes". ¿Ya había nacionalistas catalanes en la Edad Media? Extraordinario. El tal Berenguer era un obispo, obispo de Gerona, que recaudaba impuestos para la Corona de Aragón.
Exactamente, lo mismo que ocurre con el 11 de septiembre de 1714, en el que cada año se festeja el analfabetismo de este personal. En una de sus extravagantes comparecencias, el fugado Puigdemont ha dejado afirmaciones de carcajada: "De Felipe V a Felipe VI, la ausencia de libertad ha sido lo más frecuente en Cataluña". Por la represión española, claro, como hasta ahora, por eso pide la amnistía. Todo mentira, de nuevo, como se ha demostrado mil veces, y otras mil, habrá que seguir insistiendo, porque callar es claudicar. El 11 de septiembre de 1714, que se establece como "el día que Cataluña perdió sus libertades", solo es una fecha más en el contexto de una guerra internacional, la Guerra de Sucesión, que estalló en Europa por el cambio de dinastía en España, de los Austrias a los Borbones. Las reformas introducidas por Felipe V, el primer Borbón, tuvieron una repercusión extraordinariamente positiva para el desarrollo de la economía catalana, gracias a la supresión de aduanas interiores, que facilitó el comercio, y de instituciones obsoletas de recaudación de impuestos que provenían de la Edad Media, como la Generalitat, que existía, en el reino de Aragón, no solo en el Condado de Barcelona.
Fue un socialista andaluz, Fernando de los Ríos, quien sugirió en la Segunda República que se recuperase ese nombre, Generalitat, para las instituciones de la autonomía que se les iba a conceder. Y así se hizo. Luego, ya se sabe, los independentistas y nacionalistas hicieron lo que mejor les sale, traicionar a la República. Aunque tampoco esta parte de la historia se menciona nunca. En fin, que uno puede aceptar el derecho legítimo de una fuerza política nacionalista, de pensar en su territorio como una nación, de defender constantemente mayores cuotas de autogobierno e, incluso, de aspirar a la independencia del Estado del que forma parte, siempre con respeto de la legalidad. Es una verdad incuestionable que en Cataluña y en el País Vasco, a diferencia de otras regiones, existe un sentimiento nacionalista muy arraigado desde hace doscientos años. Todo eso, podemos asumirlo como demócratas. Lo que no se puede aceptar, de ninguna forma, es que se inventen la historia con grotescas y perversas manipulaciones. Con lo cual, no será mucho pedir que, por lo menos, nos ahorren el bochorno de este debate analfabeto.
El independentismo siempre nos propone un debate analfabeto. Por eso es tan complejo debatir con ellos, porque un instinto interior siempre previene y alerta del principio incontestable que nos dejó Mark Twain: "Nunca discutas con un ignorante, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia". De modo que, pasar de largo, ignorarlos y mirar para otra parte, es la tentación primera, quizá la más extendida entre la sociedad, pero ocurre que siempre queda el remordimiento de que, por no contestar, acaben imponiendo su lógica mentirosa, sus grotescas deformaciones históricas, la perversa imposición de prioridades que esconden privilegios y la grotesca definición de qué es progreso y democracia. Porque Twain tenía razón, pero no se puede olvidar otro aserto impecable, que "cuando un independentista coge la linde, se acaba la linde y el independentista sigue". Son jartibles y constantes, eso no se lo podrá negar nadie. Esa consigna que se mantiene desde la Transición, la de "avui paciencia, demá independencia", es la que subyace en cada decisión, desde las cesiones de impuestos con Felipe González o la petición de competencias de Tráfico con Aznar a estas últimas, ya exacerbadas, de amnistía y reconocimiento del catalán en el Congreso y en el Parlamento Europeo.
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