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Cómo tratar a un terrorista islámico
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Javier Caraballo

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Cómo tratar a un terrorista islámico

Las guerras contra el terrorismo no tienen nada que ver con las guerras tradicionales, por eso ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo debemos llamar a lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza

Foto: Ataque israelí contra el puerto de Gaza. (EFE/EPA/Mohammed Saber)
Ataque israelí contra el puerto de Gaza. (EFE/EPA/Mohammed Saber)
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Es imposible que Israel salga bien parado de esta guerra porque no sabe cómo hay que tratar a un terrorista. En realidad, ninguno de nuestros países lo sabe, como lo demuestran todas las experiencias que hemos vivido. Las guerras contra el terrorismo no tienen nada que ver con las guerras tradicionales, por eso ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo debemos llamar a lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza. ¿Es un brutal atentado terrorista, una declaración de guerra, una guerra a secas o una batalla más de un conflicto territorial y religioso que dura un siglo, desde los primeros asentamientos judíos en el XIX, a partir del libro de Theodor Herzl?

No puede ser una guerra porque los terroristas no respetan ninguna de las normas ni principios de una guerra, como se puede comprobar ante la crueldad extrema con la que han asesinado a cientos de personas, familias enteras. La guerra contra un ejército terrorista, como es el de la Franja de Gaza, incluye la humillación y la vejación del enemigo. El convenio de Ginebra, punto por punto, es un hazmerreír para un líder terrorista, pero siempre le será exigido a la potencia con la que se enfrente. De modo que aquí nos encontramos ya la primera contradicción, o la primera gran dificultad, porque seguro que podremos coincidir en que las atrocidades sangrientas de un grupo terrorista no levantarán ninguna protesta por el incumplimiento de los acuerdos de Ginebra, pero sí se convertirá en un escándalo internacional que ese mismo convenio lo vulnere el Estado democrático que se enfrenta a él, instalado al otro lado de su frontera.

Foto: Fuego de artillería israelí cerca de la frontera con Gaza. (EFE/Martin Divisek)
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El debate que nos plantea esta cuestión es, además de todo, altamente inflamable, porque no hay posibilidad alguna de que no nos conduzca a un enorme retroceso de la civilización. Si se acepta que, para competir en igualdad con un ejército terrorista, el país agredido está autorizado a prescindir de todo lo acordado para el respeto de las víctimas civiles de un conflicto bélico, el orden internacional estará adentrándose en las épocas más oscuras de la humanidad. Y si, por el contrario, al país agredido se le exige un respeto escrupuloso en su respuesta, siempre actuará con desventaja con respecto a quien está dispuesto a propagar el terror entre toda la población hasta con retransmisiones en directo de torturas y decapitaciones de niños o ancianos.

Lo uno y lo otro nos lleva a una mentalidad de barbarie, de sociedades ciegas de venganza, con los ojos públicos ensangrentados de ira. Habrá quien considere, ante lo expuesto, que no se puede hablar de Hamás como un ejército terrorista, sino como un grupo terrorista, con lo que el concepto de guerra deja de tener sentido. No es así, como veremos.

Foto: Al menos 108 cuerpos fueron encontrados en el 'kibutz' de Beeri. (Getty/Alexi J. Rosenfeld)

Lo que convierte a Hamás en un ejército terrorista es el arraigo social con el que cuenta en la Franja de Gaza. Un rápido recuento cronológico que nos va a servir para resaltar el sinsentido al que nos enfrentamos: Hamás, que es el acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica, se funda en 1987 con el propósito de exterminar a Israel. Diez años más tarde, Estados Unidos lo incluye en la lista de grupos terroristas y lo mismo hacen el resto de los países aliados, como la Unión Europea. Sin embargo, Hamás sigue consolidándose en la zona hasta que, en 2006, un año después de la retirada de los colonos israelíes de la Franja, gana unas elecciones por mayoría absoluta.

Eran las segundas elecciones generales palestinas (las primeras fueron en enero de 1996) y se celebraron con el visto bueno de numerosos observadores internacionales, entre ellos la Unión Europea y la Fundación Carter de Estados Unidos, además de numerosos países de todo el mundo. Es decir —atención al absurdo—, que los propios países que declararon a Hamás grupo terrorista avalaron después que pudiera ganar democráticamente unas elecciones generales, con lo que se da por bueno que el concepto de democracia pueda aplicarse también a un Estado terrorista. En todo caso, si un grupo terrorista gana unas elecciones, domina un territorio concreto, recibe ayudas internacionales para subsistir y para armarse, y planifica acciones de ataque con miles de personas implicadas, está claro que, por lo menos, debemos considerarlo por encima de cualquier organización clandestina. Un ejército terrorista, sí.

Foto: Concentración propalestina en Dublín. (Reuters/Clodagh Kilcoyne) Opinión

Muchas de estas inquietudes, claro, están más presentes en nuestros países europeos que en el directamente afectado, Israel, en el que existen pocas dudas sobre la gravedad de lo ocurrido y la necesidad de una respuesta contundente. Desde el primer instante, han considerado la masacre como “una declaración de guerra”, no como un atentado terrorista, y la respuesta será equivalente a esa consideración. Hasta el ajuste de cuentas políticas al primer ministro, el lamentable extremista Benjamín Netanyahu, se han aplazado hasta resolver la contestación bélica a Hamás. Y es así que, como se decía al principio, comprobaremos que es imposible que Israel pueda salir bien parado de esta guerra, cuyo alcance y duración nadie puede conocer.

La Franja de Gaza es, en sí misma, un escudo humano contra los ataques de Israel. Es el territorio más poblado de la tierra y cualquier invasión terrestre provocará escenas que, muy pronto, harán olvidar el terror al que se ha visto sometido Israel. Nuevas fotos de niños muertos en los brazos de sus padres, de jóvenes mutilados, de cadáveres apilados, de llantos desconsolados, ascenderán a la primera plana de todos los medios de comunicación. Para hacernos una idea, en España la densidad de población es de 92 habitantes por kilómetros cuadrado, de 862 en la ciudad más poblada, Madrid, mientras que en Gaza es de 5.500 personas por kilómetro cuadrado. Un escudo humano, un polvorín humano o una catástrofe anticipada. Que cada cual utilice el término que considere más ajustado, pero coincidiremos en que no hay posibilidad alguna de que Israel no pase de víctima a verdugo en esta guerra. Tendríamos que comenzar por resolver lo primero, cómo tratar a un terrorista islámico, para que no sigamos perdidos en esta espiral de absurdo y de sangre.

Es imposible que Israel salga bien parado de esta guerra porque no sabe cómo hay que tratar a un terrorista. En realidad, ninguno de nuestros países lo sabe, como lo demuestran todas las experiencias que hemos vivido. Las guerras contra el terrorismo no tienen nada que ver con las guerras tradicionales, por eso ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo debemos llamar a lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza. ¿Es un brutal atentado terrorista, una declaración de guerra, una guerra a secas o una batalla más de un conflicto territorial y religioso que dura un siglo, desde los primeros asentamientos judíos en el XIX, a partir del libro de Theodor Herzl?

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