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Este debe ser el famoso encaje catalán
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Javier Caraballo

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Este debe ser el famoso encaje catalán

Este debe ser el famoso encaje catalán, el estado de comodidad en el que la mayoría de la sociedad catalana se encuentra a gusto en España

Foto: Puigdemont junto a su equipo saliendo de sus oficinas en el Parlamento europeo. (Reuters/Ives Herman)
Puigdemont junto a su equipo saliendo de sus oficinas en el Parlamento europeo. (Reuters/Ives Herman)
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Este debe ser el famoso encaje catalán, el estado de comodidad en el que la mayoría de la sociedad catalana se encuentra a gusto en España. Los medios de comunicación, los artistas, los empresarios, los sindicatos, los profesionales liberales, los funcionarios… La mayoría de los catalanes, no todos claro, pero sí una mayoría tan extendida y transversal que complica la existencia misma de un discurso distinto. Casi nadie se resiste ante esta evidencia de los grandes logros del independentismo, este trato de favor privilegiado con el Gobierno de España que, antes de empezar la legislatura, ya les ha otorgado miles de millones de deuda condonadas, transferencias de todo el servicio ferroviario, vías, trenes y gestión, promesa de trato privilegiado en los presupuestos para las inversiones, mayor financiación autonómica…

El encaje catalán es ese estado de comodidad, por eso lo comparten tantos, aunque estén en las antípodas del independentismo. Podría decirse que desde que comenzó el mismo procés, y tras cada desafío a la legalidad constitucional, esa ha sido la actitud comprensible y tolerante con quienes incumplían las leyes, malversaban el dinero público, fomentaban constantes desórdenes públicos, boicoteaban los actos institucionales del Estado y denigraban el Estado de Derecho en España. De la misma forma que caló en grandes capas de la sociedad el discurso del España nos roba, se generalizó con posterioridad la idea de que "el Estado español no debía excederse" en las penas a los líderes de la revuelta independentista. "No, hombre, eso es excesivo, eso sería una venganza que complicaría mucho más las cosas", decían muchos en privado.

Había que frotarse los ojos, porque parecía que todo aquello había sido una mala pesadilla, un sueño extraño, que la tensión inmensa de aquellos días nunca había existido. Incluso cuando temimos que uno de los disturbios provocara la muerte de alguna persona que hiciera estallar un incendio mayor en las calles. De hecho, esa era la previsión que manejaban por propios sediciosos, según supimos después por uno de los empresarios más influyentes del independentismo, Oriol Soler. Cuando se planteó suspender el referéndum para evitar ese riesgo, la decisión fue la contraria: "Si hay muertos, no será culpa nuestra", se dijeron y decidieron mantener la tensión en todo o alto, ¡Apreteu, apreteu!

Que no, que no, que han pasado seis años, pero muchos recordamos el miedo y la angustia que sentimos entonces. Aunque se empeñen unos en olvidarlo, otros en ocultarlo y otros tantos en justificarlo. Tenemos el ejemplo de alguien que incluso era consejero del Gobierno de Puigdemont, un político como Santi Vila. Aquí mismo confesó que él votó a favor de la independencia en el referéndum, pero que nunca ha sido independentista, que lo único que querían era "empoderar" al Gobierno catalán en sus negociaciones con el Gobierno de España. Esa es la mentalidad, frívola y pragmática, que podemos encontrar replicada en tantos, empresarios, trabajadores, periodistas, catedráticos, antisistemas, sacerdotes… Ese es el encaje; así, con un trato privilegiado, llega la comodidad en España.

Foto: Jaume Guardiola con el presdiente del PP Alberto Núñez Feijóo (EFE.–)

Lo más complicado de todo esto, de esa espiral sociológica de una sociedad que llega a apreciar las ventajas de la deslealtad, es entender a quienes la defienden fuera de Cataluña. Ya sabemos que Pedro Sánchez ha cambiado diametralmente de opinión porque necesita esos votos. Ni siquiera el líder socialista lo ha ocultado, aunque lo haya hecho con esa construcción eufemística de "hacer de la necesidad, virtud". La necesidad de los votos de los independentistas para conseguir la virtuosa carambola de seguir de presidente del Gobierno tras haber perdido las elecciones.

Incluso se puede entender que Salvador Illa, el líder del Partido Socialista de Cataluña, diga ahora lo contrario que decía hace unas semanas. Pero ¿cómo lo aceptan, sin rechistar, veteranos dirigentes políticos del PSOE, como Guillermo Fernández Vara o Rafael Escuredo, a los que nada les va a estas alturas de sus vidas? El expresidente de Extremadura, el mismo que llegó a decir que estaba dispuesto a dejar el PSOE si gobernaba con los independentistas, asegura ahora que hay que celebrar esos acuerdos porque "los que antes querían romper España, ahora se suman a hacer posible su presente y un futuro en común". Fernández Vara debe ser el único que no ha leído que el comunicado de hace unos días, ante el juramento de la princesa Leonor, cuando el independentismo reafirmó su decisión de acabar con la monarquía y con la Constitución española. No, el único que ha cambiado el discurso ha sido el PSOE; el independentismo no ha quitado ni una coma del suyo.

Foto: Aeropuerto Josep Tarradellas-El Prat. (EFE/Alejandro García)

En todo caso, ni siquiera hace falta eso. Basta con comparar lo invertido por el Gobierno, su Gobierno, en los últimos cinco años en las infraestructuras ferroviarias de Extremadura. Y que lo compare con lo invertido en Cataluña: solo el año pasado, las inversiones en Cercanías, los famosos Rodalíes, superaron los mil millones de euros, la mayor inversión de la historia. Pero como no ha sido suficiente, ahora le transfieren el servicio entero, toda la red, aunque se consideraba inconstitucional, por afectar a un servicio básico del Estado y de interés general. Ni siquiera se acuerda Vara de que Cataluña es la única comunidad autónoma de España que tiene todas sus provincias conectadas por Alta Velocidad y que Extremadura es la comunidad peor comunicada de España, sin trenes de larga distancia ni aeropuertos. Y sin puertos, obviamente. Que le explique a los extremeños que sí, que pueden competir en igualdad de condiciones con el resto de los españoles.

También Rafael Escuredo ha comenzado a defender que la amnistía "cabe en la Constitución", aunque luego añade algo, como justificación, que habla poco de sí mismo, de su capacidad de asumir los argumentos que haga falta en defensa de su partido: "Yo tragué sapos y culebras en la historia del PSOE con los GAL o la OTAN y ahora veo con pena y dolor que algunos no están donde deberían estar", dice Escuredo para criticar que Felipe González o Alfonso Guerra sean críticos con la amnistía. En fin…

Que en 2017, cuando aún no se había celebrado el referéndum ilegal ni se había declarado la independencia, lo que pensaba el histórico líder del socialismo andaluz es que el "choque de trenes" era incluso conveniente para zanjar de una vez el conflicto con el independentismo. Defendía que, aunque se celebrara el referéndum, las fantasías de los països catalans siempre generaría sucesivos problemas nuevos. De modo que, añadía: "Que dejen ya de decir que el problema de Cataluña es que no se siente cómoda en España porque para eso, como dice un amigo mío, que se compren un tresillo, no hace falta cambiar la Constitución". Las cosas de la vida, ahora Escuredo será partidario de que paguemos entre todos el tresillo del encaje para que siga gobernando Pedro Sánchez.

Este debe ser el famoso encaje catalán, el estado de comodidad en el que la mayoría de la sociedad catalana se encuentra a gusto en España. Los medios de comunicación, los artistas, los empresarios, los sindicatos, los profesionales liberales, los funcionarios… La mayoría de los catalanes, no todos claro, pero sí una mayoría tan extendida y transversal que complica la existencia misma de un discurso distinto. Casi nadie se resiste ante esta evidencia de los grandes logros del independentismo, este trato de favor privilegiado con el Gobierno de España que, antes de empezar la legislatura, ya les ha otorgado miles de millones de deuda condonadas, transferencias de todo el servicio ferroviario, vías, trenes y gestión, promesa de trato privilegiado en los presupuestos para las inversiones, mayor financiación autonómica…

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