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La 'kale Voxroca' y el chiringuito de Abascal
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Javier Caraballo

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La 'kale Voxroca' y el chiringuito de Abascal

De ninguna de las maneras puede tolerarse que un partido político con más de tres millones de votantes convoque, jalee y secunde manifestaciones violentas ante las sedes del partido del Gobierno

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (Europa Press/A. Pérez Meca)
El presidente de Vox, Santiago Abascal. (Europa Press/A. Pérez Meca)
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La lucha callejera tenía nombre vasco hasta que Vox decidió asumirla como algo propio, para acentuar su perfil radical de extrema derecha. Esta es la kale Voxroca, directamente inventada del euskera; la lucha callejera de Vox que replica la de los radicales vascos de la kale borroka. No, de ninguna de las maneras puede tolerarse que un partido político con más de tres millones de votantes, que es la tercera fuerza política del país, convoque, jalee y secunde manifestaciones violentas ante las sedes del partido del Gobierno. Esa irresponsabilidad no se le puede tolerar a Santiago Abascal, como líder de Vox, porque será a él a quien señalemos cuando, ojalá nunca ocurra, en una de esas protestas alguien resulte muerto. ¿O es que están tan ciegos que creen que no es posible que pase?

El espectáculo patético de ver a algunos parlamentarios de Vox desatados, beodos, insultando a los periodistas, que es lo más irrelevante de cuanto sucede, ya sería suficiente para entender la gravedad de lo que se está sembrando. Porque si mañana, en una de esas protestas, uno de los radicales que la integran le asesta una puñalada a un periodista, o a un trabajador que salga de currar de una de las sedes del PSOE, la responsabilidad, la única responsabilidad, será de los convocantes. Que no se escude Abascal en el tramposo equilibrio de sus palabras en un atril porque todos conocemos cuál es la secuencia. El líder habla de protestas pacíficas, para que sean sus cachorros los que, como ha ocurrido, sugieran el lanzamiento de “cócteles molotov” para “reventar el cordón policial” en las sedes del PSOE, que son “el epicentro del golpe de Estado”. Lo último es literal del secretario general de Vox, Ignacio Garriga, y lo anterior, igualmente literal, son los mensajes que otros militantes y portavoces han difundido por las redes sociales en las que se retroalimentan, saciados de su propia bilis. Santiago Abascal Conde, que nació en Bilbao, que padeció la kale borroka, que conoce la catástrofe social que provoca esa radicalidad política, debería avergonzarse, solo por ese recuerdo, al ver que él se ha convertido en lo mismo. Porque eso es lo que está sembrando su partido. Responsable, sí, de lo que está pasando y de lo que pueda pasar.

A partir de ese primer y exclusivo nivel de responsabilidad, todo lo que estamos viendo forma parte de la infamia y el despropósito constantes en que se ha convertido el ejercicio de la política y del periodismo en España. En una democracia, la violencia política no se adjetiva, no es buena o mala atendiendo a si me conviene o no me conviene. La violencia no se justifica cuando la padece el adversario político y se condena cuando afecta a los propios. La violencia política no admite equidistancias ni frivolidades ni ligerezas. Tanta vergüenza producen algunos dirigentes del Partido Popular como algunos de nuestros propios colegas periodistas, que se apuntan decididos y entusiastas a esta barbaridad de adjetivar la violencia política.

Feijóo hace responsable a Pedro Sánchez de las protestas, como si la salvajada frente a las sedes del PSOE representase la evidente incertidumbre que provoca este momento político, y varios de sus presidentes autonómicos, como Ayuso o López Miras, encuentran divertido entrar en el juego de culpar a los policías, como unos Jordis cualquiera. Y los periodistas… Qué espectáculo, qué vergüenza ajena… Un coctel molotov tiene diferente consideración dependiendo de quién lo lance y quién resulte achicharrado. Los que defienden la amnistía para la violencia independentista se echan las manos a la cabeza por la violencia fascista. Y al revés. La desolación de Nacho Cardero por la deriva de este oficio, desplegada en su libro Aquello que dábamos por bueno, es una fosa que cada día se cava en España. Y como tienen quienes les aplauden y hasta financien, siguen dando paletadas con obstinada ceguera. Que el miedo al ridículo lo perdieron hace tiempo.

Vox, como se decía al principio, es el tercer partido de España, con más de tres millones de votantes, y lo mínimo que se le puede exigir a Santiago Abascal es un comportamiento acorde con la dignidad institucional a la que está obligado. Y con miles de sus votantes que, con seguridad, también se sienten avergonzados con esta deriva. A no ser que el objetivo final sea otro distinto al que tenemos delante y que todo esto se esté aprovechando para alejar de Vox las sospechas de irregularidades denunciadas por su ex secretaria general Macarena Olona. Lo que viene repitiendo esta mujer desde hace semanas es que, en cuatro años, se han destinado 11 millones del dinero que recibe Vox en las instituciones para el enriquecimiento de algunos dirigentes de este partido, entre ellos, Santiago Abascal. ¿Acaso una denuncia así no merece que Abascal se querelle contra Macarena Olona, si es que es falso todo lo que afirma? La exdirigente de Vox, que, por cierto, no es la única que lo denuncia, ofrece detalles concretos. Los 11 millones se han repartido de la siguiente forma, siete millones para la fundación privada Disenso, de la que es presidente vitalicio Santiago Abascal, y cuatro millones para la mercantil Tizona Comunicación, propiedad de dos asesores o aventajados del partido, el tal Kiko Méndez-Monasterio y Julio Ariza.

“El partido en el que milité se ha convertido en un chiringuito para algunos, un plan de pensiones millonario para Santiago Abascal y el clan de Intereconomía”, repite Macarena Olona, una y otra vez, y al otro lado guardan silencio, mientras se desatan campañas de insultos contra ella en las redes sociales. Siempre el barro de las redes sociales como respuesta cobarde… Pero como pasan los días y Olona sigue machacando con lo mismo, ahora, casualmente, surgen estas convocatorias desatadas, estos incendios literales, que consiguen de forma inmediata un cambio de la atención pública, al pasar desde el chiringuito a las sedes del PSOE, con solo agitar en las calles la animalada de la kale Voxroca.

La lucha callejera tenía nombre vasco hasta que Vox decidió asumirla como algo propio, para acentuar su perfil radical de extrema derecha. Esta es la kale Voxroca, directamente inventada del euskera; la lucha callejera de Vox que replica la de los radicales vascos de la kale borroka. No, de ninguna de las maneras puede tolerarse que un partido político con más de tres millones de votantes, que es la tercera fuerza política del país, convoque, jalee y secunde manifestaciones violentas ante las sedes del partido del Gobierno. Esa irresponsabilidad no se le puede tolerar a Santiago Abascal, como líder de Vox, porque será a él a quien señalemos cuando, ojalá nunca ocurra, en una de esas protestas alguien resulte muerto. ¿O es que están tan ciegos que creen que no es posible que pase?

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