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Irene Montero y el modelo femenino de gestión
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Javier Caraballo

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Irene Montero y el modelo femenino de gestión

Ni siquiera en el Ministerio de Igualdad se puede encontrar una definición de qué es el "modelo femenino de gestión", a pesar de que debería de ser uno de los objetivos principales de toda política feminista que defienda su existencia

Foto: La ministra de Igualdad en funciones, Irene Montero. (Europa Press/A. Martínez)
La ministra de Igualdad en funciones, Irene Montero. (Europa Press/A. Martínez)
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El modelo femenino de gestión no existe. Estaría bien que fueran las propias feministas las que empezaran a considerarlo, pero como esta afirmación apenas tiene respaldo fuera de las cuatro paredes de esta columna, vamos a fijarnos en un ejemplo reciente, clamoroso y conocido por todos: la forma en la que se produce la salida del Gobierno de las dos ministras de Podemos, Irene Montero e Ione Belarra, por decisión de la vicepresidenta, Yolanda Díaz.

Tres mujeres, tres mujeres feministas, y una sola lucha por la conquista del poder, que es el eje sobre el que gira todo en este mundo desde los orígenes de la Humanidad. No se trata de analizar razones, sino procedimientos, formas de actuar. Sin prejuicios ni conclusiones anticipadas, aunque está claro, como se decía antes, que se trata de una batalla perdida porque el mero cuestionamiento del concepto está desaconsejado y prohibido. Ni es políticamente correcto ni se permite la duda, que siempre acabará relacionándose con un ataque al feminismo. No tiene nada que ver, por supuesto, se trata de lo contrario: de alejar un movimiento tan potente y necesario como el feminismo de clichés y de tópicos que lo debilitan. Pero da igual, no se acepta ni el debate. Así que vamos a ello.

Comenzando por la definición del concepto, que no es tarea fácil. Ni siquiera en el Ministerio de Igualdad se puede encontrar una definición de qué es el "modelo femenino de gestión", a pesar de que debería de ser uno de los objetivos principales de toda política feminista que defienda su existencia. Es en el ámbito laboral y en el mundo de la empresa donde se localizan más definiciones.

Lo normal es que el modelo femenino de gestión se identifique con una gestión más eficaz y más humana. Por ejemplo: "Las empresas han entendido que la mujer contribuye con una nueva visión y enfoques diferentes. La mujer decide de forma más intuitiva, no cree en las jerarquías, sabe escuchar las ideas de los demás, el trabajo forma parte de sus vidas, humaniza la empresa", como dice una web de mujeres consejeras de grandes empresas en España. La presidenta de la Federación Española de Mujeres Directivas, Ana Bujaldón, también coincide con este enfoque: "El modelo de gestión femenino aporta valores y rentabilidad a la empresa al estar caracterizado por la previsión, la empatía, los objetivos de crecimiento a medio y largo plazo o la certeza de que el componente humano es la clave del éxito empresarial".

Foto: Ione Belarra e Irene Montero en el debate de investidura de Pedro Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra)

En diversas conferencias y estudios académicos, se cita la experiencia de Bunker, una organización sin ánimo de lucro que lleva años estudiando las aportaciones de la mujer a la gestión. La conclusión a la que ha llegado es que "el estilo de gestión de las mujeres se caracteriza por contribuir a los intereses del grupo en sacrificio del interés individual, atender las emociones, priorizar las relaciones interpersonales, la actitud saludable, la identidad del equipo y los objetivos comunes". Alicia Kaufmann, socióloga, autora de varios libros sobre el liderazgo femenino, sostiene que las mujeres son más emocionales y, por ello, están más capacitadas para tener en cuenta el lado "humano" de las personas con las que trabajan. De ahí que el liderazgo femenino se caracterice por "un estilo más democrático, dialogante, pedagógico, mediador, más receptivo y participativo".

A partir de esas definiciones, deberíamos concluir, necesariamente, que también en la política imperan esos valores cuando la gestión la desarrolla una mujer y, sobre todo, cuando esa mujer desempeña un trabajo orientado a las políticas feministas, como es el caso de Irene Montero, Ione Belarra y Yolanda Díaz.

Hay poca empatía y nula atención a las emociones en las batallas políticas entre las mujeres feministas de Podemos y de Sumar

Pero no, hay poca empatía y nula atención a las emociones en las batallas políticas entre las mujeres feministas de Podemos y de Sumar. Por Pablo Iglesias, que es el "padre político" de todas ellas, hemos sabido que la salida de Montero y Belarra del Gobierno ha sido despiadada: un "veto unilateral", de una gran "crueldad" y "una enorme injusticia". Al margen de calificativos, es indiscutible que Yolanda Díaz ha sido implacable en su asalto al poder. En cuanto fue "designada" para sustituir a Pablo Iglesias, se deshizo de todo cuanto le rodeaba y podía hacerle sombra. Suplantó a Podemos con una organización paralela, Sumar, que le permitía el liderazgo absoluto y, desde ese momento, fue eliminando a todos sus rivales, empezando por sus dos compañeras en el Gobierno.

Las dos sesiones de investidura vividas tras las elecciones de julio, la frustrada de Núñez Feijóo y la posterior de Pedro Sánchez, han supuesto una humillación pública para las dos ministras de Podemos, que aparecían aisladas en el banco azul, sin comunicación con el resto, sin recibir ni tampoco emitir siquiera un guiño de cordialidad. La vicepresidenta del Gobierno se encargó de que en tantas horas de sesiones plenarias no pudieran ni acercarse a la tribuna de oradores, ni ellas ni ninguno de los escasos apoyos que les quedan en el Congreso.

Implacable, contundente y severo. Ningún miramiento, ninguna consideración, ninguna tregua. Exactamente igual, por cierto, a como actuó la ministra de Igualdad, Irene Montero, unos años antes, cuando Podemos aprovechó una baja por maternidad de la hasta entonces líder andaluza, Teresa Rodríguez, para expulsarla del grupo parlamentario en Andalucía. Fue una jugada política tan sucia que hasta el Tribunal Constitucional la ha condenado, pero cuando Teresa Rodríguez protestó, la única respuesta que recibió de Irene Montero fue que "la política no para cuando alguien está de permiso", dijo en referencia a la baja por maternidad de la andaluza.

placeholder Yolanda Díaz, junto a Teresa Ribera, en el Congreso. (EFE/Daniel González)
Yolanda Díaz, junto a Teresa Ribera, en el Congreso. (EFE/Daniel González)

¿Existe el modelo femenino de gestión? La atribución a la gestión de una mujer, por el hecho de ser mujer, de todos los valores positivos y empáticos, desde la tolerancia y el diálogo hasta la sensibilidad y el "trato humano", frente al patriarcado que representa todo lo contrario, la competitividad salvaje, inhumana y despótica; extraer esas conclusiones generales, en fin, es completamente absurdo. Pero si nos referimos a la política, ya está visto lo que ocurre. De modo que habrá que optar: o no existe el modelo femenino de gestión o las ministras del Gobierno no son feministas. Esa es la cuestión.

El modelo femenino de gestión no existe. Estaría bien que fueran las propias feministas las que empezaran a considerarlo, pero como esta afirmación apenas tiene respaldo fuera de las cuatro paredes de esta columna, vamos a fijarnos en un ejemplo reciente, clamoroso y conocido por todos: la forma en la que se produce la salida del Gobierno de las dos ministras de Podemos, Irene Montero e Ione Belarra, por decisión de la vicepresidenta, Yolanda Díaz.

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