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El Sáhara y Palestina, sumisión y prepotencia
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Javier Caraballo

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El Sáhara y Palestina, sumisión y prepotencia

Cualquiera podría haber advertido a Pedro Sánchez del riesgo diplomático que conllevaba el uso de ese discurso arrogante en este momento trágico

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una comparecencia junto al primer ministro belga, Alexander de Croo. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una comparecencia junto al primer ministro belga, Alexander de Croo. (EFE)
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El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, es el palo en el avispero. Será por ese aire provocador que le precede, un aura de prepotencia, de suficiencia, que con tanto desahogo exhibe en España. Pero ha sido pronunciarse sobre la guerra en la Franja de Gaza y ha metido a España en una crisis diplomática sin precedentes con Israel, y eso que no ha dicho nada muy distinto a lo que han afirmado, pedido y solicitado otros países, organizaciones internacionales y dirigentes de medio mundo.

Nunca hemos estado tan mal con Israel. Otra primera vez, repitámoslo, en el tiempo de las primeras veces, que va a terminar siendo como una leyenda que defina la estancia en el poder de Pedro Sánchez, de tantas fronteras, tantas convenciones, tantos límites como está traspasando. Lo sucedido en su visita a Israel y Cisjordania es muy ilustrativo de todo, con el agravante de que se trata de su único acto de relevancia como presidente de turno de la Unión Europea. Solo necesitamos remontarnos a la actuación de este Gobierno, de este presidente, ante otro territorio ocupado, que sí nos concierne íntimamente, el Sáhara, para explicarnos la forma de actuar de Pedro Sánchez y la elección de sus discursos de Estado en función de sus objetivos personales.

¿Qué ha dicho Sánchez en Israel? Como se decía, si lo repasamos, el presidente español ha repetido allí lo que otros muchos líderes internacionales han afirmado antes que él. En primer lugar, que el origen de la tragedia que estamos viviendo está en "los horribles crímenes cometidos por Hamás el 7 de octubre, que atestiguan su falta de humanidad"; que "Israel tiene derecho a la autodefensa", y, por último, que ese derecho debe ejercerse "respetando el derecho internacional y el derecho humanitario". Esas tres cosas, idénticas, las han repetido otros muchos; hasta Joe Biden, el presidente de Estados Unidos, el más fiel aliado de Israel, le reprochó al primer ministro Netanyahu que confundiera a los terroristas con los ciudadanos, muy pocos días después del salvaje atentado de Hamás. "La inmensa mayoría de los palestinos no tienen nada que ver con los horribles ataques de Hamás y están sufriendo por ellos", dijo Biden.

También Josep Borrell, más contundente aún, cuando afirma, en su condición de alto representante de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, que "un horror no justifica otro horror" y que, si de verdad se quiere buscar la paz, "no se puede sembrar más odio". Por lo tanto, volvamos a la pregunta: ¿qué ha dicho Pedro Sánchez para provocar esta contundente respuesta de Israel? Ha repetido lo mismo, sí, pero acompañado de otros gestos de superioridad y de un tono de advertencia que acaban convirtiéndose en el mensaje, por encima de la literalidad de sus palabras. Pedro Sánchez, en esas reuniones, debe ser como el tipo que discutiendo te señala con el dedo índice. Ese fue el efecto que tuvo su coletilla final sobre el reconocimiento de Palestina como Estado y advirtió que, si la Unión Europea no se decide a hacerlo, "España tomará sus propias decisiones". Esa frase constituye el desafío que ha provocado la crisis; el gravísimo error de Pedro Sánchez de creerse que en la comunidad internacional puede desenvolverse con la arrogancia del Congreso de los Diputados.

Foto: Ataque israelí contra el puerto de Gaza. (EFE/EPA/Mohammed Saber) Opinión
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Nueve países hay en la Unión Europea que reconocen desde hace años el Estado de Palestina y ninguno de ellos ha levantado la protesta de Israel como sí ha sucedido con España. La diferencia es Pedro Sánchez, su tono, no el reconocimiento del Estado de Palestina. Entre otras cosas, porque lo primero que ignora el presidente del Gobierno español es que, cuando el grupo terrorista Hamás atacó a Israel, no lo hizo para reivindicar un Estado de Palestina. Nunca lo ha hecho porque su principal objetivo no es ese, sino la destrucción de Israel. Hamás no está luchando por un Estado propio, sino para acabar con Israel. Ese es su objetivo terrorista: la destrucción.

Plantarse en medio de la guerra de la actualidad, como ha hecho Pedro Sánchez, para proclamar que la solución del conflicto es el establecimiento de dos Estados, el de Palestina y el de Israel, es una obviedad rayana en lo irrelevante, porque ese es el objetivo imposible de la comunidad internacional desde el plan de la ONU de 1947. Todos los intentos de llevarlo adelante han fracasado, arrasados por la espiral de odio de la que habla Borrell, incluyendo la última estrategia de los acuerdos de Abraham, impulsada por los Estados Unidos, y que es la que nos conecta con el Sáhara.

Foto: El rey de España, Felipe VI, y el rey de Marruecos, Mohamed VI. Opinión
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Una de las pocas iniciativas loables de Donald Trump durante su mandato en la Casa Blanca fue la promoción de esos acuerdos de acercamiento y reconocimiento de Israel y distintos estados árabes. Comenzó en 2020 con los Emiratos Árabes, Baréin y Sudán, y siguió posteriormente con Marruecos. El reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara fue la moneda de cambio que Mohamed VI exigió a Estados Unidos para sumarse a esos acuerdos. El último paso se produjo hace solo dos meses, en septiembre, con un acuerdo histórico y trascendental de Israel con Arabia Saudí, próxima a firmar también los acuerdos de Abraham. Tan eufórico estaba ese día Benjamín Netanyahu que dijo: "Semejante paz contribuirá en gran medida a poner fin al conflicto árabe-israelí. Alentará a otros estados árabes a normalizar sus relaciones con Israel. Mejorará las perspectivas de paz con los palestinos y alentará una reconciliación más amplia entre el judaísmo y el islam".

El atentado brutal de Hamás contra Israel, alentado por Irán, es un atentado contra los acuerdos de Abraham, contra el entendimiento entre israelíes y palestinos, contra cualquier esperanza de paz; nada que ver con el reconocimiento de Palestina como Estado. Deducir eso, que es como se ha interpretado en Israel, equivale a culpar a los israelíes de haber provocado la guerra actual. A excepción del ministro José Manuel Albares, que parece más aplaudidor que ministro, cualquiera podría haber advertido a Pedro Sánchez del riesgo diplomático que conllevaba el uso de ese discurso arrogante en este momento trágico. O podría haberse acordado de lo que ya le pasó con Marruecos, una carambola de desaciertos que es imposible de igualar; solo Pedro Sánchez es capaz de superar a Pedro Sánchez.

En aquella ocasión, provocó, sucesivamente, la ruptura de relaciones diplomáticas con Marruecos, la "invasión" de Ceuta, el enfrentamiento con Argelia y la condena por "traición" de los líderes del pueblo saharaui. De la indescriptible torpeza de intentar ocultar en un hospital español al líder de pueblo saharaui, Brahim Galli, se pasó al reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre ese territorio, que fue una provincia española a la que siempre habíamos defendido por su derecho a la autodeterminación. Había muchas formas de dar ese paso, entre otras por el bien superior de la paz entre los estados árabes e Israel que conllevan los acuerdos de Abraham, pero el presidente español lo hizo solo cuando le convenía a él, para salir de un apuro. Todo lo demás es accesorio o coyuntural, se pasa de la sumisión a la prepotencia sin mayor problema, siempre que al personaje político Pedro Sánchez le venga bien.

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, es el palo en el avispero. Será por ese aire provocador que le precede, un aura de prepotencia, de suficiencia, que con tanto desahogo exhibe en España. Pero ha sido pronunciarse sobre la guerra en la Franja de Gaza y ha metido a España en una crisis diplomática sin precedentes con Israel, y eso que no ha dicho nada muy distinto a lo que han afirmado, pedido y solicitado otros países, organizaciones internacionales y dirigentes de medio mundo.

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