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Begoña, Ayuso y la prensa perra
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Javier Caraballo

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Begoña, Ayuso y la prensa perra

La prensa en España vive momentos de vergüenza ajena, con medios que se han escorado hacia el partidismo militante, sin que ningún reparo deontológico pueda frenarlos

Foto: Foto: Pixabay/Andrys Stienstra.
Foto: Pixabay/Andrys Stienstra.

Siempre me ha parecido una idiotez el corporativismo de los periodistas cuando renuncian criticar al gremio con ese refrán antiguo de “perro no come carne de perro”. Debemos rehuir del corporativismo en toda profesión cuando, con descaro, lo que persigue es la inmunidad de un comportamiento inadmisible, indefendible o impropio. Indecente. ‘Defiende la profesión, denuncia a quienes la denigran’. No hay más principios. Además, ya dijeron hace años unos investigadores de la Universidad de Granada que el refrán, que se remonta a los tiempos de Roma, como casi todo en nuestra vida, se refiere a la certeza de que “para un animal carnívoro, comer carroña de otro carnívoro, especialmente si es de su misma especie, incrementa la probabilidad de contraer patógenos que podrían hacer peligrar su vida”. De modo que, como de lo que se trata es de no contraer patógenos antiprofesionales, concluyamos que el contagio se produce al pasar por alto los comportamientos antiperiodísticos, no al contrario.

La prensa en España vive momentos de vergüenza ajena, con medios que se han escorado hacia el partidismo militante, sin que ningún reparo deontológico pueda frenarlos. Es una prensa perra, podría decirse, porque se han contaminado entre ellos. Se acabó el disimulo de la autoprotección profesional; basta con no comer carroña y denunciar a quienes se contagian de ese mal de la polarización del que acaban formando parte.

Tengamos en cuenta, como premisa necesaria, que todas las miserias de la prensa española de la actualidad tienen que ver con cómo se desplomó el negocio periodístico a raíz de la crisis financiera de 2007. España nunca ha sido un país de grandes lectores de prensa, porque siempre hemos arrastrado algunos de los índices de lectura más bajos de Europa, pero fue esa crisis la que precipitó un final, acaso inevitable por las nuevas tecnologías. La cuestión es que la tormenta perfecta nos llevó a una crisis descomunal de los grandes grupos editoriales y al auge, paralelo, de las publicaciones gratuitas de prensa en internet. Era inevitable que el papel fuese cediéndole terreno a los medios digitales, pero la crisis aceleró esa muerte como un disparo a media tarde.

Las cifras son conocidas: en 2007, año en el que empezó la crisis, los editores de periódicos españoles obtuvieron unos ingresos récord de 2.880 millones de euros y, 15 años después, se redujeron casi a un tercio, en torno a 1.040 millones de euros. Las cantidades se han extraído del artículo que publicó aquí mismo mi compañero Carlos Sánchez, en el que se extraía otra conclusión interesante: “Años de gratuidad en el soporte digital han hecho que muchos ciudadanos den por sentada la información”. Reparemos en esa afirmación, tan cierta como la vida misma. Si decíamos que España siempre ha estado a la cola en los índices europeos de lectura de prensa, lo que ha sucedido después de la crisis financiera es que se ha incrementado aún más el número de personas que rechaza pagar por mantenerse informado. Lo dicho, tormenta perfecta.

Foto: El actor Jack Lemmon en una escena de la película 'Primera plana'.
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Difiero del director de El Confidencial, Nacho Cardero, en esto que afirmaba ayer de que en España “jamás ha sido tan difícil ejercer el periodismo ni jamás ha sido tan necesario”. La historia de España es tan convulsa, tan temeraria, y tan incierta, que ninguna afirmación de esa naturaleza se puede sostener, pero es verdad que hay momentos, como los actuales, en los que deben encenderse las luces de alarma en todos aquellos que sigan considerando la grandeza de este oficio, entre suicida y vivificador. Coincido con Cardero, por el contrario, cuando asegura que este oficio de periodistas “solo se explica estando siempre frente al poder, contra todo tipo de poder”. También comparto su interpelación a los ciudadanos, a todos aquellos a los que internet les ha hecho olvidar, y renegar, de los quioscos de prensa a los que antes bajaban a comprar el periódico. Ahora que, por el precio de un periódico de papel, se puede pagar la suscripción de cuatro o cinco digitales, se niegan a hacerlo… Insultante. Como decía Cardero, todo se reduce a una pregunta: ¿Y tú? ¿Qué estás dispuesto a hacer por la información, por el periodismo? Esa es la cuestión, así que, modestamente, utilizaré este artículo para repetírselo a todos los que no entienden algo tan elemental, muchos de ellos amigos y hasta familiares. Queda dicho.

La pregunta es, además, pertinente en estos días en los que, otra vez, estamos viviendo un episodio lamentable de pesebrismo periodístico. La tiesura de la prensa española, de la que se hablaba antes, a raíz de la crisis financiera de 2007 y la expansión de los medios digitales, ha provocado un incremento exponencial de la dependencia de la publicidad institucional. Es saludable que existan medios de comunicación con líneas editoriales marcadas de izquierda o de derecha; es detestable que exista una prensa de partido que limita su línea editorial al aplauso del propio y a la persecución del adversario. En España, esto último es lo que predomina. Periódicos y periodistas.

Es detestable que exista una prensa de partido que limita su línea editorial al aplauso del propio y a la persecución del adversario

Lo estamos viendo estos días con el espectáculo en el que han convertido las informaciones, nacidas en El Confidencial, de los contactos de Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y las del novio de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Se trata de dos noticias de gran relevancia mediática, por los personajes implicados, aunque la línea fundamental que las separa es la del dinero público. En el caso de los propietarios de Air Europa (Globalia), amigos de la mujer del presidente Pedro Sánchez, ya se dijo aquí que, por lo menos, debería resultarnos curioso que el mismo Gobierno que se mostró tan cicatero en la concesión de ayudas para rescatar a otras empresas, le concediera a Globalia todo lo que había solicitado. De un fondo de 10.000 millones, solo se concedieron 3.700 y, de esa cantidad, un 30% fue para el grupo de Juan José Hidalgo.

En el presunto fraude del novio de Díaz Ayuso estamos ante el escándalo de un particular que la soberbia y la arrogancia cipotuda de los dirigentes de la Comunidad de Madrid han convertido en un escándalo político. Sin disimulo alguno, hay quienes han silenciado, y hasta censurado, que se informe de la noticia que afecta a Pedro Sánchez, mientras que han inflado hasta la ridiculez la que afecta a Díaz Ayuso. De modo que sí, conviene levantar el dedo, señalarlos, y separarse de esa prensa perra, dócil o apesebrada. Aunque si sirve de algo esta inmundicia, es para volver a la pregunta de antes: ¿y usted qué quiere?

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Siempre me ha parecido una idiotez el corporativismo de los periodistas cuando renuncian criticar al gremio con ese refrán antiguo de “perro no come carne de perro”. Debemos rehuir del corporativismo en toda profesión cuando, con descaro, lo que persigue es la inmunidad de un comportamiento inadmisible, indefendible o impropio. Indecente. ‘Defiende la profesión, denuncia a quienes la denigran’. No hay más principios. Además, ya dijeron hace años unos investigadores de la Universidad de Granada que el refrán, que se remonta a los tiempos de Roma, como casi todo en nuestra vida, se refiere a la certeza de que “para un animal carnívoro, comer carroña de otro carnívoro, especialmente si es de su misma especie, incrementa la probabilidad de contraer patógenos que podrían hacer peligrar su vida”. De modo que, como de lo que se trata es de no contraer patógenos antiprofesionales, concluyamos que el contagio se produce al pasar por alto los comportamientos antiperiodísticos, no al contrario.

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