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De chivatos y cínicos, tres contradicciones vascas
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Javier Caraballo

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De chivatos y cínicos, tres contradicciones vascas

El Parlamento vasco que salga de estas elecciones será el que siente a más políticos independentistas, representantes de la sociedad vasca, con menos ciudadanos independentistas

Foto: Acto de campaña de EH Bildu. (EFE/Adrián Ruiz Hierro)
Acto de campaña de EH Bildu. (EFE/Adrián Ruiz Hierro)
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La sociedad más radicalizada es una de las que alberga un mayor porcentaje de indecisos, curiosa circunstancia. Este es el País Vasco y esta es solo una de las paradojas, o contradicciones, que se han destapado en la campaña electoral. Quizá haya alguna circunstancia sociológica para explicar esa doble realidad, más allá del desinterés progresivo por la política que puede extenderse a otros lugares de España.

La cuestión es que hablamos de una sociedad en la que hay hasta un 40% de jóvenes indecisos en un contexto político en el que la fuerza mayoritaria es aquella que se niega a condenar a una banda de asesinos que se ha pasado medio siglo pintando con sangre las aceras. ¿Qué duda puede haber ante esto? En fin, también se debe decir, en sentido contrario, que esta misma sociedad vasca es aquella en la que uno se puede encontrar con los demócratas que más sufren, porque también aman a España, y con aquellos que más han arriesgado en defensa de sus ideas, progresistas o conservadoras, en un entorno de amenazas, desprecios y violencia asesina.

En todo caso, no es raro que la banda terrorista vasca haya marcado, y quizá determinado, la campaña electoral porque serán muchos años, muchas generaciones, las que tendrán que pasar aún para que esa gente pueda mirarse al espejo de una historia tan terrible como la que se ha vivido. Hoy lo que constatamos son las contradicciones vividas en esta campaña electoral.

Primera: "Si ETA matara, Pello estaría con ETA". La persistencia de una banda asesina a lo largo de tantas décadas solo puede explicarse por la complicidad con la que cuenta en buena parte de la sociedad. Una organización terrorista como la de ETA no se compone solo del que aprieta el gatillo y deja tendido en la acera a un pobre chaval, que acababa de ingresar en la Guardia Civil para sacar adelante a su familia. También forman parte de esa estructura los vecinos que se prestan solícitos a apuntar las rutinas de un concejal que vive en su piso, para que ETA pueda mandarle a dos pistoleros cuando toma café en un bar. Y los curas que miran para otra parte, que esconden asesinos en las sacristías, que comulgan con el quinto mandamiento, no matarás, como hostias que engullen con un trago de vino. También aquellos que no alzan la voz, que no quieren identificarse con los que sufren, con los perseguidos, porque el silencio cobarde es en el que descansan sus conciencias putrefactas.

Euskal Herria ha existido como una comunidad de hablantes, pero jamás como un territorio compartido y mucho menos como una nación

Todos ellos han formado parte de la estructura de ETA y, cuando ya se han rendido, derrotados por la fortaleza de la democracia española, ya no vemos las pistolas, pero los vemos a ellos. Es lo que nos ha demostrado en esta campaña electoral el candidato de Bildu, Pello Otxandiano, cuando se ha negado, de forma reiterada, a llamar terroristas a los terroristas de ETA. Nos ha dejado claro que, si ETA matara, estaría cumpliendo un papel en el bando de ETA, el del silencio cobarde. Como él, muchos otros miles de ciudadanos vascos, en torno al 30%, que piensan igual.

Segunda. "El independentismo que crece, pese a caer". El Parlamento vasco que salga de estas elecciones será el que siente en los escaños a más políticos independentistas, representantes soberanos de la sociedad vasca, con menos ciudadanos independentistas. De modo, que ahí queda esa contradicción, al menos aparente: el independentismo político e institucional crece a pesar de que socialmente no para de caer. El 75% de los diputados vascos de la nueva legislatura pertenecerán a dos formaciones políticas que llevan la independencia del País Vasco en su ideario, el Partido Nacionalista Vasco y la coalición Bildu. Estos últimos, en sintonía con su estrategia electoral de ocultar sus perfiles más radicales y violentos, no han incluido la independencia en el programa electoral, más allá de alguna referencia genérica de "recuperar el proyecto de Euskal Herria".

Es legítimo pactar con partidos que están a los extremos, pero que el pacto no suponga un atentado contra la memoria de la democracia

Como ocurre con todos los independentismos españoles, se trata, exclusivamente, de una invención. No se puede 'recuperar' aquello que nunca se ha tenido. Euskal Herria ha existido a lo largo de la historia como una comunidad de hablantes en España y Francia, pero jamás como un territorio compartido, ni unificado, mucho menos como una nación. Como bien podría apreciar cualquiera, hablar un mismo idioma, ya sea el euskera o el swahili, no presupone que se forme parte de una misma nación. Pero ese es el delirio que alimenta este personal desde que el más reaccionario de todos, Sabino Arana, fundador del PNV, le diera por decir que, "etnográficamente, hay diferencia entre ser español y ser vasco, porque la raza eusqueriana es sustancialmente distinta a la raza española".

Tercera. "La empanada vasca de Pedro Sánchez". Los 'cambios de opinión' de Pedro Sánchez tienen de interesantes para la opinión pública que siempre, indefectiblemente, acaban enredados en sus propias contradicciones. Porque no son 'cambios de opinión', fundamentalmente. Se llaman de otra forma, oportunismo, frivolidad, descaro, egolatría, ambición de poder… Cualquiera de esas expresiones podría servir para explicar todo lo ocurrido en esta etapa del Partido Socialista, que ha quedado desprovista de principios en algunos asuntos fundamentales como la relación con el entorno político de ETA.

Y en este punto, reiteramos lo de otras ocasiones: en una democracia como la española, si el régimen constitucional ampara la presentación a unas elecciones de una formación política como Bildu, sus diputados deben ser considerados representantes legítimos de la soberanía popular, al igual que todos los demás. Por mucho que nos repugnen en lo más profundo lo que representan. Pero nadie puede arrogarse la defensa de la Constitución por encima de la Constitución.

Foto: Pello Otxandiano en un mitin. (EFE/Miguel Toña)

Por tanto, queda claro, es legítimo, y hasta aconsejable, dialogar y pactar con partidos políticos que están a los extremos. Lo que no puede ocurrir es que el pacto suponga la aceptación de aquello que atenta contra la dignidad, la defensa y la memoria de la democracia española y su arquitectura institucional. Es decir, lo contrario de lo que ha hecho Pedro Sánchez como líder socialista.

No solo aceptó una 'ley de memoria democrática', impuesta por Bildu, que incluye como 'guerra sucia' contra ETA los cinco primeros años de la democracia, sino que defiende a Bildu como un partido progresista y democrático, sin más, aunque siga sin condenar a ETA. Ahora que, por las elecciones en el País Vasco, se pretende volver a la condena de todo el entorno etarra, que a tantos socialistas ha asesinado, es imposible que el resultado sea otro que la empanada vasca de Pedro Sánchez, de digestión imposible.

La sociedad más radicalizada es una de las que alberga un mayor porcentaje de indecisos, curiosa circunstancia. Este es el País Vasco y esta es solo una de las paradojas, o contradicciones, que se han destapado en la campaña electoral. Quizá haya alguna circunstancia sociológica para explicar esa doble realidad, más allá del desinterés progresivo por la política que puede extenderse a otros lugares de España.

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