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El falso honor herido de Pedro Sánchez
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Javier Caraballo

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El falso honor herido de Pedro Sánchez

Cuando alguien quiere dimitir, más aún cuando se trata de un jefe de Gobierno, lo que no hace nunca es anunciarlo por carta cuatro días antes

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
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Pedro Sánchez tiene demostrado un acusado déficit de aceptación de los contrapoderes de una democracia y, por esa carencia suya, ha vuelto a reaccionar con un bufido, refunfuñado y desafiante, a la última información sobre su mujer, Begoña Gómez. Una carta de más de tres folios para anunciar que está dispuesto a dimitir ante los ataques “sin precedentes” que recibe “por tierra, mar y aire”, según su interpretación trágica de lo que sucede. Cuando alguien quiere dimitir, más aún cuando se trata de un jefe de Gobierno, lo que no hace nunca es anunciarlo por carta cuatro días antes, con lo que ya veremos en qué queda la cosa.

Tenemos algunos ejemplos claros de cómo actúa un líder cuando, de verdad, piensa que tiene que renunciar a su cargo para hacer prevalecer aquello que defiende. Hace unos meses, en noviembre del año pasado, el primer ministro de Portugal, António Costa, presentó su dimisión irrevocable cuando un juzgado decidió investigar si había tenido alguna influencia en la concesión de dos explotaciones de litio. Costa no estaba afectado directamente por la investigación, no se le imputaba ningún delito, pero tenía muy claros los principios: “Mi obligación es preservar la dignidad de las instituciones democráticas. Yo no estoy por encima de la ley. Si hay alguna sospecha, que sea investigada”. Al cabo de los meses, la investigación se ha caído porque los jueces no han encontrado prueba alguna de las acusaciones que sostenían los fiscales. El Estado de derecho ha funcionado y António Costa se queda con el orgullo inmenso de sus valores democráticos.

En otro contexto completamente distinto, en 1979, también presentó su dimisión, sin amagos ni flagelaciones, el primer líder del PSOE, Felipe González, cuando aún no había alcanzado la presidencia del Gobierno. Entendió que el PSOE tenía que renunciar al marxismo como doctrina, para profundizar en la socialdemocracia y avanzar en el tejido social español, y como en su partido no lo entendían así, dimitió como secretario general de los socialistas. También esa fue una dimisión por principios, principios ideológicos.

Ni la dimisión de Costa, por valores democráticos, ni la de Felipe González, en defensa de unos ideales, tienen nada que ver con la ‘dimisión virtual’ anunciada por Pedro Sánchez, en la que solo esgrime lamentos personales. De hecho, es lo único que no puede rebatirse de la carta que ha hecho pública, su amor por Begoña Gómez. Entenderá, en todo caso, el presidente del Gobierno que ese desahogo es más propio de un adolescente a la salida del instituto, que de un presidente que, lo primero que aprende en el cargo, es que cualquier palabra suya puede originar un terremoto financiero en el país que gobierna. Eso no parece que le haya importado lo más mínimo.

Pero lo dicho, Pedro Sánchez está enamorado de su mujer y lo ha demostrado con creces. A partir de ahí, como los demás ciudadanos de España no estamos cegados por ese amor, lo que nos corresponde es seguir haciéndonos las mismas preguntas que hasta ahora. Ya se dijo aquí, al principio de toda esta historia, que la torpeza enorme de la estrategia de Pedro Sánchez era la de haber convertido en sospechas lo que solo eran preguntas sobre las actividades que ha desarrollado su mujer. Bastaba con haber contestado, pero el líder socialista ha optado por el silencio y la ofensa, con lo que, inevitablemente, uno acaba preguntándose qué estará pasando realmente.

Volvemos a la cronología, que siempre sirve para disipar polvaredas. En febrero pasado, la Audiencia Nacional ordena la detención de una veintena de personas por una supuesta trama de comisionistas en el negocio de la venta de mascarillas en la pandemia. De todos los detenidos, sobresalen dos nombres, Koldo García, que fue asesor del ministro de Fomento, y Víctor de Aldama, del que apenas se conocía nada. Al poco, la figura de Víctor de Aldama va adquiriendo mayor importancia por su papel de comisionista y mediador en negocios anteriores. En ese momento, llegan las revelaciones de El Confidencial cuando se descubre, primero, que Aldama, al que Begoña Gómez conocía desde 2019, trabajaba para Globalia, la mayor empresa turística de España, y que la mujer de Pedro Sánchez mantenía reuniones con ese grupo mientras negociaba ayudas con el Gobierno.

Foto: La esposa del presidente del Gobierno, Begoña Gómez. (EFE/Javier Lizón)

Posteriormente, supimos también que la señora Gómez había firmado unas cartas de apoyo a una UTE que logró un contrato del Gobierno de casi ocho millones de euros. Uno de los accionistas principales de esas empresas es Carlos Barrabés, la persona que montó el máster universitario que dirige Begoña Gómez. Las preguntas obvias que surgen al instante, así como la información periodística, son tan legítimas y pertinentes en una democracia como deberían ser las respuestas por quien dice no tener nada que esconder.

Ese ha sido el papel de El Confidencial hasta este mismo día y si el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha escrito esa carta no ha sido por ningún motivo distinto al que le ha movido en las presiones anteriores para que cesaran las informaciones sobre su esposa. Lo normal, en este sentido, es que la ‘dimisión virtual’ pretenda extender esa presión hasta el juez que ha admitido a trámite la denuncia por supuesto tráfico de influencias, o que pueda servirle en el Congreso para relanzar la legislatura con una nueva jugada política, como una moción de confianza que se invente un ‘intento de golpe de Estado’ de “la derecha y la extrema derecha mediática”. Lo que nunca dirá es lo del primer ministro portugués: “Si hay alguna sospecha, que sea investigada”. En fin, veremos.

De momento, volvemos a lo fundamental. En un Estado de derecho, quien nada teme, nada se guarda. El problema de Pedro Sánchez, como se decía al principio, es de aceptación de los poderes y contrapoderes de una democracia. En lenguaje PISA, le falta “comprensión democrática”. Nos mira a todos, incluyendo a las demás instituciones del Estado, así como recibió al rey Felipe VI, con las manos metidas en los bolsillos.

Pedro Sánchez tiene demostrado un acusado déficit de aceptación de los contrapoderes de una democracia y, por esa carencia suya, ha vuelto a reaccionar con un bufido, refunfuñado y desafiante, a la última información sobre su mujer, Begoña Gómez. Una carta de más de tres folios para anunciar que está dispuesto a dimitir ante los ataques “sin precedentes” que recibe “por tierra, mar y aire”, según su interpretación trágica de lo que sucede. Cuando alguien quiere dimitir, más aún cuando se trata de un jefe de Gobierno, lo que no hace nunca es anunciarlo por carta cuatro días antes, con lo que ya veremos en qué queda la cosa.

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