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Cataluña, una realidad regional (y otros insultos)
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Javier Caraballo

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Cataluña, una realidad regional (y otros insultos)

Como se trata de construir una historia, con alteraciones constantes del pasado, es inevitable que muchos de quienes ayer fueron considerados los fundadores de una doctrina nacionalista acaben desfasados

Foto: Los castellers de Barcelona, frente a la sede de la Generalitat. (EFE/Quique García)
Los castellers de Barcelona, frente a la sede de la Generalitat. (EFE/Quique García)
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Todo nacionalismo acaba destruyendo lo que afirma, por esa inclinación exponencial a la adulteración de la realidad. Como se trata de construir una historia, con alteraciones constantes del pasado, es inevitable que muchos de quienes ayer fueron considerados los fundadores de una doctrina nacionalista acaben desfasados, y hasta proscritos, por los herederos de nacionalismo.

Por ejemplo, decir hoy que Cataluña es una realidad regional se considerará un insulto, directamente, porque en el lenguaje político las palabras, las expresiones, tienen el valor de las armas arrojadizas; sirven para identificar a los propios y señalar a los disidentes. El mismo símil podría establecerse, por ejemplo, con la propia bandera de Cataluña: la senyera, que fue el símbolo de la conquista de la autonomía tras la dictadura y ahora parece anticuada, desfasada y cobarde. Otro insulto, para muchos.

En su lugar, se coloca la estelada, la bandera independentista, pero llegará el día que hasta la estelada pueda quedarse antigua, porque el nacionalismo es una reinvención permanente de historia y de búsqueda de agravios externos. Por eso, la afirmación del principio, inspirada en una sentencia redonda de María Zambrano: "todo extremismo destruye lo que afirma".

La idea de Cataluña como una realidad regional la plasmó en una serie de artículos de prensa, recogidos luego en un libro Consideración de Cataluña, uno de los mayores filósofos españoles del siglo pasado, Julián Marías, discípulo destacado de José Ortega y Gasset. El artículo se publicó en 1965, es decir, en pleno franquismo. Para quien tenga dudas de la ideología de Julián Marías, será bueno recordar que participó en la Guerra Civil en el bando republicano, como traductor y cronista, que fue condenado y encarcelado y que, sólo por las presiones a su favor, se libró de una condena mayor y de un final trágico.

Foto: Asistentes a la última Diada en Barcelona. (Reuters/Albert Gea)

Lo que nunca quiso, con posterioridad, fue reincorporarse a la Universidad, para no tener que jurar los Principios Generales del Movimiento. Se ganó la vida con sus publicaciones y con el Instituto de Humanidades, que fundó en 1948 junto a su maestro Ortega, que había vuelto a España tras nueve años en el exilio. Hablamos, por tanto, de un intelectual sublime, un erudito de época que, en la que le tocó vivir, se implicó vivamente en la lucha contra la dictadura.

Lo hizo con sus propias armas y dentro de España. (Todo esto, si se permite, para quienes quieren apropiarse hoy del protagonismo de la lucha antifranquista, medio siglo después de haberse muerto el dictador…) Un periódico barcelonés de los años 60, El Noticiero Universal, le propuso a Julián Marías que realizara una serie de artículos sobre Cataluña, viajando por todo el territorio catalán, para desafiar los tabúes del franquismo sobre el catalanismo con una descripción de aquella realidad, viva y distinta, y la riqueza del idioma catalán.

Foto: La Gran Vía de Madrid en los años sesenta. (Getty Images/Gianni Ferrari) Opinión
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En el artículo publicado el 23 de noviembre de 1965 —faltaban aún diez años para la muerte de Franco—, Julián Marías elogia tanto la riqueza y la singularidad de Cataluña que, precisamente, lo que le preocupa es que, en el futuro, alguien pudiera destruirla con el intento tramposo de querer aislarla y encapsularla. ¿Podemos interpretarlo como una visión profética del independentismo actual, 59 años después? Que cada cual juzgue por sí mismo. Estos son extractos engarzados de aquel artículo: "Cataluña es una región con extremada personalidad, y nada me inquieta como la evaporación de las diferencias y los matices, como la homogeneización, porque esto provoca una entropía social que amenaza con la paralización y la muerte de la actividad creadora.

Esa enérgica conciencia de personalidad, que es distinta y menos frecuente en España, no me estorba, por supuesto, pero me provoca leves inquietudes. Como que los catalanes piensen demasiado en su personalidad, lo cual puede mermar su espontaneidad y, paradójicamente, atenuar esa personalidad misma. O que se busque la personalidad preferentemente en lo diferencial, sin advertir que esto solo tiene realidad y sentido sobre el fuerte torso de los rasgos comunes españoles, desde los cuales se constituye el 'quién' originario e irreductible de Cataluña. Porque Cataluña no es quien es por ser distinta, sino por ser, con algunas diferencias".

Obviamente, todas las objeciones e inquietudes de Julián Marías, como las de tantos otros, no guardan más mínima relación con cualquier sentimiento anticatalanista, sino que nacen exclusivamente de la urticaria que provocan las mentiras grotescas sobre nuestra propia historia. La definición que hace el filósofo de Cataluña como realidad regional no le hubiera sorprendido, ni molestado, al mismísimo "padre del catalanismo", Valentí Almirall (1841-1904), el primero que utilizó ese neologismo.

En el lenguaje político, las palabras tienen el valor de las armas arrojadizas

Pero decía así: "En general, pues, los catalanes son tan españoles como los habitantes de las demás regiones de España, y lo son no solo por sentimiento, sino también por convencimiento. Debido a nuestra situación geográfica y, a nuestros antecedentes históricos, no podemos ser más que españoles. Y en cuanto a nuestro patriotismo catalán, nadie puede ponerlo en duda, ya que lo hemos probado suficientemente en todas las coyunturas".

Cuando Julián Marías, en 1965, enumeraba sus "leves preocupaciones" estaba adelantando los graves problemas de hoy, un presente ante el que sentiría pavor o vergüenza, y siempre una profunda irritación por la mentira oficializada. A saber qué diría al ver que un partido como el PSOE se prestaba a firmar un documento en el que se dice que Cataluña está intentando recuperar su nación desde 1714, cuando España abolió sus instituciones propias. Nada más lejos de lo que realmente ocurrió con los Decretos de Nueva Planta que impuso Felipe V, que lo que provocaron en Cataluña fue todo lo contrario a un periodo de opresión: "establecieron las bases para el crecimiento económico y demográfico en Cataluña tras dos siglos de decadencia.

Foto: Pedro Sánchez y Salvador Illa en un acto del PSC. (EFE/Quique García)

Mejoró la economía en general y el comercio con América en particular, beneficiando las manufacturas textiles y el puerto de Barcelona", como se cansan de repetir los propios historiadores catalanes que no han sucumbido a la manipulación. Pero nada. Lo primero fue declarar festivo cada 11 de septiembre como 'Día nacional' o Diada, como si fuera la fecha de una sublevación patriótica, y con el paso de los años se convierte en hecho histórico, como si de verdad hubiera sucedido. A ver quién se atreve a cuestionarlo, si ya hasta el PSOE ha aceptado que España invadió Cataluña hace tres siglos.

Con la realidad sociológica y política ocurre igual. De regiones, se pasó a nacionalidad, luego a realidad nacional, después nación y, como tal, una nación sin Estado que exige un referéndum para recuperar su independencia y su libertad arrebatadas. Y quien lo niegue, estará insultando a Cataluña… No es así, y las consecuencias siempre obedecen a la sentencia de María Zambrano: si se promete que Cataluña será más libre y más próspera con la independencia, acabará ocurriendo lo contrario. El independentismo destruye lo que afirma.

Por eso, siempre prefiere uno la palabra de Julián Marías antes que plegarse a las imposiciones de lo políticamente correcto. Cataluña es una realidad regional española y, borrar ese pasado, es empequeñecerla, empobrecerla, desfigurarla. Lo decía el filósofo y lo enseña en sus clases un profesor eterno y universal, Juan de Mairena, que dicta sus lecciones inspirado en Antonio Machado: "De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etcétera, antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse". Pues eso.

Todo nacionalismo acaba destruyendo lo que afirma, por esa inclinación exponencial a la adulteración de la realidad. Como se trata de construir una historia, con alteraciones constantes del pasado, es inevitable que muchos de quienes ayer fueron considerados los fundadores de una doctrina nacionalista acaben desfasados, y hasta proscritos, por los herederos de nacionalismo.

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