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Feijóo, el líder indeciso
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Javier Caraballo

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Feijóo, el líder indeciso

Será que Feijóo solo se siente seguro en el Congreso de los Diputados y, cuando baja los cinco peldaños de la tribuna de oradores, se vuelve otro

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/Alberto Ortega)
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/Alberto Ortega)
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A un líder político seguro se le conoce, como a los amigos, en las ocasiones inseguras. Y eso es lo que le pasa a Alberto Núñez Feijóo, que mucha gente lo mira, lo observa, esperando de él seguridad y certeza y, en la mayor parte de las ocasiones, lo que percibe son dudas, titubeos, lagunas… La nerviosera, que podría decirse si se acepta el término, que suena a bachata. Con unas expectativas electorales tan favorables como las que tiene el Partido Popular, y con un poder autonómico y municipal tan extenso como el de la derecha española, resulta verdaderamente chocante oír a Núñez Feijóo en algunas entrevistas y comprobar la endeblez de sus argumentos. Ya sabemos que, sobre todo en España, en un país tan politizado como el nuestro, la oposición es un potro de tortura, pero no se le puede atribuir la sorpresa ni el desconocimiento a quien lleva treinta años en política y empezó justamente aquí, en la administración general del Estado, con el primer Gobierno de José María Aznar, en 1996.

El presidente del Partido Popular acumula experiencia suficiente para no reaccionar así, entre sorprendido y enfadado, inseguro en el tono, previsible en los mensajes y poco creíble en las afirmaciones estadísticas. ¿Qué le pasa Feijóo para que lo veamos así? A veces, el contraste consigo mismo es el que resulta más desconcertante; el contraste con el líder de la derecha que tiene discursos sólidos, implacables, cuando se sube a la tribuna del Congreso. Será que Feijóo solo se siente seguro ahí y, cuando baja los cinco peldaños de la tribuna de oradores, se vuelve otro. Con errores y carencias repetidas que se podrían agrupar en estas tres debilidades:

Autoridad de líder nacional. La vieja división romana del poder, 'auctoritas' y 'potestas', ha seguido vigente a lo largo de los siglos porque nunca han sido los cargos los que conllevan el verdadero liderazgo, sino la autoridad, que es el reconocimiento público, la credibilidad, la admiración. Eso es lo difícil de conseguir, no un nombramiento que se puede revocar en unos días. En Núñez Feijóo se percibe esa debilidad cuando, con frecuencia, surgen diferencias entre algunos de los líderes intermedios del partido, ya sean presidente provincial o portavoces nacionales. Nunca resuelve esos embrollos con un discurso mayor, de hombre de Estado, capaz de convertir esas diferencias en un problema menor o en un síntoma de diversidad, de riqueza ideológica.

Un partido mayoritario como el PP tiene que ahormar en su interior diferentes corrientes de opinión y de estilos que abarquen un electorado amplio, a izquierda y a derecha. Pero para que todo eso puede funcionar, tiene que existir un líder en la cúpula capaz de conseguirlo. En la mejor época del Partido Socialista, en los años 80, Felipe González lo consiguió y convirtió al PSOE en una autopista de cuatro carriles por la que circulaban dirigentes que perfectamente identificables con el centro derecha, unos, y con Izquierda Unida, otros. Y en el centro, la gran mayoría socialdemócrata que los aunaba. Las diferencias que vemos en dirigentes como Díaz Ayuso, Moreno Bonilla, Cayetana Álvarez de Toledo y Borja Sémper tendrían que ser un factor de riqueza del PP si, sobre todos ellos, detectásemos un liderazgo superior, 'auctoritas', que los aunara.

Foto: Feijóo en la manifestación del domingo. (Europa Press/Alberto Ortega) Opinión
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Errores en campañas electorales. La política es un ejercicio de precisión milimétrica que se desenvuelve en un entorno de inestabilidad permanente. Alfa y Omega. Digamos que se trata de compensar con el control interior la tendencia constante de desestabilización que procede del exterior. Cada día para un líder político, consiste en la planificación detallada de una agenda escrita en papel mojado. Sucede a todos los niveles, pero ese vértigo puede ser abrasivo cuando se aspira a presidir un país. En España, la oposición, como queda dicho, calcina a cualquiera. Pero precisamente por esa superficie incandescente por la que caminan, es ahí donde se descubre la valía de un verdadero líder político.

Los mejores presidentes que hemos tenido se han hecho en la oposición. Con la estructura institucional con la que cuenta el Partido Popular, como decíamos antes, y la debilidad extrema del Gobierno, lo que parece insólito es que Pedro Sánchez no pase por mayores apuros que los que él mismo se crea, como sucede con frecuencia. Si el presidente socialista parece tan desahogado, tan despreocupado, es porque hace su trabajo mucho mejor que la oposición. Planifica mejor las estrategias políticas, los discursos y las campañas electorales. Y esto último no es fruto de la opinión, sino de la constatación. En la actualidad, el PSOE y el equipo de asesores de la Moncloa planifica y ejecuta sus planes con más eficacia, recursos y profesionalidad de lo que ocurre en el PP. Mi compañero Ignacio Varela, experto como pocos en campañas electorales, lo dijo hace tiempo: “En el PP existe un preocupante nivel de amateurismo en la planificación y ejecución de sus actos y en la redacción de discursos”.

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Complejo en acuerdos con Vox. Para que nos hagamos una idea de lo que supone el ‘amateurismo’ del PP de Feijóo, fijémonos en lo ocurrido en las últimas elecciones generales. Al iniciarse la campaña electoral, el PP contaba con la predisposición de hasta 800.000 simpatizantes del PSOE para cambiar su voto y apoyar a Feijóo. Poco a poco, se fueron cayendo a medida que el PP aumentaba el espectáculo de sus pactos con Vox. El abanico de despropósitos, si colocamos en un extremo el pacto de Valencia y en el otro el acuerdo de Extremadura, es muy amplio. Finalmente, el trasvase de votos previsto se quedó reducido a poco más de una tercera parte. Frente a ellos, el PSOE obvió completamente todo debate sobre sus acuerdos, los postergó y, al cabo del tiempo, los sacó adelante. Todo el tiempo se dedicó a amplificar los pactos del PP con Vox.

Podría objetarse, con razón, que el PSOE, pase lo que pase, siempre aprovechará las declaraciones homófobas de un concejal de Vox al periódico local de un pueblo perdido de Castilla para exagerarlas de tal forma que parezcan un crimen de lesa humanidad de todo el Partido Popular. Es verdad, y seguirá ocurriendo. Pero, como tal, es inevitable, forma parte de la política, y lo que sí puede evitar el Partido Popular, empezando por su presidente Feijóo, es contribuir constantemente a ese espectáculo porque jamás ha sido capaz de aceptar y normalizar sus acuerdos con la extrema derecha con la aprobación de unos límites públicos, líneas rojas, que deben imponerse en todas las negociaciones. También en eso, el carácter de Feijóo se transmite como un temblor a toda la organización. O sea, lo propio de un liderazgo indeciso.

A un líder político seguro se le conoce, como a los amigos, en las ocasiones inseguras. Y eso es lo que le pasa a Alberto Núñez Feijóo, que mucha gente lo mira, lo observa, esperando de él seguridad y certeza y, en la mayor parte de las ocasiones, lo que percibe son dudas, titubeos, lagunas… La nerviosera, que podría decirse si se acepta el término, que suena a bachata. Con unas expectativas electorales tan favorables como las que tiene el Partido Popular, y con un poder autonómico y municipal tan extenso como el de la derecha española, resulta verdaderamente chocante oír a Núñez Feijóo en algunas entrevistas y comprobar la endeblez de sus argumentos. Ya sabemos que, sobre todo en España, en un país tan politizado como el nuestro, la oposición es un potro de tortura, pero no se le puede atribuir la sorpresa ni el desconocimiento a quien lleva treinta años en política y empezó justamente aquí, en la administración general del Estado, con el primer Gobierno de José María Aznar, en 1996.

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