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Javier Caraballo

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Una Eurocopa de raza negra

Esta Eurocopa es el espejo de un cambio social que se está produciendo en este tiempo que nos ha tocado vivir

Foto: Lamine Yamal y Nico Williams. (EFE)
Lamine Yamal y Nico Williams. (EFE)
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El fútbol como espejo de la realidad social. Espejo de los cambios étnicos, más exactamente, porque nada tiene que ver la afortunada élite de las superestrellas del fútbol con la situación de sus países, ni de los pueblos en los que nacieron, ni de los vecinos con los que se educaron. Sirven de espejo porque representan el cambio racial que hace decenios que se viene produciendo en Europa y que ahora, en esta Eurocopa de fútbol, felizmente transitada por la Selección española, se ha plasmado en multitud de encuentros en los que la mayoría de los futbolistas parecían disputar partidos de la Copa de África, si nos atuviésemos a la mentalidad, elemental y simplona, del concepto de europeo que todavía permanece en nuestra mente.

Europa es esta que vemos en la Eurocopa, hacia esa realidad social creciente nos encaminamos, sin que ello deba ser motivo de alarma, muchos menos de escándalo o de temor. El racismo, entre sus muchos componentes, contiene la ignorancia de sus defensores sobre el paso del tiempo. Contemplan su entorno con la visión minúscula de nuestra propia existencia, una gota de agua en la inmensidad de la historia. Se espantan de los cambios sociales que se producen durante su generación, sin reparar que ellos mismos, todos nosotros, ya somos el resultado de cambios anteriores. La historia de la humanidad es la historia de un mestizaje y en esa evolución de decenas de miles de años, la mera percepción de nuestra insignificancia debería alejarnos de miedos categóricos, apocalípticos. Nos podría sorprender, en todo caso, la velocidad creciente de esos cambios con respecto a décadas anteriores, pero tampoco debería extrañarnos porque esa rapidez es la que trae consigo la globalización, espoleada por una extraordinaria revolución tecnológica, que ha nacido en estos años.

Sin necesidad de remontarnos a los movimientos 'migratorios' de la prehistoria, hace 60.000 años, cuando el homo sapiens salió de África y se expandió por Europa y Asia, provocando así uno de los primeros episodios de mestizaje según los antropólogos; sin necesidad de irnos tan lejos, podemos fijarnos en lo ocurrido en Europa a partir de la Segunda Guerra Mundial para encontrarle toda la lógica de la evolución a los cambios raciales que se producen. Una publicación de la Universidad de Deusto, Diversidad étnica en Europa. Desafíos al Estado Nación, con apoyo de fondos europeos, ofrece datos interesantes al respecto.

Entre 1945 y 1970, el aumento de la inmigración fue uno de los fenómenos sociales más relevantes de los países de la Europa occidental por la demanda creciente de mano de obra no cualificada para satisfacer "una fase frenética de expansión industrial". Además de la inmigración natural, en muchos países el flujo se complementó con ciudadanos de antiguas colonias africanas. En un país como Alemania, el número de trabajadores extranjeros pasó de 95.000 en 1956 a 2.600.000 en 1973. Tengamos en cuenta que en España, en la actualidad, hay más o menos el mismo número de trabajadores extranjeros, exactamente 2.736.169, según el registro de la Seguridad Social de enero pasado. En Francia, en Gran Bretaña, en Bélgica, en Países Bajos, en Austria… En todos esos países, la llegada masiva de inmigrantes fue similar para impulsar el desarrollo tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial.

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Podemos entender, a partir de esa realidad, que ahora, cuando nos colocamos delante de la televisión la mayoría de los futbolistas de una selección como Francia sean de raza negra o que los apellidos de la selección alemana, antes que Müller o Kroos, imperen los Musiala o Antonio Rüdiger, nacido en Berlín, pero de padres naturales de Sierra Leona que, al llegar a Europa, se dieron el antojo de ponerle a su hijo el nombre de Antonio Banderas, al que admiraban. También es muy fácil de entender por qué el porcentaje de futbolistas con esos orígenes es mucho menor, o inexistente, en los países del Este, que pertenecieron a la Unión Soviética, o en la propia Turquía, al tratarse siempre de países de paso de la inmigración, no destino, por el menor desarrollo económico. De igual forma, nos podemos explicar que en España el porcentaje de jugadores de raza negra sea menor, o, en todo caso, más reciente que en esos países de centro Europa.

La explicación está en el franquismo y, también, en el desarrollo económico tardío, con respecto a Europa. Francisco Franco, como le ocurre a todos los dictadores y a los movimientos radicales de extrema derecha, también en la actualidad, como estamos viendo, llevó su concepto de la raza ibérica hasta el ridículo. Aquí contamos una vez que en los primeros años del franquismo se llegó al disparate de investigar y promover la mejora de la 'raza española', convencidos de que, con selecciones genéticas, podría lograrse "una supercasta hispana, étnicamente mejorada, vigorosa moralmente y robusta en su espíritu". Eran los experimentos eugenésicos, que todavía parece que añoran algunos en España y en Europa, y que solo conducen a la barbarie, al horror.

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Hay que ser muy necio, como ha ocurrido estos días con uno de los portavoces de VOX, para despreciar el protagonismo de un chaval como Lamine Yamal en esta selección española, solo por el color de su piel y por sus orígenes. O el de Nico Williams, la otra revelación negra del equipo español. "No queremos acabar como Francia", han dicho en el partido de Abascal estos días, en su cruzada contra los menores inmigrantes. Igual cuando lo dicen, tienen en la cabeza a la selección francesa, en la que tampoco les gusta que haya tantos negros.

Además de la miserable injusticia que supone, la mirada deshumanizada que proyectan, tendrían que explicarnos cómo se hace para reclamar inmigración cuando un país lo necesita, y evitar que el resultado sea el mestizaje que conlleva. Sobre todo, en países como los nuestros, que luchan contra la pérdida de población y el envejecimiento, por la caída en picado de la natalidad. En fin, todo esto merece un análisis más detallado para desmontar, una a una, las mentiras racistas que difunden.

De momento, quedémonos en la contemplación de esta Eurocopa como el espejo del cambio social que se está produciendo en este tiempo que nos ha tocado vivir. Y repetirnos una vez más que la historia de la humanidad es la historia del mestizaje.

El fútbol como espejo de la realidad social. Espejo de los cambios étnicos, más exactamente, porque nada tiene que ver la afortunada élite de las superestrellas del fútbol con la situación de sus países, ni de los pueblos en los que nacieron, ni de los vecinos con los que se educaron. Sirven de espejo porque representan el cambio racial que hace decenios que se viene produciendo en Europa y que ahora, en esta Eurocopa de fútbol, felizmente transitada por la Selección española, se ha plasmado en multitud de encuentros en los que la mayoría de los futbolistas parecían disputar partidos de la Copa de África, si nos atuviésemos a la mentalidad, elemental y simplona, del concepto de europeo que todavía permanece en nuestra mente.

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