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Salvador Illa y el riesgo del 'procés 2.0'
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Javier Caraballo

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Salvador Illa y el riesgo del 'procés 2.0'

Cada día que pase será Illa y la propia Generalitat socialista quienes determinen si estamos "el entierro del 'procés' independentista", como vocean los replicantes del Gobierno, o si, por el contrario, lo que se ha iniciado es el 'procés 2.0'

Foto: Los 16 'consellers' del nuevo Govern prometen su cargo en un acto encabezado por el presidente de la Generalitat, Salvador Illa. (EFE/Andreu Dalmau)
Los 16 'consellers' del nuevo Govern prometen su cargo en un acto encabezado por el presidente de la Generalitat, Salvador Illa. (EFE/Andreu Dalmau)
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La investidura de Salvador Illa, un socialista, como presidente de la Generalitat de Cataluña es una buena noticia. La mera simpleza de que su nombramiento genere dudas ya es un motivo de satisfacción porque venimos de una década en la que no existía ni eso, ni dudas de la deriva independentista. Cuando en una democracia se toca fondo, como ha ocurrido en Cataluña tras el intento de golpe de Estado del otoño de 2017, se celebra cualquier cambio político que modifique el estatus que ha generado el problema. Si no se está cegado por otros intereses políticos, la valoración de un hecho así no se puede constreñir por el prejuicio de lo que uno piense, por muchos que sean los temores.

La polarización, de la que tanto nos quejamos, comienza en esa primera valoración, en la respuesta a esa primera pregunta: ¿es bueno que, por primera vez en doce años, en Cataluña no haya un gobierno independentista? La respuesta es ‘sí’ y, a partir de ahí, comienza la valoración de los hechos, no de los prejuicios. Como decían, desde la clandestinidad, algunos de los grandes políticos de la Transición, aquí no existen las adhesiones incondicionales, porque están siempre condicionadas al modelo político que se quiera implantar. Tampoco existen los apoyos inquebrantables a las personas, a los líderes políticos, porque dependerá siempre de las políticas que desarrollen, no de su mera presencia al frente de una institución. Por lo tanto, recapitulemos, para que no queden dudas. La primera reacción tiene que ser la de saludar el cambio que se ha producido en el Gobierno catalán, tras la locura colectiva que se ha vivido en estos últimos años. Pero a continuación, cada día que pase será Salvador Illa y la propia Generalitat socialista quienes determinen si estamos “el entierro del 'procés' independentista”, como vocean los replicantes del Gobierno, o si, por el contrario, lo que se ha iniciado es el 'procés 2.0'.

El autor de esa denominación, la del ‘procés 2.0’ es, por cierto, el todavía secretario general del PSOE de Aragón Javier Lambán, un socialista conocedor de la personalidad de Pedro Sánchez y de las veleidades nacionalistas de sus compañeros del Partido Socialista de Cataluña (PSC). No se trata de algo reciente, ni mucho menos, porque los recelos de los dirigentes de las distintas federaciones socialistas se remontan hasta casi el momento de la creación del PSC, en 1978, cuando se promueve, con Felipe González de secretario general, la fusión de todas las corrientes socialistas catalanas, enfrentadas entre sí históricamente, desde la II República.

En vez de constituir una federación propia del PSOE, como en otras regiones, salió adelante la unión del PSOE con el PSC, constituido como “un partido soberano y autónomo, con un protocolo de unidad con el PSOE, pero con personalidad jurídica propia, unas finanzas independientes y total autonomía de acción en el marco de la política catalana”. Desde entonces, y hasta nuestros días, no faltan en el PSOE quienes reclamen la ruptura de ese acuerdo, al considerar que el PSC ha degenerado en otro partido nacionalista más, que poco tiene que ver con el resto de las agrupaciones y con la propia ideología e idiosincrasia del socialismo español.

Foto: Alícia Romero, nueva consellera de Economía. (EFE/Toni Albir)

Desde esa perspectiva, nada de lo que haga Salvador Illa puede desligarse de lo que ya ha ocurrido en el PSC en las dos etapas precedentes de gobierno, la de Pasqual Maragall (2003-2006) y la de José Montilla (2006-2010). Cada vez que el Partido Socialista de Cataluña ha llegado a la presidencia de la Generalitat, siempre con apoyo de Esquerra Republicana, las tensiones con el resto del Estado han acabado agravándose, en vez de suceder lo contrario. Es decir, en vez de utilizar el PSOE su fuerza para moderar, centrar y reconducir el catalanismo, lo que ha ocurrido es que se ha mimetizado con el nacionalismo.

No en todas las regiones ha ocurrido lo mismo, sino al contrario. Vamos a fijarnos, por ejemplo, en la situación diametralmente opuesta: el PSOE de Andalucía. Ya se ha contado otras veces que el PSOE de la Transición, que no era autonomista, cambió de estrategia y, en el caso de Andalucía, se hizo con la bandera y los símbolos andalucistas. Pero en vez de profundizar en el nacionalismo, lo que hizo fue atemperarlo y suavizarlo: En cuanto Rafael Escuredo comenzó a exigir mayores competencias, fue sacrificado políticamente y ahí comenzaron cuatro décadas de hegemonía. En Cataluña ha sucedido todo lo contrario, hasta el punto de que han sido los pactos catalanes los que han acabado influenciando la política de toda España. El ‘pacto del Tinell’, firmado por Maragall, impuso los cordones sanitarios contra el Partido Popular que todavía se conservan, ampliados y fomentados por Pedro Sánchez, y la exigencia de considerar a Cataluña como una nación, con Zapatero de presidente del Gobierno y Montilla en la Generalitat, acabó desbocando a los independentistas. Zapatero hundió al PSOE en toda España y Montilla dejó al PSC con los peores resultados de su historia.

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En las actuales circunstancias, si proyectamos hacia el futuro inmediato la misma lógica política empleada por los socialistas catalanes cada vez que han llegado al Gobierno, lo que obtendremos como resultado es, efectivamente, eso que Javier Lambán ha denominado como ‘procés 2.0’. Es decir, se olvidan las reclamaciones de referéndums y las declaraciones de independencia, pero se asumen las formas y el contenido de buena parte del independentismo, como los discursos íntegramente en catalán, la ausencia de la bandera de España en los actos oficiales y la reclamación de soberanía fiscal.

Nada de eso tiene que ver, obviamente, con la tradición ni la ideología del PSOE, pero el secretario general, Pedro Sánchez, lo asume plenamente al considerar que el voto en Cataluña es su propio seguro electoral ante unas nuevas elecciones generales. De modo que, de nuevo, volvemos al planteamiento inicial: ¿es una buena noticia que en Cataluña haya un presidente socialista? La única respuesta es ‘sí’, porque los doce años precedentes de mayorías independentistas han sido los peores de la democracia española, si exceptuamos, lógicamente, el brutal terrorismo de ETA. La pena es que, como ha sucedido en las dos etapas anteriores, el PSC no vaya a aprovechar la circunstancia de tener por tercera vez la presidencia de la Generalitat para unir a Cataluña con el resto de España, sino para marcar aún más las diferencias y la distancia política y social.

La investidura de Salvador Illa, un socialista, como presidente de la Generalitat de Cataluña es una buena noticia. La mera simpleza de que su nombramiento genere dudas ya es un motivo de satisfacción porque venimos de una década en la que no existía ni eso, ni dudas de la deriva independentista. Cuando en una democracia se toca fondo, como ha ocurrido en Cataluña tras el intento de golpe de Estado del otoño de 2017, se celebra cualquier cambio político que modifique el estatus que ha generado el problema. Si no se está cegado por otros intereses políticos, la valoración de un hecho así no se puede constreñir por el prejuicio de lo que uno piense, por muchos que sean los temores.

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