Matacán
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Zapatero, Delcy y Sánchez, un triángulo bermudo
La apariencia es de una jugada a tres bandas en la que Zapatero acredita su mediación, el presidente Sánchez ostenta la solidaridad de su gobierno y Delcy Rodríguez simula la 'legalidad' del régimen de Maduro
Inquietante. Opaco. Misterioso. Se trata de lo que desconocemos, porque sobre lo evidente no hay ninguna duda: el Gobierno de España ha cumplido con su obligación democrática al acoger en asilo al líder opositor venezolano, Edmundo González, ante el riesgo real, un miedo real, de que algo pudiera pasarle a este hombre de 75 años, acorralado por la presión asesina del régimen de Nicolás Maduro. Eso, como debemos subrayar, no se cuestiona: el Gobierno español ha hecho lo que debía y, como tal, debemos felicitarnos. Ahora, después de que Edmundo González haya llegado a Madrid, lo que hay que exigirle al Gobierno, y en especial al ministro de Exteriores, José Manuel Albares, es que las protestas no se queden en lo ya manifestado, la condena de la autoproclamación de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, sino que debe intentar evitarse que el atropello se consolide el 10 de enero de 2025, como está previsto. Ese día, como ocurrió en 2019, se celebrará el acto de investidura para que, igual que entonces, el impostor, el sátrapa, comience formalmente otro mandato, con los líderes opositores fuera del país y miles de seguidores encarcelados.
La infamia no tiene un repertorio variado, siempre consiste en la sucesión de los mismos abusos, las mismas provocaciones y amenazas. Son los mismos pasos y, como ya son conocidos, el asilo político de Edmundo González no puede suponer, otra vez, la desolación de cientos de miles de venezolanos que se ven abandonados a su suerte. Ahí es donde comienza el misterio de un expresidente español entre los guionistas y autores intelectuales de la farsa venezolana, de esa escalada de represión brutal.
Veamos. Repasemos brevemente el currículum de José Luis Rodríguez Zapatero como expresidente. Su salida de la presidencia del Gobierno de España se produce, como quizá recuerda todo el mundo, a finales de 2011, después de una gestión desastrosa de la crisis financiera que dejó a España al borde de la quiebra. Lo primero que llama la atención es que el periodo de adaptación, después de ese final traumático, fue muy rápido porque en 2015 ya figuraba como mediador del régimen venezolano. Quien mejor lo recuerda es el líder opositor de Venezuela de esa época, Leopoldo López, detenido y encarcelado en 2014. Estuvo cuatro años en la cárcel, se refugió en la embajada de España en Caracas, tras el golpe fallido contra Nicolás Maduro, y, con la ayuda de las autoridades españolas, logró salir del país e instalarse en España. “Yo creo que para ser mediador en un proceso tan complejo como el que vivimos los venezolanos, se requiere a alguien que, por convicción, y también por desempeño, sea imparcial, y Zapatero nunca lo fue. Zapatero siempre fue el aliado de Maduro. La realidad de Venezuela requiere, si se va a tener a mediadores, de personas que realmente puedan entender que la dinámica es la de un opresor y un pueblo oprimido, no es una dinámica de dos grupos equidistantes. La equivalencia moral entre las partes hace mucho daño”. Es, precisamente, Leopoldo López el autor de esta literalidad sobre el expresidente Zapatero como asesor de Maduro y, con seguridad, lo dice por su propia experiencia.
Tras Leopoldo López, le ocurrió lo mismo a Juan Guaidó y luego a Antonio Lezama, alcalde de Caracas, que también está viviendo en España. Es decir, con la llegada de Edmundo González ya son cinco los líderes opositores que han abandonado el país ‘gracias’ a la mediación del expresidente español; cinco líderes, si incluimos en la lista a María Corina Machado, que no sabemos por cuánto tiempo más podrá seguir resistiendo el acoso de los cachorros militarizados del chavismo, tanto a ella como a todo su entorno familiar y político. Cinco líderes de la oposición anulados en cinco años; eliminados de las calles, del contacto directo con los venezolanos, con lo que también podemos imaginarnos, como se decía antes, el impacto que todo ello supone en la moral de los ciudadanos…
Un mediador, como decía Leopoldo López, debe tener “convicción y desempeño” y la pregunta que podemos hacernos es en qué consiste el desempeño de José Luis Rodríguez Zapatero. Ya se decía antes que se le considera mediador, por los trabajos que haya realizado al respecto, desde 2014 o 2015. Como podemos imaginar que el expresidente Zapatero, como ocurre con otros exmandatarios de todo el mundo, no se dedica a estas labores de forma altruista, sino que empieza a formar parte de su vida profesional, el montante recibido en diez años puede ser notable. Incluso incalculable si, en realidad, no se trata de un mero ‘mediador’, contratado para un episodio concreto, sino que su labor se extiende más allá. Un lobby, como dijo Felipe González, y ya sabemos por Pepe Blanco, antiguo ‘brazo derecho’ de Zetapé, que esos negocios pueden llegar a ser muy rentables.
¿Cuánto puede costar, por ejemplo, el silencio de todos estos días, casi un mes y medio, desde que se celebraron las elecciones de Venezuela, que ganó la oposición y birló Nicolás Maduro? Desde el 28 de julio han desaparecido las actas electorales de las elecciones venezolanas y el expresidente Zapatero. Los dos al mismo tiempo. Solo hemos podido intuir su mano oculta, guiando los acontecimientos, en dos declaraciones políticas. La primera de Pedro Sánchez y la segunda de la Delcy Rodríguez. El presidente español, gran aficionado a las exhibiciones de poder, de su poder, ha hecho como otras veces cuando ha adelantado sentencias judiciales o decisiones de Gobierno en actos del Partido Socialista. En el comité federal del sábado pasado, incluyó la decisión de acoger a Edmundo González. “España no lo va a abandonar”. Poco después supimos a lo que se refería, su asilo político, porque lo ratificó la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez: “En apego a la legalidad internacional, Venezuela ha concedido los debidos salvoconductos en aras de la tranquilidad y paz política del país. Esta conducta reafirma el respeto por el Derecho que ha primado en la actuación de la República Bolivariana de Venezuela en la comunidad internacional”, decía cínicamente quien, días antes, aplaudía la orden de detención de Edmundo González dictada por la Fiscalía del régimen.
La apariencia, por tanto, es de una jugada a tres bandas en la que Zapatero acredita su mediación, el presidente Sánchez ostenta la solidaridad de su gobierno y Delcy Rodríguez simula la ‘legalidad’ del régimen de Maduro. Pero eso es solo lo que podemos intuir, o sospechar, como en aquel episodio tan oscuro de la llegada de la venezolana al aeropuerto de Madrid, poco antes de la pandemia, en el que también se intuye la presencia de los mismos tres personajes. Hay episodios de la guerra fría, de intercambios de espías en un puente envuelto por la niebla, que tienen menos recovecos de oscuridad que las aventuras que se encierran en ese triángulo de poder y de sombras, compuesto por el presidente de España, Pedro Sánchez, la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, y el lobista José Luis Rodríguez Zapatero. Un ‘triángulo bermudo’, podría decirse, en recuerdo de uno de los lugares más misteriosos de la tierra, cerca de Venezuela, en el que han desaparecido cientos de barcos y de aviones.
Inquietante. Opaco. Misterioso. Se trata de lo que desconocemos, porque sobre lo evidente no hay ninguna duda: el Gobierno de España ha cumplido con su obligación democrática al acoger en asilo al líder opositor venezolano, Edmundo González, ante el riesgo real, un miedo real, de que algo pudiera pasarle a este hombre de 75 años, acorralado por la presión asesina del régimen de Nicolás Maduro. Eso, como debemos subrayar, no se cuestiona: el Gobierno español ha hecho lo que debía y, como tal, debemos felicitarnos. Ahora, después de que Edmundo González haya llegado a Madrid, lo que hay que exigirle al Gobierno, y en especial al ministro de Exteriores, José Manuel Albares, es que las protestas no se queden en lo ya manifestado, la condena de la autoproclamación de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, sino que debe intentar evitarse que el atropello se consolide el 10 de enero de 2025, como está previsto. Ese día, como ocurrió en 2019, se celebrará el acto de investidura para que, igual que entonces, el impostor, el sátrapa, comience formalmente otro mandato, con los líderes opositores fuera del país y miles de seguidores encarcelados.
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