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Díaz Ayuso, un látigo suelto
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Javier Caraballo

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Díaz Ayuso, un látigo suelto

La presidenta madrileña representa un látigo suelto; la fusta con la que espolea a los suyos y, al mismo tiempo, los castiga, porque no parece importarle si deja a sus colegas en buen o en mal lugar

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/J.P. Gandul)
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/J.P. Gandul)
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Lo del verso suelto no va con la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, porque para eso se requiere modales versallescos, que son dagas afiladas y ocultas en el fajín o en el pelo. En la historia eterna de las rivalidades en los partidos políticos, que es una historia universal, no solo de la derecha española, los compañeros de partido son los más temibles, por delante de los adversarios y de los enemigos, según la escala churchilliana. Pues bien, dentro de ese común denominador, la presidenta madrileña representa un látigo suelto; la fusta con la que espolea a los suyos y, al mismo tiempo, los castiga, porque no parece importarle si deja a sus colegas en buen o en mal lugar. Ella va a lo suyo y su partido lo único que puede hacer es, con la misma cara de entusiasmo, aplaudir los aciertos y disimular las putadas.

Lo último que ha hecho Díaz Ayuso ha sido tomar el protagonismo del nuevo curso político, con dos anuncios relevantes: su requerimiento a todos los presidentes autonómicos del Partido Popular para que no acudan a las reuniones con Pedro Sánchez para abordar la financiación autonómica y la presentación del primer recurso de inconstitucionalidad contra la ley de amnistía. Ahora analizamos ambas, pero ¿en qué puede tener razón Isabel Díaz Ayuso al actuar de esta forma? Pues, claramente, en la necesidad de que el PP espabile y se marque objetivos políticos más ambiciosos que los actuales, que se limitan a seguir la agenda política que marca y determina el líder socialista, Pedro Sánchez. Como no hace falta explicar las consecuencias políticas de ese seguidismo, de esa falta de iniciativa para sorprender al Gobierno, no abundaremos más. Solo un detalle que puede ser ilustrativo. Pensemos un momento en el verano que se ha vivido, con un caos ferroviario descomunal, una crisis de inmigración histórica, la enésima cesión al independentismo y, como guinda del pastel, un tipo como Puigdemont que llega y se fuga, con una burla consentida y, quizá hasta pactada, con el Gobierno de Sánchez. Pensemos en todo eso, que ha ocurrido, y ahora reparen en el actual debate político. ¿De qué se está hablando? ¿De financiación autonómica? ¿De rivalidad entre comunidades? Pues eso.

En esas, presumimos que Díaz Ayuso lo que hace es zamarrear a su partido, aunque como en todo movimiento compulsivo, acaba cometiendo algunos errores gruesos. Y ella es compulsiva, lo sabemos. Por ejemplo, eso de negarse a toda reunión con el presidente del Gobierno para hablar de financiación. No es que la obligación institucional de todo cargo público, sobre todo de un partido de gobierno como el PP, sea la de acudir a esos encuentros, sin romper la baraja, sin comportarse como un partido antisistema, es lo que más irónico de todo es que quien propone el boicot al presidente del Gobierno es aquella mujer que protagonizó un insólito espectáculo de banderas en plena pandemia.

Todo el mundo recordará la foto de la sede de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, con Pedro Sánchez a un lado y, a unos metros, enfrente, Isabel Díaz Ayuso, con mascarillas de pandemia, saludándose con la cabeza inclinada japonesa, y en el fondo 24 banderas, doce de España y doce rojas de la Comunidad de Madrid. De ese recibimiento, a la nada; el boicot. Pues ese es el contraste del que se habla. Y de ahí, el error político de ahora, porque se acaba demostrando que debajo del discurso solo podemos encontrar conveniencias, no convicciones.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/Javier Lizón) Opinión
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Sin embargo, ese desplante desairado lo que consigue, en sentido inverso, es agitar el partido, hacerlo espabilar. Quiere decirse que lo que no encuentra el PP es la fórmula política para llevar a cabo algo tan elemental como hacerle llegar a Pedro Sánchez que, por supuesto, deben negociar la financiación, pero que, antes que nada, lo que debe hacer es aclarar cómo piensa sacar adelante lo que ha acordado con Esquerra. Que se deje ya de burdos circunloquios para seguir enredando y enredando para alejarse del verdadero debate. O lo que es lo mismo, acumulando y acumulando trienios como presidente del Gobierno como quien surfea sobre las olas de un mar bravío. Es obvio que esa estrategia general contra el acuerdo firmado por el Partido Socialista y los independentistas de Esquerra quien tendría que haberla adoptado es el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, pero como no lo hace, o se queda en las ramas de todo, la presidenta de Madrid acaba desatándose.

Es lo mismo que ocurre con el anuncio de la presentación de los recursos de inconstitucionalidad contra la ley de amnistía, aunque en este caso es más difícil acusar a Isabel Díaz Ayuso de haber dejado en mal lugar a sus colegas, los otros presidentes autonómicos del Partido Popular. Díaz Ayuso lo anunció el pasado lunes y todos los titulares de prensa destacaron después que la presidenta madrileña se anticipaba a todos sus compañeros. Y de la forma que suele hacerlo Díaz Ayuso, con espectáculo pirotécnico de palabras: “Ya avanzamos que en el PP y en la Comunidad de Madrid no nos íbamos a quedar de brazos cruzados ante el mayor acto de corrupción política de la historia de nuestra democracia”, dijo. La realidad es que el plazo para la presentación de esos recursos expiraba dos días después, este miércoles 11 de septiembre, un plazo de tres meses estipulado desde la publicación de la ley en el BOE, aunque llame mucho la atención que haya coincidido el mismo con la Diada de Cataluña, que es la primera de las falacias históricas del independentismo.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (Elena Fernández / Europa Press)

Pero lo dicho, en ese caso, no se le puede reprochar nada a la presidenta de Madrid porque fue el propio Alberto Núñez Feijoo, en su primera entrevista del nuevo curso político, una semana antes, quien anunció que estos recursos se producirían. Otra cosa es si este espectáculo de cascada de recursos haya sido lo más aconsejable para el PP, como principal partido de la oposición, en un asunto como la amnistía. Pensemos en una estrategia más ambiciosa. Por ejemplo, si el Partido Popular hubiera aprovechado el amplio rechazo a la ley de amnistía para rodearse de aliados, una plataforma amplia en la que estuvieran presentes todos aquellos que han mostrado su rechazo y su indignación por lo sucedido, desde antiguos dirigentes del PSOE hasta destacados exmagistrados del Tribunal Constitucional, pasando por personalidades y ciudadanos anónimos de toda España.

Se trataba de convertir el mayor atropello constitucional que se ha vivido en la democracia en un fenómeno político nacional, imposible de ignorar por el Gobierno. Si contemplamos lo ocurrido desde esa altura, esta cascada de recursos individualizada, veremos claramente la oportunidad perdida por el Partido Popular. Ni siquiera el ‘látigo Ayuso’ hubiera hecho otra cosa distinta que sumarse a la oposición de su partido.

Lo del verso suelto no va con la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, porque para eso se requiere modales versallescos, que son dagas afiladas y ocultas en el fajín o en el pelo. En la historia eterna de las rivalidades en los partidos políticos, que es una historia universal, no solo de la derecha española, los compañeros de partido son los más temibles, por delante de los adversarios y de los enemigos, según la escala churchilliana. Pues bien, dentro de ese común denominador, la presidenta madrileña representa un látigo suelto; la fusta con la que espolea a los suyos y, al mismo tiempo, los castiga, porque no parece importarle si deja a sus colegas en buen o en mal lugar. Ella va a lo suyo y su partido lo único que puede hacer es, con la misma cara de entusiasmo, aplaudir los aciertos y disimular las putadas.

Isabel Díaz Ayuso
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