Es noticia
Julián Muñoz, elegía de la corrupción
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Julián Muñoz, elegía de la corrupción

Esta semana ha muerto Julián Muñoz, y su cadáver se lleva a la tumba un saco de millones ocultos y la historia de una época peculiar en la que se mezclaba la corrupción política con las noticias del corazón

Foto: Julián Muñoz en una imagen de archivo. (Gtres)
Julián Muñoz en una imagen de archivo. (Gtres)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Si existe una corrupción de despacho y guante blanco, también hay otra de boatiné y de mandil, y todas confluyeron en Marbella. Esta semana ha muerto Julián Muñoz, y su cadáver se lleva a la tumba un saco de millones ocultos y la historia de una época peculiar en la que se mezclaba la corrupción política con las noticias del corazón; el amor en bolsas de quinientos; el romance de una tonadillera con un cheque en blanco para los cuernos; maletines que viajan en Ferrari, que galopan a lomos de caballos de pura raza. Lo más vulgar y lo más lujoso se aparearon en Marbella y parieron una corrupción de salsa rosa. Jesús Gil llegó a la ciudad con una guayabera y dejó en herencia una corte de mangantes que visitaba los platós de televisión para hablar de las fiestas de sus mansiones y de sus amantes de silicona, como una jauja de caviar y ríos de champán francés. Ha muerto Julián Muñoz y, con él, una época de corrupción total que va desde finales del siglo pasado hasta la primera década de este siglo, dos décadas que, ocasionalmente, vuelve a nosotros como el reflujo de un banquete obsceno.

La mayor ventaja de esa distancia con el pasado es que nos permite ver cada vez con más claridad el proceso de degeneración de una sociedad democrática. Un proceso de corrupción política, empresarial, judicial, social, y también de medios de comunicación, claro, que difícilmente podrá reproducirse por la peculiaridad de ese tiempo y de esas gentes. "¡Quieren llevarse la manteca!", exclamó una vez Marisol Yagüe, la peculiar concejal que sustituyó a Julián Muñoz en los estertores de aquella bacanal, cuando el Gobierno socialista andaluz de entonces, igualmente embarrado de corrupción, amenazaba con retirarle las competencias urbanísticas.

La complicidad y la hipocresía duró hasta que todo saltó por los aires y el Ayuntamiento de Marbella se convirtió en el único que ha sido disuelto por decreto. Pero mucho antes de ese final abrupto, se despliegan esos 20 años en los que la corrupción política se transformó en corrupción empresarial y populista. Si la intervención del Estado en Marbella, con la disolución del Ayuntamiento, se produjo en 2006, fue justo 20 años antes, en 1986, cuando se tiene constancia documental del primer episodio de corrupción en Marbella. En ese año, Jesús Gil y Gil era uno más de los constructores llegados a la Costa del Sol en busca de fortuna, como aquellos buscadores de oro de las películas del Oeste.

No hacía ni una década que España había aprobado su Constitución, tras la muerte del dictador, y en Andalucía las elecciones municipales de 1979 fueron el preludio de la sólida hegemonía socialista que se alargaría durante cuarenta años más. Jesús Gil quería edificar y todo eran prohibiciones y cancelaciones hasta que le mostraron el salvoconducto que necesitaba para edificar sin problemas en Marbella, cheques al portador por valor de cientos de millones de pesetas de la época. Años más tarde, cuando ya todo había prescrito judicialmente, Jesús Gil mostró copias de los cheques que había abonado a los intermediarios del Partido Socialista, que gobernaba en el ayuntamiento y en la Junta de Andalucía.

Foto: Jesús Gil (Más allá de las risas).
TE PUEDE INTERESAR
Miedo y asco en Marbella: "Gil les robaba ante sus narices y le reían las gracias"
Carlos Prieto Alfredo Pascual Datos y gráficos: María Zuil

Lo inesperado de todo aquello es que Jesús Gil, que ya debía conocer desde el franquismo los suburbios alfombrados de la corrupción, tomó una decisión de jugador de póker: todo o nada. Decidió quedarse con el negocio de la corrupción, mucho más rentable que el de las urbanizaciones. De pagar comisiones, pasó a cobrarlas. No ocultaba su ideología: "me da igual que las zonas urbanas sean verdes, azules o amarillas", llegó a decir en una de las entrevistas que hice a los personajes de la época. Era así, no respetó ninguna de las limitaciones ni compensaciones de los planes de ordenación urbanística. Además, recibía el apoyo mayoritario de los vecinos de Marbella, acaso guiados por el pragmatismo frío de que solo tenían que elegir entre modelos de corrupción política, y que la de Jesús Gil les resultaba más rentable, más beneficiosa, porque transformaba la ciudad y les generaba riqueza. Así que aplaudían al alcalde corrupto e insultaban, y amenazaban, al juez que quería procesarlo.

Hasta que llegó su fin y le sustituyó Julián Muñoz, el camarero popular que el GIL había reclutado por su don de gentes, por su populismo, aunque a él no le gustaba demasiado que le recordaran que llegó a alcalde desde la barra de un bar. "La gente se equivoca conmigo. Yo trabajé de camarero, pero soy universitario. Y, además, soy una persona que vive de su sueldo, un buen sueldo, pero no soy gastoso. ¿O es que alguien me ha visto alguna vez en grandes dispendios, en grandes restaurantes o fiestas? El último traje que me compré fue hace un año. He tenido una inspección de Hacienda, y he salido limpio, y la UDYCO también me ha investigado hasta los dientes".

Lo más vulgar y lo más lujoso se aparearon en Marbella y parieron una corrupción de salsa rosa

Cuando Julián Muñoz decía esas cosas, con esa pose de irritación y negación de todo buen corrupto, era cuando escondía el dinero de las comisiones en bolsas de basura, repartidas por varios muebles de su casa. Lo supimos unos años más tarde cuando su mujer, Mayte Zaldívar, soliviantada por la infidelidad de su marido con Isabel Pantoja, le contó al juez que Julián Muñoz manejaba tanto dinero que advirtieron a la mujer de la limpieza para que tuviera cuidado cuando pasaba la fregona porque debajo de la cama tenían bolsas de basura con billetes. No fuera a ocurrir que a la limpiadora se le ocurriese tirarlas al contenedor.

Isabel Pantoja y Julián Muñoz formaron la pareja más representativa de aquella corrupción de salsa rosa de Marbella que todavía llena las revistas del corazón y los platós de televisión. La corrupción total, como se decía antes, y que, aunque difícilmente podrá ser igualada, por tantas peculiaridades, rarezas y extravagancias, repite como casi todos los escándalos anteriores y posteriores una misma frustración: la reparación imposible del dinero del desfalco y la localización del capital oculto. A Julián Muñoz le embargaron una vivienda y cinco fincas en Marbella, tres inmuebles Arenas de San Pedro (Ávila), cuatro vehículos de lujo y una embarcación de recreo.

Pero nada se sabe de la fortuna de 46 millones de euros que tendría que haber devuelto al Ayuntamiento de Marbella. En un laberinto de sociedades y paraísos fiscales se pierde el rastro, como tantas veces, y solo queda el nombre de una cuenta en Suiza, abierta varios años antes de que lo detuvieran: "Dama de noche". No se me ocurre mejor nombre de cuenta bancaria para el ladrón que, mientras roba, piensa en sus últimos días, al salir de la cárcel, gastándose el dinero que nunca se encontrará.

Si existe una corrupción de despacho y guante blanco, también hay otra de boatiné y de mandil, y todas confluyeron en Marbella. Esta semana ha muerto Julián Muñoz, y su cadáver se lleva a la tumba un saco de millones ocultos y la historia de una época peculiar en la que se mezclaba la corrupción política con las noticias del corazón; el amor en bolsas de quinientos; el romance de una tonadillera con un cheque en blanco para los cuernos; maletines que viajan en Ferrari, que galopan a lomos de caballos de pura raza. Lo más vulgar y lo más lujoso se aparearon en Marbella y parieron una corrupción de salsa rosa. Jesús Gil llegó a la ciudad con una guayabera y dejó en herencia una corte de mangantes que visitaba los platós de televisión para hablar de las fiestas de sus mansiones y de sus amantes de silicona, como una jauja de caviar y ríos de champán francés. Ha muerto Julián Muñoz y, con él, una época de corrupción total que va desde finales del siglo pasado hasta la primera década de este siglo, dos décadas que, ocasionalmente, vuelve a nosotros como el reflujo de un banquete obsceno.

Julián Muñoz Jesús Gil Caso Malaya
El redactor recomienda