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La urgente necesidad de callarse
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Javier Caraballo

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La urgente necesidad de callarse

Los avances científicos logran establecer dónde y cuándo se va a producir ese tipo de tormentas, pero lo que no precisan es el punto exacto en el que se va a producir la descarga, ni la cantidad

Foto: Voluntarios participan en las labores de reconstrucción en Valencia. (Reuters)
Voluntarios participan en las labores de reconstrucción en Valencia. (Reuters)
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España, detente, piensa un momento. Para que Valencia vuelva a la normalidad, necesitamos que España entera no vuelva a su normalidad. Para que se empiece a superar la catástrofe inmensa del tsunami de agua y de barro, este país no puede mantenerse aislado, ensimismado en sus polémicas, sitiado por sus trifulcas; España no puede regresar como si nada a esa normalidad.

Espabila, España, espabila, y cállate por un momento para poder escuchar lo único importante, la urgencia de que cientos de miles de personas en la Comunidad Valenciana puedan volver a la normalidad de vecinos de uno de los países más ricos del mundo, miembro de un club selecto de naciones desarrolladas, que ha comprobado que cuando sobreviene una catástrofe natural no existen avances tecnológicos que nos prevengan. Y, en todo caso, aunque podamos mantener ese debate, y hacernos preguntas sobre lo que se pudo hacer y no se hizo, lo que no podremos perdonarnos nunca como país es el no haber sabido reaccionar a tiempo cuando todo había pasado. Este es el momento de hacerlo, de asumir lo que ha ocurrido en Valencia como una tragedia de país, una tragedia española, y todos los recursos y todas las palabras no pueden tener más que una sola dirección, recuperar la normalidad perdida. Luego, con más rigor, con más seriedad, analizar a fondo lo ocurrido, lo que se puedo hacer y no se hizo y si han existido negligencias.

Van a pasar todavía varios días en los que seguirán apareciendo cadáveres, con lo que estamos a tiempo de corregir la única equivocación, el único error constatable que se ha cometido en estos días: la absoluta falta de conocimiento sobre la dimensión real de la catástrofe de Valencia. Quizá el ejemplo más contundente lo tenemos en la misma mañana del miércoles pasado. Ya habían transcurrido muchas horas, una noche entera, desde el desastre y los medios de comunicación informaban de que "la DANA ha causado al menos diez muertos".

Esa era la información de la que se disponía y, hasta bien entrada la mañana de ese mismo miércoles, no se comenzó a hablar de “múltiples muertos”. Primero, y seguidamente, de más de cincuenta víctimas mortales y numerosos desaparecidos. ¿Cuándo, realmente, se ha tenido conocimiento oficial del alcance pavoroso de la tragedia? Cuando nos hacemos esta pregunta, toda respuesta sobrecoge porque con la riada sobrevino un apagón generalizado en la zona, de comunicaciones físicas y telemáticas, ni carreteras ni móviles. En esta sociedad en la que vivimos una situación así es equivalente a desaparecer literalmente. En este mundo virtual, la imagen de lo que estaba ocurriendo desapareció de nuestras pantallas.

Si se repasan las noticias de aquel martes, se estuvo alertando de la DANA y la probabilidad de lluvias torrenciales

Sedaví, Massana, Catarroja, Alfafar, Benetússer, Paiporta, Picanya, Aldaia Torrent… Si se examina un mapa de esa zona, podemos entender mejor algunos de los grandes enigmas de esta catástrofe y, de la misma forma, de las principales dudas. Fundamentalmente una: ¿por qué no se avisó antes a los vecinos de lo que iba a ocurrir? También en esta cuestión todas las respuestas son sobrecogedoras porque, quizá, la explicación más simple puede ser la acertada: simplemente, una tragedia así no se puede prever.

Por la razón elemental de que no se puede anunciar la llegada de un fenómeno desconocido. Es como una contradicción en sí misma, en la que seguimos cayendo constantemente cuando analizamos los mensajes de alerta, las horas en las que se emitieron, cuando una lengua salvaje de agua ya estaba arrasando ciudades y campos. En el mapa de esa zona observaremos que todos esos pueblos, que son los principales damnificados, se encuentran en una especie de embudo que comienza en la sierra de Chiva y desemboca en el Mediterráneo y la Albufera; un barranco junto a la rambla del Poyo, definida como "un curso de agua estacional situado en la provincia de Valencia. Su cuenca se encuentra entre la de los ríos Turia y Júcar, y la del Barranco de Picasent".

Si se repasan ahora las noticias de aquel martes fatídico, observaremos que durante toda la jornada, al igual que en otras zonas de España, se estuvo alertando de la DANA y la probabilidad de lluvias torrenciales. Los avances científicos logran establecer dónde y cuándo se va a producir ese tipo de tormentas, pero lo que no precisan, porque es imposible de determinar, es el punto exacto en el que se va a producir la descarga. Tampoco la cantidad de agua que va a caer.

Una mujer de Alfafar contó como estaba asomada a su ventana y vio llegar una ola gigantesca que, instantes después, había borrado su ciudad

En las previsiones de Valencia, lo que ninguna previsión meteorológica podía anticipar es que la mayor cantidad de agua iba a concentrarse en la sierra de Chiva y que triplicaría los niveles habituales de otras inundaciones por 'gota fría'. Si se esperaban entre 100 y 150 litros por metros cuadrado al paso de la DANA por Valencia, en la sierra de Chiva se registraron entre 400 y 490 litros por metro cuadrado.

Mientras estaba descargando esa tormenta brutal, de una intensidad desconocida, en la parte alta del barranco, en los pueblos mencionados apenas estaba lloviendo. Eso es lo que explica la perplejidad de tantos testimonios como estamos oyendo y leyendo estos días de personas que cuentan que, de repente, el nivel de agua en las aceras, que apenas les cubría el tobillo, comenzó a subir, hasta que alcanzó los dos metros.

Una mujer de Alfafar le contó el pasado viernes a Carlos Alsina, en Onda Cero, que estaba asomada a su ventana y vio llegar, pueblo arriba, una ola gigantesca de agua y de barro que, instantes después, había borrado su ciudad. Fue entonces cuando ocurrió el apagón que hizo desaparecer a esos pueblos de las pantallas. Empezaron a no existir hasta que, muchas horas después, poco a poco, comenzamos a descubrir la dimensión trágica de la catástrofe. Que nadie nos haga hervir la sangre con la imprevisión de las alertas porque lo desconocido no puede anticiparse.

Alejémonos de las hordas políticas que calientan las tragedias. La muestra está en la inmoralidad de la falsa mayoría progresista del Congreso

Es muy posible que, por debajo de eso, se puedan ajustar normas y mejorar la efectividad en el socorro de las víctimas, pero no caigamos más en el imposible que exigir que se hubiera alertado con antelación de un diluvio que nadie conocía. Una vez más será necesario revisar la planificación urbanística, la construcción de polígonos y urbanizaciones en zonas con riesgos de inundación, aunque estas riadas se produzcan solo una vez cada cincuenta o cien años. También tendremos que examinar los planes hidrológicos que llevan años aplazándose, porque las urgencias de inversión siempre se van a otra cosa, como los 15 años de retraso que acumulan los planes aprobados por la Confederación Hidrográfica del Júcar para prevenir inundaciones en la cuenca del Poyo y el barranco de la Saleta, epicentro de la desgracia.

La catástrofe de Valencia reclama normalidad. Una sola exigencia ahora: que las decenas de miles de personas que lo han perdido todo puedan recuperarse, que dentro de cuatro semanas no leamos la noticia de que se sienten olvidados. Normalidad, sí. Y para que esa normalidad vuelva, vamos a repetirlo otra vez, es España la que no puede volver a su normalidad de inquinas y miserias.

Alejémonos de las hordas políticas que calientan las tragedias con el cálculo obsceno de cuántos votos puede reportarles. No es nada nuevo, y ahí está como muestra la frivolidad y la inmoralidad de la falsa mayoría progresista del Congreso en las primeras horas. Sí, ya sabemos que vivimos en un país en el que algunos no nos dejan vivir en paz ni el dolor de una tragedia. ¿Qué necesidad tenemos de sumarle inquina y mala hostia al dolor que produce una catástrofe así? No, mejor dejemos la pena limpia, sincera, que es de donde nace la solidaridad y el apoyo de tantos miles de ciudadanos dispuestos a echar una mano, como ha ocurrido. Esa, de hecho, es la España real, distinta a la que esparce basura alentada por fanatismos políticos.

España, detente, piensa un momento. Para que Valencia vuelva a la normalidad, necesitamos que España entera no vuelva a su normalidad. Para que se empiece a superar la catástrofe inmensa del tsunami de agua y de barro, este país no puede mantenerse aislado, ensimismado en sus polémicas, sitiado por sus trifulcas; España no puede regresar como si nada a esa normalidad.

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