Matacán
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El acierto del Rey tozudo
A juicio de algunos, empezando por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la visita institucional fue un grave error, pero más bien parece todo lo contrario, un acierto pleno del jefe del Estado, como ahora veremos
Tres veces ha acertado el rey Felipe VI y en las tres decidió dejarse llevar por su tozudez, que es como lo llaman quienes le afean o le reprueban por su carácter serio, riguroso. Tres veces. La primera fue recién llegado, cuando tuvo que afrontar la declaración de independencia de Cataluña; la segunda, cuando comenzó a aflorar la vida paralela que se había montado su padre con el dinero de los jerarcas saudíes; y la tercera fue el pasado domingo, cuando se erigió como la única autoridad del Estado con autoridad y determinación en la mayor catástrofe natural de nuestra historia. Tres veces y, según hemos conocido ahora por el Gobierno, la visita de Valencia se ha debido al “empeño personal de Felipe VI". El Rey estaba convencido de que debía viajar al epicentro del desastre, pisar las calles enfangadas, y así se organizó la controvertida visita en la que un grupo de vecinos, al quinto día de la riada, respondieron con insultos y bolas de barro por el abandono que sentían.
A juicio de algunos, empezando por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la visita institucional fue un grave error, pero más bien parece todo lo contrario, un acierto pleno del jefe del Estado, como ahora veremos. Una vez más, en definitiva, ha quedado de manifiesto la importancia trascendental que tiene, en un país como el nuestro, una figura institucional como la Corona, que se alza sobre trifulcas, sectarismos y banderías, y ni participa de ellas ni nadie la puede relacionar con ninguna de ellas. Esa neutralidad en la jefatura del Estado es la clave de bóveda de todo el engranaje institucional español. Por esa razón, y no por ninguna otra, en cada una de las ocasiones en las que el rey Felipe VI ha acertado gracias a la tozudez de su carácter, los enemigos de la España constitucional azuzan sus campañas contra la monarquía parlamentaria con su recital de lenguas faltonas, incendiadas.
La insistencia del Gobierno de Pedro Sánchez en hacernos ver a todos que la visita institucional se realizó “por el empeño personal” de Felipe VI tiene, obviamente, un objetivo político soterrado, que es el de intentar descargar en el Rey la supuesta irresponsabilidad de lo sucedido, las agresiones y los insultos. Y, de paso, vincularlo todo con una encerrona de la extrema derecha. En fin… Todo eso, que podría ser motivo de polémica, lo pasaremos por alto (“La urgencia de callarse”) para centrarnos en lo que, desde mi punto de vista, es lo fundamental.
Lo bueno que tiene esa maniobra del Gobierno de Pedro Sánchez es que ha vuelto a recordarnos el artículo 64 de la Constitución en el que se dice, taxativamente, que todos ”los actos del Rey serán refrendados por el presidente del Gobierno y, en su caso, por los ministros competentes”. Es decir, salvo en los asuntos rutinarios de agenda social, cualquier acto de mayor entidad política o institucional de la Casa Real tiene que contar con la ‘autorización’ del presidente del Gobierno. Podemos concluir, por tanto, que Pedro Sánchez no estaba de acuerdo con la visita, y por esa razón lo hace saber ahora, pero que fue la determinación de Felipe VI la que acabó convenciéndolo de la necesidad de organizarla. Lo mismo debió suceder en octubre de 2017, cuando el Parlamento de Cataluña declaró la independencia y gobernaba en España un líder del Partido Popular, Mariano Rajoy.
En los dos casos, en la tragedia de Valencia y en la revuelta de Cataluña, la convicción firme de Felipe VI era la de mostrar la fortaleza del Estado español. Incluso, la de mostrar la existencia del Estado en los momentos en los que no es posible encontrarlo. En ese momento, la presencia de Felipe VI es el mensaje, porque sirve para cubrir el vacío del Estado. “A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles (…) Son momentos difíciles, pero los superaremos. Son momentos muy complejos, pero saldremos adelante. Porque creemos en nuestro país y nos sentimos orgullosos de lo que somos”. Esa literalidad se corresponde con el discurso de Felipe VI, la noche del 3 de octubre de 2017, pero es el mismo mensaje de esperanza, de confianza, que, junto a la Reina, transmitió con sus gestos y con sus palabras a los vecinos de Paiporta.
Dicen quienes censuran la visita del Rey que fue una irresponsabilidad que pudo haber acabado en una batalla campal, que puso en peligro a las primeras autoridades del Estado… A la vista de la exaltación de unos pocos, que lanzaron piedras y se armaron con palos -espero que pronto sean detenidos-, nadie puede negar que existió el riesgo. Pero, ¿qué es la alta política, los grandes liderazgos, sin decisiones arriesgadas en las que un líder social demuestra su solvencia para encarar una situación adversa y convertirla en un ejemplo de lo contrario? Podríamos hacer cálculos sobre qué hubiera ocurrido si la visita institucional la realizan sólo el Rey y la Reina, sin el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Incluso sin el presidente autonómico, Carlos Mazón. Igual la reacción de la gente no hubiera sido la misma, ni insultos ni bolas de barro, pero también eso se ha convertido ya en un aspecto insignificante.
Lo esencial es que el Rey acertó, gracias una vez más a que se dejó llevar por su instinto, su carácter, y lo llevó a cabo. Supo romper con su padre, Juan Carlos I, y distanciarse de él cuando su legado se convirtió en una vergüenza ajena y, sobre todo, en una grave amenaza para la monarquía parlamentaria, la institución que, paradójicamente, supo asentar tras cuatro décadas de dictadura. La determinación con la que supo transmitir la certeza del Estado, de la existencia del Estado, en la crisis de Cataluña y ahora en Valencia. Cuando pasen los días, y los meses, contemplaremos la visita del pasado fin de semana como un punto de inflexión necesario en el que la reacción del Estado ante la catástrofe de Valencia comenzó a cambiar.
Tres veces ha acertado el rey Felipe VI y en las tres decidió dejarse llevar por su tozudez, que es como lo llaman quienes le afean o le reprueban por su carácter serio, riguroso. Tres veces. La primera fue recién llegado, cuando tuvo que afrontar la declaración de independencia de Cataluña; la segunda, cuando comenzó a aflorar la vida paralela que se había montado su padre con el dinero de los jerarcas saudíes; y la tercera fue el pasado domingo, cuando se erigió como la única autoridad del Estado con autoridad y determinación en la mayor catástrofe natural de nuestra historia. Tres veces y, según hemos conocido ahora por el Gobierno, la visita de Valencia se ha debido al “empeño personal de Felipe VI". El Rey estaba convencido de que debía viajar al epicentro del desastre, pisar las calles enfangadas, y así se organizó la controvertida visita en la que un grupo de vecinos, al quinto día de la riada, respondieron con insultos y bolas de barro por el abandono que sentían.
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