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Claves de tu próxima boda con Trump
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Javier Caraballo

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Claves de tu próxima boda con Trump

Lo ocurrido en Estados Unidos, por los perfiles grotescos de Donald Trump, lo que hace es amplificar aún más el espejo en el que contemplar el deterioro de los sistemas democráticos occidentales

Foto: Una vela con la imagen de Trump. (Reuters/Eloisa Lopez)
Una vela con la imagen de Trump. (Reuters/Eloisa Lopez)
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Como no se explican que un musulmán haya votado a Donald Trump y que también lo hayan hecho muchos judíos, como nadie entiende que la comunidad latina haya sido clave en la victoria de ese palurdo de pelo naranja, que entusiasma a los supremacistas blancos de la América profunda; como nadie comprende lo que ha pasado en las elecciones estadounidenses en algunas crónicas han empezado a utilizar la expresión de una boda a ciegas.

Este tipo de metáforas, vamos a ver, son muy elocuentes del desconcierto inmenso que ha provocado la sacudida de Donald Trump en muchísimos líderes de opinión, empresarios, periodistas, artistas a los que, sencillamente, les parecía imposible que sus vecinos desoyeran sus continuas advertencias sobre el peligro de votar al expresidente. Pero es lo que ha pasado, que ni Lady Gaga, ni Taylor Swift, ni Leonardo DiCaprio, ni el mismísimo Michael Jackson si hubiera resucitado influyen lo más mínimo en el ánimo del personal. Han votado a Donald Trump y han pasado olímpicamente de todo lo que le dijeron que podía pasar, que puede pasar, con el regreso a la Casa Blanca del nuevo presidente electo.

Esa impotencia de que millones de seguidores ignoren olímpicamente a sus ídolos debe ser la misma sensación que deben experimentar los grandes medios de comunicación, como el mítico The New York Times, que llegó a publicar un editorial en el que se decía, literalmente, que solo había una opción patriótica en las elecciones, Kamala Harris. "Es difícil imaginar a un candidato más indigno para servir como presidente de los Estados Unidos que Donald Trump", decía el comentario editorial en el que, además, cuestionaban todos los aspectos personales y políticos que podamos imaginar, desde su avanzada edad hasta su honestidad, su empatía, su chulería, su preparación…

Tan convencidos estaban en The New York Times de que la elección entre Trump y Kamala Harris iba a ser muy reñida que hasta publicaron, el mismo día de las elecciones, un reportaje con la receta de doce tartas típicas para hacer más llevadera la espera de los resultados, que se presumían de varios días. Y llega la noche electoral y, zas, no hubo que esperar nada porque "el indigno" arrasó. Y la gran incertidumbre se resolvió en unas pocas horas. Porque los americanos decidieron ese día echarse en los brazos de "un narcisista monstruoso" con la pasión desesperada de una boda a ciegas.

Foto: Partidarios de Donald Trump en las Vegas (EFE/Caroline Brehman)
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Uno de los mejores expertos españoles en política estadounidense, Juan María Hernández Puértolas, sostiene que todo lo sucedido se explica por la confluencia de cuatro corrientes muy norteamericanas: el nativismo, el proteccionismo, el aislacionismo y el populismo. Cuatro ismos que, según le contó a Susanna Griso en Espejo Público, de Antena 3, son mucho más potentes que cualquier alerta sobre el cambio climático, la deriva constitucional, los delitos cometidos o la amenaza de quiebra de la propia democracia. La inflación, la inseguridad laboral, la carestía de la vida…

Los ismos primarios, podría decirse, tienen más importancia que los ismos de vanguardia, y por eso le funcionó tan bien al estrafalario candidato republicano su promesa de volver al pasado. Un pasado de prosperidad, de América para los americanos, como dijo Hernández Puértolas: "Nos guste, o no, a los ciudadanos en Estados Unidos les trae sin cuidado lo que pase en Ucrania, y solo a un sector muy pequeño de la población, lo que pase en Oriente Medio. Viven de cara a dentro". Pero ¿estamos seguros de que lo ocurrido en los Estados Unidos se explica solo por las peculiaridades de esa sociedad, por sus ismos? ¿Realmente estamos convencidos de que en España no podría pasar nada igual, que el personal vote mirando exclusivamente su bolsillo, sin importarles nada lo que pueda suceder con la democracia?

Foto: Donald Trump, en uno de sus mítines en Henderson, Nevada. (Reuters/Brendan McDermid)
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El debate que ahora se está planteando sobre la crisis del Partido Demócrata tiene, de hecho, muchas similitudes con el que podemos encontrar en Europa, cada vez que unas elecciones se saldan con un incremento de la extrema derecha, populismos trumpistas, y con el descenso, a veces hasta la irrelevancia, de las fuerzas políticas de izquierda y hasta de la derecha tradicional. Por razones históricas, religiosas y culturales, los ismos identitarios que podemos localizar en el continente europeo, nuestros rasgos sociales, son muy distintos a los de los norteamericanos, pero compartimos muchos de lo que hemos definido como ismos primarios que afectan a la cotidianeidad, al día a día, al bienestar de las familias y a los miedos, o inseguridades, sobre el futuro inmediato. El debate, en efecto, es el mismo y lo ocurrido en Estados Unidos, por los perfiles grotescos de Donald Trump, lo que hace es amplificar aún más el espejo en el que contemplar el deterioro de los sistemas democráticos occidentales.

Uno de los columnistas más reconocidos del periodismo de Estados Unidos, David Brooks, publicó el pasado jueves una interesante columna que nos conduce, directamente, al mayor de los enigmas, o contradicciones, que encontramos en el comportamiento de la sociedad americana que se ha volcado en el apoyo a Trump. "El Partido Demócrata tiene un trabajo: combatir la desigualdad. Aquí había un gran abismo de desigualdad delante de sus narices y, de alguna manera, muchos demócratas no lo vieron. Muchos en la izquierda se centraron en la desigualdad racial, la desigualdad de género y la desigualdad de la comunidad LGBTQ (…) Mientras la izquierda viró hacia el arte de la performance identitaria, Donald Trump se metió de lleno en la lucha de clases", decía David Brooks.

Es muy interesante esa visión porque, en efecto, toda campaña electoral es un cruce de promesas de los distintos candidatos por combatir las desigualdades y las injusticias que se dan en la sociedad a la que se dirigen. Pero las desigualdades pueden ser de muy diferente naturaleza, y todas ellas existen. Se trata de conectar con aquellas que logran movilizar a la mayor parte de la sociedad. Lo que hace Donald Trump en las campañas electorales, antes que promesas concretas y planes precisos, es descalificar a la izquierda en su conjunto, a los que presenta ante el electorado como una élite ensimismada, privilegiada, alejada de la realidad, que ha traicionado a los trabajadores. ¡Trump, convertido en referente de la lucha de clases! Y el plan le funciona porque muchos ciudadanos sienten que solo él les está hablando de sus problemas cotidianos, los ismos primarios. Esa pirueta de la historia es extraordinaria y no se ciñe a lo ocurrido en Estados Unidos. La boda a ciegas es un común denominador de estos tiempos.

Como no se explican que un musulmán haya votado a Donald Trump y que también lo hayan hecho muchos judíos, como nadie entiende que la comunidad latina haya sido clave en la victoria de ese palurdo de pelo naranja, que entusiasma a los supremacistas blancos de la América profunda; como nadie comprende lo que ha pasado en las elecciones estadounidenses en algunas crónicas han empezado a utilizar la expresión de una boda a ciegas.

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