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Matacán
Por
Dimisiones para restablecer la confianza
No hay ninguna posibilidad de explicar lo ocurrido a partir del 'segundo cero' sin que vaya acompañado de un discurso autocrítico y de una cadena de dimisiones
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Sólo las dimisiones pueden restablecer la confianza perdida por tantos ciudadanos en la clase política y en sus instituciones tras el desastre de Valencia. Se trata, simplemente, de aplicar los dos compromisos éticos que los dirigentes repiten ampulosamente en cada crisis, de distinta naturaleza: “altura de miras” y “caiga quien caiga”. El cumplimiento de esos dos deberes bastaría para solventar la crisis actual y pasar página en la desgracia, que tanta falta hace para afrontar con garantías la inmensa tarea de reconstrucción que tenemos por delante. Caiga quien caiga, por supuesto, porque deben depurarse responsabilidades en los dos Gobiernos, empezando por el Gobierno de Valencia, que es el más inmediato, y siguiendo por el Gobierno de España, que es el principal responsable legal de la penosa gestión del desastre. Y altura de miras, claro, para entender que de una catástrofe que afecta a 400.000 personas, a 100.000 viviendas y a 30.000 empresas, según los datos oficiales ofrecidos por el presidente Pedro Sánchez, no se puede salir con administraciones enfrentadas y una estrategia de confrontación política para intentar hundir al adversario.
“Altura de miras” y “caiga quien caiga”, aunque de tanto repetirlo en discursos huecos se han convertido en coletillas insufribles, como esas modas que se extienden como plagas en el lenguaje, “mediocres no, lo siguiente”. A ver si, por lo menos en esta ocasión, este personal se aplica sus propias muletillas. De momento, deberían tener claro lo dicho: la confianza sólo se restablece con un discurso sincero de autocrítica por la mala gestión y la depuración, con ceses o dimisiones, de algunos de los protagonistas del fiasco.
Para establecer ese nivel de responsabilidades, conviene, como hemos hecho desde el primer día, diferenciar entre lo que ocasionó la catástrofe y lo ocasionado por la catástrofe. Se trata de dos momentos muy diferentes en cuanto a la responsabilidad de la gestión pública porque, a medida que se conocen datos e informaciones sobre lo ocurrido el fatídico martes 29 de octubre, se puede tener más claro que estamos ante una catástrofe natural imposible de prever en la dimensión que se dio. Sólo una orden de desalojo de las 68 localidades que se anegaron hubiera podido evitar los 250 muertos, que será, aproximadamente, la cifra final de la desgracia. Se trata de algo parecido a lo que ocurrió dos semanas antes en Florida por la llegada del huracán Milton. Aun así, en Florida, pese a las decenas de miles de evacuados, hubo más de una veintena de muertos y daños por valor de 50.000 millones de dólares.
La cuestión fundamental es: ¿se podía saber, en el caso de Valencia, que una gota fría iba a descargar en la sierra de Chiva más de 500 litros por metro cuadrado, en apenas una hora, provocando un tsunami de agua, barro y cañas que arrasaría miles de hectáreas habitadas junto al barranco del Poyo? Se recomienda, para contestarnos esta pregunta, la lectura detallada del informe elaborado por El Confidencial sobre las catorce horas transcurridas desde el amanecer del martes hasta el anochecer de ese día, cuando ya todo estaba perdido. Se observará, por ejemplo, que tan sólo una hora antes del ‘tsunami’ la preocupación, y las alertas que se emitían, nada tenían que ver con el barranco del Poyo, sino con el desbordamiento del río Magro y la presa de Forata, en ese mismo río. En el barranco del Poyo, las notificaciones pasaron de anunciar, a las 16,13 horas, un caudal descendente de 28,7 metros cúbicos por segundo a una gigantesca ola de 2.282 metros cúbicos por segundo a las 18,55 horas. Algo desconocido. Jamás visto en todo el continente europeo.
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Sólo puede alertarse de aquello que se conoce; por definición, es imposible que nadie nos avise de un fenómeno desconocido. Con lo cual, el análisis detallado de lo que ocasionó la catástrofe debe servirnos para el futuro, porque estas son algunas de las consecuencias del cambio climático y vendrán más ‘inundaciones tsunámicas’ -si se acepta el término- como esta de Valencia. Pero no hay ningún dato que nos permita afirmar, como algunos repiten frívolamente, que la catástrofe se produjo porque fallaron las alertas. Otra cuestión muy distinta es qué ocurre a partir de que se produce la avalancha y los pueblos se inundan. Como ya delimitamos aquí, tras una intervención del presidente Pedro Sánchez, las responsabilidades políticas hay que exigirlas por la gestión de la crisis a partir del “segundo cero”, que es aquel en el que los responsables de la Generalitat de Valencia y del Gobierno de España conocen la magnitud de la catástrofe. ¿Cuándo lo supieron y qué hicieron a continuación?
Recordemos, de nuevo, que España se levanta al día siguiente, casi quince horas después de la gran inundación, con la noticia de que en Valencia ha podido haber “al menos diez muertos”, que el Congreso de los Diputados inicia su sesión con normalidad y que, un par de horas después, el PSOE sólo acepta interrumpirlo parcialmente, para sacar adelante su decretazo de la RTVE. Cuando se comprueba que la catástrofe se produjo a las 18.55 horas y que, con el presidente Sánchez de regreso de India, a las 22.00 horas se reúne en la Moncloa un gabinete de crisis, se comprende mucho menos la actuación posterior. Quiere decirse que a esas horas de la noche, ya tenía que haber constancia oficial, por los alcaldes, por los vecinos, por las fuerzas de seguridad, de la inmensidad de pueblos inundados y de personas desaparecidas. Y que es, por esa razón, por la que a las diez de la noche se reúnen la presidenta en funciones, en ese momento, María Jesús Montero, el ministro del Interior, Grande-Marlaska, la ministra de Defensa, Margarita Robles, y el ministro de Presidencia, Félix Bolaños.
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Exactamente igual debemos pensar del presidente de la Generalitat de Valencia, Carlos Mazón, y de su Gobierno, incluso con independencia del episodio frívolo de la comida cinco o seis horas en las que desapareció, que ya solo con eso se le debería caer la cara de vergüenza. La dejación de funciones a partir de ese momento, el tacticismo por encima de la tragedia, la tardanza de días en movilizar los recursos que se necesitaban… No hay ninguna posibilidad de explicar lo ocurrido a partir del ‘segundo cero’ sin que vaya acompañado de un discurso autocrítico y de una cadena de dimisiones. Sólo así se puede restablecer la confianza perdida en la clase política y en las instituciones. Y hacerlo constituye el primer paso para superar la mayor catástrofe natural ocurrida en Europa.
Sólo las dimisiones pueden restablecer la confianza perdida por tantos ciudadanos en la clase política y en sus instituciones tras el desastre de Valencia. Se trata, simplemente, de aplicar los dos compromisos éticos que los dirigentes repiten ampulosamente en cada crisis, de distinta naturaleza: “altura de miras” y “caiga quien caiga”. El cumplimiento de esos dos deberes bastaría para solventar la crisis actual y pasar página en la desgracia, que tanta falta hace para afrontar con garantías la inmensa tarea de reconstrucción que tenemos por delante. Caiga quien caiga, por supuesto, porque deben depurarse responsabilidades en los dos Gobiernos, empezando por el Gobierno de Valencia, que es el más inmediato, y siguiendo por el Gobierno de España, que es el principal responsable legal de la penosa gestión del desastre. Y altura de miras, claro, para entender que de una catástrofe que afecta a 400.000 personas, a 100.000 viviendas y a 30.000 empresas, según los datos oficiales ofrecidos por el presidente Pedro Sánchez, no se puede salir con administraciones enfrentadas y una estrategia de confrontación política para intentar hundir al adversario.