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Matacán
Por
Ejercer de jefe de Estado y que se respete
A quienes persiguen el sectarismo político y la confrontación es lógico que les incomode tanto Felipe VI, su quehacer institucional
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Neutralidad política y vocación integradora. No debe ser casual que estos días la página web de la Casa Real reproduzca uno de los párrafos del primer discurso de Felipe VI como rey de España y jefe del Estado. Hablar con los gestos, con el ejemplo, debe ser cosa de las instituciones centenarias, o milenarias. Actuar con la sutileza de quien sabe esperar para decir la palabra oportuna, de marcar los tiempos sin la interferencia atropellada de la actualidad. Alejarse de esos remolinos. Por eso, no puede ser casualidad que, en estos días en los que el jefe del Estado hace valer la importancia de esa institución en la democracia española, el párrafo que haya elegido la Casa sea este y no otro: “La independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten contribuir a la estabilidad de nuestro sistema político, facilitar el equilibrio con los demás órganos constitucionales y territoriales, favorecer el ordenado funcionamiento del Estado y ser cauce para la cohesión entre los españoles”.
Ese discurso lo pronunció Felipe VI el 6 de junio de 2014; su primera intervención como rey de España ante las Cortes Generales, el comienzo “del reinado de un rey constitucional”. La democracia española, conquistada por todos los ciudadanos tras el franquismo, se consolidó primero con la pacífica alternancia en el poder entre fuerzas de izquierdas y de derechas y, a continuación, con la llegada a la Jefatura del Estado del primer monarca con pasado, presente y futuro plenamente constitucional. Es lógico que a quienes persiguen el sectarismo político y la confrontación entre los españoles les incomode tanto la figura de Felipe VI, su quehacer profesional.
Lo estamos viendo estos días, desde la terrible gota fría que causó 222 muertos en Valencia. La desolación tras la catástrofe recorrió una fase inicial de estupefacción y de ahí se transformó en una enorme indignación, que todavía permanece. Por el abandono, por las mentiras y las medias verdades, por la frivolidad del presidente de la comunidad de Valencia y el frío cálculo del presidente del Gobierno de España. Amanecían los días, el primero, el segundo, el tercero, y nadie acudía en su auxilio.
La trifulca política, el boxing de reproches y de acusaciones, suele disolver la mayoría de las controversias de esta España de banderías, pero no en Valencia, no tras una tragedia. En los pueblos y ciudades anegadas del barranco del Poyo la confrontación no cubría el vacío, sino que lo ahondaba, agrandaba el desafecto. Hacía falta una figura que se alzara sobre las disputas para que los vecinos volcaran toda su rabia. Ese fue el efecto que produjo la visita de los Reyes de España y, por esa razón, desde entonces, el jefe del Estado es la única autoridad que ha visitado a los afectados en tres ocasiones. Porque en todo sistema democrático, sobre todo en España, se precisa de esa figura de autoridad institucional, cuya única pretensión sea servir de “cauce para la cohesión de los españoles”. Y, entre todos, sin boxing, unir las fuerzas, superar las dificultades y salir adelante.
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El margen de maniobra del jefe del Estado, en una monarquía parlamentaria como la nuestra, están estrechamente delimitados en el artículo 64 de la Constitución española, dentro del Título Segundo referido a la Corona. No hay posibilidad alguna de malinterpretarlo porque el jefe del Estado, por sí mismo, no tiene espacios de actuación. La Constitución es así de contundente: “Los actos del Rey serán refrendados por el presidente del Gobierno y, en su caso, por los ministros competentes”. Punto. De la discreción de la Casa Real y de la Presidencia del Gobierno depende que trasciendan o no las diferencias que existan entre ambos a la hora de valorar la oportunidad, o no, de pronunciar un discurso, de organizar una visita, de viajar a un país o recibir a un mandatario. Podemos asegurar, sin conocer siquiera los detalles de cada una de las controversias que se han aireado, certeras o inventadas, que no será la Casa Real la que haya alimentado la polémica, con filtraciones interesadas sobre lo ocurrido. Podemos fijarnos, por ejemplo, en una de las más recientes, el viaje del pasado 3 de noviembre, antes mencionado, cuando las autoridades, los Reyes, el presidente del Gobierno y el de la Comunidad de Valencia, fueron recibidos con insultos y bolas de barro.
El presidente Pedro Sánchez abandonó la visita, precipitadamente, y, al poco, el propio Palacio de la Moncloa comenzó a difundir una versión de lo sucedido que descargaba toda la responsabilidad sobre el jefe del Estado. “Todo se hace de manera coordinada, pero el impulso político para esta visita fue de La Zarzuela, y también el empeño por acudir a esa zona en concreto -Paiporta, el pueblo con más víctimas mortales- y no limitarse a visitar el centro de mando”, comenzaron a difundir las fuentes del entorno del presidente del Gobierno. Alguno de sus ministros, como Óscar Puente, abundó en esa misma tesis del error, consciente, obviamente, de que no censuraba a Sánchez, sino a Felipe VI: “No era el momento más oportuno, es posible que se haya errado en el cálculo”.
“Neutralidad política y vocación
El interés político desbordó la discreción debida, pero gracias a esa bajeza a todo el mundo le quedó claro que la determinación del rey Felipe VI era la de cumplir con su obligación de jefe de Estado, y personarse allí donde los vecinos gritaban desesperados contra el abandono del Estado. La protesta exaltada de los vecinos -inaceptable desde todos los puntos de vista- no se explicaba por una “exhibición de antipolítica y de ultraderecha”, como interpretó el Gobierno para alimentar, de nuevo, la confrontación, sino por la cólera del olvidado. Diez años después, Felipe VI ha dado muestras sobradas de que cumple con la palabra dada en su primer discurso como jefe del Estado. “Neutralidad política y vocación integradora”. Lo ha demostrado así, ejerce como el jefe de Estado que necesita la democracia española, y lo que, a continuación, debemos exigir todos -todos- es el respeto y la confianza que se ha ganado para decidir sus actos institucionales.
Neutralidad política y vocación integradora. No debe ser casual que estos días la página web de la Casa Real reproduzca uno de los párrafos del primer discurso de Felipe VI como rey de España y jefe del Estado. Hablar con los gestos, con el ejemplo, debe ser cosa de las instituciones centenarias, o milenarias. Actuar con la sutileza de quien sabe esperar para decir la palabra oportuna, de marcar los tiempos sin la interferencia atropellada de la actualidad. Alejarse de esos remolinos. Por eso, no puede ser casualidad que, en estos días en los que el jefe del Estado hace valer la importancia de esa institución en la democracia española, el párrafo que haya elegido la Casa sea este y no otro: “La independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten contribuir a la estabilidad de nuestro sistema político, facilitar el equilibrio con los demás órganos constitucionales y territoriales, favorecer el ordenado funcionamiento del Estado y ser cauce para la cohesión entre los españoles”.